Una cinta de emociones sobre hechos históricos y recuerdos personales del director. Como un niño descubre lo que significa guerra y ocupación en 1944, al mismo tiempo que descubre la amistad.
Ficha IMDb
Enero de 1944, los internos de una escuela católica para niños regresan al pueblo donde sus padres, al mismo tiempo que les garantizan una educación de excelente nivel académico, los están alejando de las dificultades de Paris ocupada. Todos vienen de familias acomodadas. En particular los hermanos Quentin, François (Stanislas Carré de Malberg) y el pequeño Julien (Gaspard Manesse). Este, de unos doce años de edad, sigue muy apegado a su hermosa madre (Francine Racette). Los chicos vuelven a las clases, al frio, pero también a sus juegos, sus complicidades y sus bromas.
Pero este regreso a clases será un poco diferente a los demás: tres nuevos alumnos se integran a las clases, en particular Jean Bonnet (Raphael Fetjö), quien será vecino de Julien en el dormitorio y compartirá clases con él. Julien se siente a la vez atraído por este extraño con el cual comparte el gusto por la lectura, y amenazado en su posición de mejor alumno de la clase.
Poco a poco, el misterio de Bonet se va a elucidar, sobre todo después de sorprenderlo haciendo sus plegarias una noche. Bonet se llama en realidad Jean Kippelstein, es un niño judío que el Padre Jean (Philippe Morier-Genoud) ha decidido proteger con otros dos niños en la escuela que dirige, con la complicidad de todo el personal, religiosos o maestros. Pero la denunciación hecha por un empleado despedido por marcado negro, Joseph (François Negret), atraerá a la Gestapo. Los tres niños y el padre Jean serán arrestados y llevados a campos de exterminio.
La cinta, basada sobre recuerdos personales del realizador lograr conjugar en forma natural y elegante varios temas clásicos del cine.
Es una historia de escuela: niños en un internado, con sus conflictos, los temas de las clases, las rivalidades y juegos. Los más grandes tienes sus propias inquietudes: sexo, tabaco, discusiones políticas y espirituales. Los pocos personajes femeninos sustituyen a las madres ausentes: Madame Perrin (Jacqueline Paris) alimenta a todos, mientras las hermanas enfermeras cuidan pequeñas heridas y enfermedades invernales. La joven y linda maestra de piano, Mademoiselle Davenne (Irène Jacob) focaliza los sueños amorosos o eróticos de los mayores. Como en todas las escuelas, están los fuertes y los débiles, los que hostigan y los que sufren.
En este marco nace y se desarrolla una amistad, primero con suspicacia por ambas partes, después con intercambios, y finalmente con complicidad. Los momentos claves son la tarde en el bosque, cuando se pierden al anochecer y se ven rescatados por soldados alemanes, y la desobediencia a la alarma para quedarse tocando jazz al piano. Julien llega a casi prestar a su madre, el tiempo de una comida, a su amigo sin familia.
Es también una historia de guerra, en una zona que trata de vivir con la presencia impuesta de alemanes y milicia colaboracionista. Se convive con ellos en los baños públicos, en los restaurantes, en las calles. Ellos imponen reglas a las cuales los pobladores se someten sin prohibirse cierta libertad de palabra, como lo muestra muy bien la escena dominical en el restaurante, donde los comensales protestan a favor y en contra de la incursión de la milicia y de su trato a un viejo doctor judío. El comportamiento del mayor de los Quentin es revelador de esta resistencia a medias.
La descripción de la vida cotidiana, con las restricciones alimenticias, el sistema de tickets, y el mercado negro que provoca, las distribuciones de galletas vitaminadas, las alertas, crea un marco de dificultad, casi de tristeza que se expresa en los colores azules de la cinta. El frio es visible en los guantes, los suéteres, los cobertores.
Pero se trata sobre todo de la recreación de recuerdos. Aunque Malle reconoce que no vivió un real acercamiento al niño judío que llegó a su escuela, mezcla elementos ficticios, elementos realistas para reconstruir una época que marcó su vida. Reconoce Malle que realiza en la cinta lo que no hizo en la vida real y compensa así algo que lo llenó de remordimientos. Para eso mezcla recuerdos propios, anécdotas contadas y conocimientos compartidos por todos que vivieron en esa época.
Sobre todo, la cinta logra transmitir los sentimientos de los personajes. La bondad profunda de los religiosos y los maestros, el amor discreto con el cual trataban de proteger a los niños, dentro de este mundo cerrado que constituía la escuela. Muy conmovedora es la escena del domingo en la noche, cuando los niños vuelven después de un día pasado con sus familias, y se tienen que reintegrar al frio, a la tristeza del internado. Los padres organizan una velada de cine con la proyección de una cinta de Charlie Chaplin. Niños y adultos comulgan en la risa espontanea. Pero al mismo tiempo, la cámara se detiene en unas caras donde se refleja la nostalgia, la tristeza, algo de angustia, o el amor por algo o alguien ausente.
Au revoir les enfants también una obra personal en el sentido que sus personajes establecen lazos con otras obras del realizador. La confusa atracción que resiente el pequeño hacia su madre tan seductora sugiere el incesto relatado Le souffle au coeur (1971). El empleado de la cocina, Joseph, quien practica el mercado negro , satisfaciendo su necesidad de dinero al mismo tiempo que los deseos, de tabaco, estampillas o mermeladas, de su clientes, despreciado por todos, burlado por su pierna coja, y que se vuelve delator por venganza, es el hermano del anti héroe de Lacombe Lucien ( 1974)
El final da la clave autobiográfica de la cinta, con la voz off de comentario, explicando como la Historia es percibida por un individuo, sobre todo si es joven, como puede herirlo y cambiar definitivamente su percepción de la vida: “Durante mucho tiempo, me negué simple y sencillamente a tratar ese tema, porque ese suceso había sido un trauma para mí, y porque una influencia enorme sobre mi vida.”
Las últimas palabras del Padre Jean “Au revoir les enfants” están cargadas de sentidos: es la frase ritual del director que los saludaba, se despedía de ellos con esta expresión paternal “niños míos” o “hijos míos” en el sentido religioso. Es el anuncio consolador de que se volverán a ver, en esta vida o en la otra. Mentiroso para aliviar el dolor. Y el adiós de los niños es lo que nunca se ha dicho entre ellos, una expresión de amor profundo.
La última imagen, esta puerta que se abre hacia el exterior, es el final de la protección. Es la salida hacia la muerte, hacia el frió, la desprotección, la barbaridad de un mundo donde el amor, de Dios, de los maestros, de los religiosos, de los amigos, ya no tiene ningún poder. La guerra, que los adultos habían podido contener en el exterior, ya entró en la vida de los niños.
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