Una maravillosa cinta de horror gótico, con sangre, amores prohibidos, pasiones y una estética sobrecargada que hacen de cada cuadro un encanto. Los actores se lucen para expresar las pasiones exacerbadas de un trio de amores y miedos.
Ficha IMDb
La historia empieza en los Estados Unidos de final de siglo diez y nueve, animados por una sed de progreso, de técnica y de enriquecimiento. Edith (Mia Wasikowska) es la hija única de Carter Cushing (Jim Beaver), rico empresario. Tiene talento para escribir y busca que le publiquen en el periódico local su primera novela corta, una historia de fantasmas, lo que, según las ideas de la época, y en particular del director del periódico, no son temas de mujeres.
La pequeña ciudad de Buffalo es un círculo reducido donde todo mundo se conoce, platica y comenta las mínimas acciones, actitudes, palabras o pensamientos de cada uno. Cuando llegan dos extranjeros de extraño encanto y títulos nobiliarios, todo mundo quiere conocerlos. Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston) y su hermana Lucille (Jessica Chastain), vienen de la lejana Inglaterra, pasando por países aún más lejanos: Italia, Australia. Él ha inventado una máquina para felicitar la explotación de las minas de arcilla, que yacen alrededor de la casa familiar, en los altos de Cumbría, en el norte del país, y necesita dinero para construirla.
Al mismo tiempo, Sir Thomas tiene todos los talentos mundanos europeos que vuelvan locas a las damas de Buffalo. Edith no tardará en caer enamorada y él en pedirla en matrimonio. El padre de la joven, quien sospecha algo anormal, manda a un detective privado a buscar la confirmación de sus sospechas. Ofrece a Thomas Sharpe y su hermana una cantidad importante para renunciar al matrimonio.
Después de la muerte violenta de Carter Cushing en su club, el joven amigo de la familia, el Dr Alan McMichael (Charlie Hunnam) , enamorado fiel de Edith, no cree en un accidente, pero Edith se encuentra ahora libre de casarse.
Ahí empieza la parte realmente “gótica” de la historia. Es un castillo abandonado en medio de una tierra inhóspita, donde no crece ninguna vegetación. Es Inglaterra, es decir una tierra de antes de que existieran los Estados Unidos, una tierra arraigada en tiempos pasados. Como lo es la historia de la familia Sharpe de antes. La arcilla tiñe de rojo el suelo. Desde la entrada, la majestuosa escalera recuerda a Rebecca de Daphne du Mourier, adaptada por Hitchcock (1940), y sugiere que Edith no es la primera esposa en entrar ahí. El techo de la casa se ha caído y las hojas muertas y el polvo se amontonan en el vestíbulo. Un impresionante elevador permite subir a los altos pisos de recamaras, o baja a los sótanos, cuyo acceso Sir Thomas prohíbe a su nueva esposa. El ama de la casa es Lucille, la hermana quien no quiere compartir las llaves con su cuñada. Apenas se instala Edith y empieza a recibir visitas del fantasma que la asusta desde su niñez, desde la muerte de su madre.
Lo que sigue es tradicional en un buen cuento de horror, estilo Edgar Poe: mientras su esposo trabaja en su máquina de extraer mineral, y mientras se hacen las transacciones para que él pueda disponer de la fortuna de ella, Edith descubre más y más indicios de la vida pasada de la pareja diabólica, e incestuosa que forman Thomas y Lucille. Afortunadamente, el enamorado gringo siguió con la investigación paternal y decidió volar al socorro de su amada. Por suerte de Edith llegará a tiempo, en la nieve que aísla aún más el castillo encantado.
Se puede reprochar al guion su gran sencillez. Pero es tradicional en el tipo de literatura que lo inspira. Se puede también reprochar lo que parece ser inconsistencias o hasta inverosimilitud. La más fuerte es la soledad en la cual se encuentra Edith en el castillo. Llegó sin sirvienta, lo que es imposible para una joven de su nivel económico, y que contradice su aspecto tan cuidado, sus vestidos difíciles de ajustar y sobre todo, su peinado extremadamente complicado. Además, como una sola persona, y además noble como Lucille, podría llevar a cabo las tareas de limpieza, cocina y demás trabajos domésticos en tan enorme mansión. Eso nos lleva a un mundo de cuento maravilloso, donde las condiciones reales de vida no tienen ya nada que ver.
La estructura, empezando por el final y enunciando, en voz de Edith, el peligro de la Cumbre escarlata, evita las sorpresas pero garantiza el suspenso. Sabemos desde el principio que le va a ir muy mal a la pobre joven.
La aparición de Sharpe, en medio la sociedad muy regulada de Buffalo es el primer indicio de la entrada a un mundo irreal: no viste como los demás, tiene el pelo negro pegado, y una mirada brillante y fija que hipnotiza. Su hermana viste un extraño vestido rojo oscuro, de cuello alto, cuando todas llevan vestidos muy escotados y claros, como se debe en un baile. La entrada, inesperada de Edith del brazo de Sir Thomas es una aparición de cuento de hadas, que puede recordar a la cinta de Cocteau La Belle et la Bête (1946). El oscuro Thomas y la luminosa Edith recrean la oposición entre el bien y el mal, el mundo de hoy y el de ayer, donde yacen los secretos inconfesables. Al entrar a ese baile con él, y al aceptar bailar un vals rápido, Edith ya firmó su pacto con el diablo. Cabe notar que el vals era considerado, por su velocidad, el baile de diablo.
En esta escena aparece por primera vez claramente el color rojo, color del mineral de la Cumbre Escarlata, del vestido de Lucille , del anillo familiar (que proviene de la madre) ; es obviamente alusión a la sangre de los crímenes . Y es el color del fantasma que visita a Edith, color poco habitual para un fantasma.
Como decíamos antes, en este tipo de historias, para las cuales nuestra frecuentación de las Historias extraordinarias de Edgar Poe, nos ha educado y preparado, sabemos de antemano lo que va a pasar. Lo que cuenta es la forma. Y Del Toro cuidó mucho la forma. Construyó un maravilloso cuento de horror. Viste a sus actores, sobre todo las mujeres con vestidos hermosos, elegantes al mismo tiempo que ligeramente exagerados. Las telas brillan, los pliegues, los encajes, los colores son extremadamente cuidados. En la última parte de la cinta, cuando ya se descubrió la verdad de la relación entre hermanos, cuando Lucille, la hermana siniestra puede al fin salir de su papel recatado y deja paso a toda su pasión, su ropa se transforma, lleva velos dramáticos y sensuales, cuyo blancura permite contrastar el color dela sangre. Jessica Chastain se reviste entonces de la belleza de los cuadros prerrafaelitas.
El castillo es, en su sombrío abandono, una maravilla de detalles arquitectónicos, escaleras, paredes, muebles, maderas exculpadas; lleno de una grandeza perdida, impone una presencia de ser viviente, que respira, murmura y sufre. Sus sótanos encierran las pruebas del pasado diabólico y, como en “el corazón delator” van a dejar hablar las víctimas.
Las interpretaciones son perfectas, desde los burgueses ricos de Buffalo, llenos de principios y costumbres, hasta la princesa víctima, rubia pero no tonta, un ángel frente a las fuerzas del mal. Y sobre todo, en contraste con ella, la malvada hermana, posesiva, decidida, intransigente. Entre los dos, el príncipe de las tinieblas, se deja poco a poco vencer por la bondad del ángel.
La cinta retoma todos los arquetipos, en los personajes, en los sucesos y en los espacios, del cuento de terror. Los reviste de unas apariencias minuciosamente calculadas, haciendo que uno quisiera inmovilizar cada cuadro para mirarlo más atentamente. Esta cinta es una joya sangrienta de Romanticismo negro .
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