La película con la que Kechiche (realizador de La faute à Voltaire (2001) obtuvo la Palma de Oro en Cannes, y sus dos actrices el Premio a mejor revelación femenina, tiene la abierta intensión de mostrar el deseo carnal lésbico con toda naturalidad. Pero no logra sus propósitos al ser demasiado larga, con un guion deficiente. Si las dos actrices principales Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos pueden seducir, las tres horas de la película llegan a cansar.
Ficha IMDb
La vida de Adèle es una historia convencional: los encuentros amorosos y físicos de una chica normal, de un medio social promedio, y de carácter convencional. El contenido es esquemático, construido en dos épocas. La subida, encuentro, amor a primera vista (como en las novelas clásicas), pasión física correspondida, instalación en la cotidianidad, es seguida de una bajada: celos, engaños, ruptura, depresión, tentativa de reconciliación rechazada, regreso a una triste cotidianidad.
Esto corresponde más o menos a la estructura de la novela gráfica que sirvió de punto de partida: Azul es un color caliente de Julie Maroh.
En resumen, Adèle (Adèle Exachorpoulos) cursa el penúltimo año del liceo en una ciudad del norte de Francia. Es buena alumna y le gusta la literatura, sobre todo cuando el profesor es interesante. Como sus amigas solo se interesan por el sexo, tiene una primera relación con un chico, que la deja satisfecha solo a medias. Pero camino a una de las citas, se topa con Emma (Léa Seydoux) y su pelo azul. Siguiendo a un compañero gay, penetra en el mundo de los bares homosexuales de la ciudad, donde vuelve a ver a Emma. Una relación empieza: sexo intenso, presentación a las dos familias. Si los padres de Emma son cultos y progresistas, los de Adèle son más conservadores y menos acomodados. El perfecto paralelismo de las dos escenas de cenas resulta excesivamente pesado. La sutileza no parece ser una calidad del director.
De la misma forma, la estrategia del cine performativo, concediendo mayor tiempo del habitual a cada secuencia, aunque no presente ningún interés, alarga mucho la narración. Es un intento de hacer cine de performance, las escenas se alargan a observar que no pasa nada. Lo que, se puede pensar, es también preparación y excusa para alargarse en las escenas de sexo. ¡Cine contemplativo de la vida de una joven que desemboca en cine contemplativo de sexo!
La historia es bastante sencilla, y, si se cambia a Emma por un chico, la evolución de la relación es de lo más previsible. El carácter de Adèle no tiene gran originalidad. A menos que se considere original a una chica que no es capaz de llevar su vida sentimental en forma independiente, se vuelve sumisa, engaña a su pareja cuando se siente abandonada por el (la) dominante, el (la) cual la echa a patadas de la casa (con todo y golpes), se deshace de tristeza, y vuelve tres años después por más. ¡Viva la mujer moderna!
Además de presentar las escenas cliché del cine de adolescentes, las inevitables escenas de clases de literatura. ¿Porque siempre de literatura? ¿Porque nunca de matemáticas o ciencias? Si una cinta sabe transmitir su significado por los medios que son propios del cine, no necesita de las explicaciones, por lo general bastante superficiales que puede dar la literatura, tal como se presenta en el cine a esas clases de literatura. Las disertaciones filosóficas, literarias o artísticas no agregan anda, al menos que uno tenga el talento de Rohmer. A eso se agregan escenas de manifestaciones contra el gobierno, o el desfile del Gay Pride. Nada muy original. Pero eso sirve para anclar el cine de Kechiche en la vida real. Como las escenas de comida, con espaguetis chorreantes, ostras que deben comerse vivas, o personajes que no saben limpiarse con una servilleta. O los invasivos cabellos de Adèle, que nunca han visto un peine.
Los diálogos son vacíos, hasta a los actores les cuesta decir en forma natural estas frases seudo intelectuales sobre Las Relaciones Peligrosas de Laclos, La Vida de Marianne de Marivaux , o Sartre. No se hable de los intercambios cultos de los invitados artistas a la fiesta de cumpleaños de Emma. Pero al menos estos tienen una función: mostrar la diferencia entre los mundos de las dos chicas. Ver a Adèle pasando entre los invitados para proponerles más vino, más pasta o divulgar los secretos de su receta de salsa de tomate, mientras ellos comparan a Klimt con Schiele, prepara la escena siguiente de una Emma macho, tendida en la cama mientras su esposa lava los trastes, para después reprocharle la falta de creatividad de su vida. Lo que anuncia la tonalidad de los meses venideros en la relación.
La ruptura ya está sembrada: las diferencias de edad, de origen social y de cultura van a volverse más fuertes que la pasión. Adèle mostró que no tiene nada que decir sobre lo que le interesa a los amigos de Emma, que, en realidad, no tiene nada que opinar sobre nada. Y Además, nadie le pide su opinión. Ella es, simplemente, la pareja de Emma.
Para colmo, la narración tiene muchos defectos, la línea temporal está llena de huecos, que se pueden llamar intelectualmente elipses. Pero no están nunca explicados. Uno puede suponer que un año pasa entre el primer encuentro y la presentación a las respectivas familias, porque Adèle pasó del secundo al tercer año de prepa. Se puede suponer que varios años de vida conyugal han pasado cuando Adèle es ahora maestra titular. Y se sabe que han pasado tres años entre la ruptura y la tentativa de reconciliación, porque la niña de la nueva pareja de Emma tiene tres años. Todo eso habla de un guion un poco descuidado. ¡Pero es cierto que se va desarrollando un gran trozo de la vida de Adèle!
En su novela gráfica, Julie Maroh hace visibles las dificultades con las que se encuentra un adolescente durante el proceso de descubrimiento de su diversidad sexual. En la cinta, este difícil proceso de aceptación por sí misma y frente a los demás, en particular las amigas adolescentes, se resume a una escena, excelente por cierto, de violencia verbal de parte de las compañeras de escuela, que manifiestan odio y vulgaridad hacia una sexualidad diferente, expresando un explícito asco, expresión en ciertos casos de implícitos celos.
Las escenas explicitas de sexo han sido uno de los temas de las críticas. Es cierto que no son pertinentes ni para el avance de la narración, ni para la profundización del estudio de los personajes o de la relación. Son simplemente visuales. Muy repetitivas en sus enfoques, las posturas parecen hechas más para la satisfacción del camarógrafo, del director o del espectador masculino. O sea porno disfrazado de pasión. Por cierto, resulta poco lógico que una chica en su primer encuentro sexual lesbiano tenga tanta experiencia
Más honesta es Nymphomaniac de Lars von Trier, que plantea que el amor se debe olvidar, y que el placer es lo único que hay que buscar.
Al final de la historia, Adèle, sale, como expulsada del espacio cultural donde reinan Emma y sus amigos, a pesar de su hermoso vestido azul, color de Emma, (“Azul es un color caliente” rezaba el título de la novela gráfica), para alejarse sola, a plena luz de día, en una calle desierta. Lo único que le queda es la escuela donde interpreta el papel de maestra feliz, lejos de los entusiasmos literarios de sus jóvenes años. Adèle no ha aprendido nada. La novela de aprendizaje no ha funcionado. Los personajes del siglo XIX, de Marivaux o Laclos, sí aprendían algo.
Hay que notar que la cinta fue recibido en un silencio total por las comunidades gay, y que las dos intérpretes denunciaron un ambiente de hostigamiento durante el rodaje, difícil, y muchas veces violento, debido a las exigencias del director, con quien, aseguraron, nunca más volverán a trabajar. La reacción de Kechiche fue atacar directamente a Léa Seydoux, calificándola de “niña mimada”. Eso no habla de mucha tolerancia por parte de alguien que pretende ser abierto y liberal.
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