Ficha IMDb
El subtitulo, “Historia alemana de niños” hace entender inmediatamente (aunque aparezca en los créditos en caligrafía alemana antigua (los alemanes siguieron utilizando la escritura gótica hasta los años 50) cual es el tema principal: la educación de los niños en Alemana antes de la primera guerra mundial. Mientras el título hace referencia, en forma casi anecdótica, a una practica educativa: poner en el pelo o alrededor del brazo de un niño un listón de un color simbólico, para recordarle, a él y a los que lo ven, hasta que punto él esta lejos de la pureza deseada.
Educación estricta, según la cual los niños no tienen derecho a la palabra. Y se dirigen a sus padres con formulas llenas de respeto.”Herr Vater”, Señor Padre. Estableciendo de esta manera una distancia. O, mejor dicho, respetando la distancia que los padres han establecido. Esta distancia, este alejamiento se encuentra también en los matrimonios, donde las esposas no tienen ningún derecho a oponerse. Y las relaciones con el Barón (Ulrich Tukur) “dueño” del pueblo, y patrón de de todos los que trabajan sobre sus tierras. Siendo él al mismo tiempo jefe de una familia y de una pareja que funcionan bajo las mismas reglas.
La comunidad en puertas cerradas (pueblo, familia, pequeña empresa, escuela) funciona bajo reglas implícitas, conocidas y aparentemente aceptadas por todos. Hasta el día en que la mecánica deja de funcionar, empezando por la caída del doctor (Rainer Bock) de su caballo, provocada por una cuerda tendida entre dos árboles a la entrada de su jardín. Cuerda que desaparece después. Casi inmediatamente, todos los niños del pueblo están ahí, de pie, silenciosos, y sin embargo con la fuerza de un coro griego.
El relato es llevado en voz off por el antiguo maestro de escuela del pueblo (Christian Friedel) ahora muy viejo. Y resulta un contraste extraño el escuchar una voz de anciano mientras se ve una cara de hombre joven. A todo lo largo de la historia, el se mantendrá como un elemento puro, bueno, que sobrenada sobre la maldad y la violencia que se van generalizando. El, su novia, la inocente Eva ( Leonie Benesch) y el pequeño Gustav (Thibault Sérié), último hijo del pastor.(Burghart Klaussner). Todos los demás, en un momento u otro, se vuelven malos o dejan ver su maldad hasta este momento escondida.
Pero Michael Haneke no muestra la violencia como la enseñó en Funny Games (2008), esta película angustiante a la manera de "Naranja mecánica". Cuando el pastor azota a sus hijos, es atrás de una puerta cerrada, esta misma a la vuelta de un pasillo ; cuando el doctor se acuesta con su hija, todo pasa a nivel simbólico en las explicaciones que la adolescente le da a su hermano menor que los sorprendió. Los agujeros en las orejas, que se padre esta volviendo a abrir para que ella pueda usar los aretes de su madre (esto no está sin recordar la escena de La Joven con el arete de perla(Peter Webber – 2003) cuando Vermeer agujera las orejas de sus sirvienta par ponerle la famosa perla de su esposa.). Violencia simbólica como la del hijo de la muerta decapitando las coles en el jardín del amo. Discurso magníficamente elíptico del pastor a su hijo a propósito de sus prácticas de masturbación. Menos elípticos, los lazos con los cuales se le ata cada noche.
El miedo esta en todas partes. El esposo de la empleada muerta no se atreve a reclamar. Los hermanos no se atreven a desatar a Karl. atado a su cama por mal comportamiento nocturno, ni cuando ven por la ventana que el granero del castillo arde en llamas. La novia tiene miedo de lo que el institutor podría hacerlo si se adentran al bosque para un día de campo. Parece que sienten encima de ellos, en todo momento, el ojo del castigo, buscando la más minima presencia del mal en los actos y los pensamientos.
Pere poco a poco todo se vuelve mas visible: la partera (y que le sirve para todo) le contesta finalmente al doctor et le grita lo repugnante que es; la esposa del barón reivindica en voz alta; la cara del pequeño Karla muestra todas las torturas. Hasta asistimos a la tentativa de ahogamiento de Sigi, hijo del barón.
Silencio, lentitud, largos planos inmóviles que obligan al espectador a soportar la violencia, el sufrimiento, la tensión, hasta el final, hasta el momento en que, finalmente, el director decide cortar. Así nos vuelve pasivos y victimas, nosotros también , de la violencia impuesta. Los actores dan miedo, como podían hacerlo algunos personajes de Bergman. Porque sabemos que son capaces de todo, bajo esta superficie impenetrable. Pero, al mismo tiempo, belleza innegable de los niños. A quienes se les daría “el niño dios sin confesión”
Educación estricta, según la cual los niños no tienen derecho a la palabra. Y se dirigen a sus padres con formulas llenas de respeto.”Herr Vater”, Señor Padre. Estableciendo de esta manera una distancia. O, mejor dicho, respetando la distancia que los padres han establecido. Esta distancia, este alejamiento se encuentra también en los matrimonios, donde las esposas no tienen ningún derecho a oponerse. Y las relaciones con el Barón (Ulrich Tukur) “dueño” del pueblo, y patrón de de todos los que trabajan sobre sus tierras. Siendo él al mismo tiempo jefe de una familia y de una pareja que funcionan bajo las mismas reglas.
La comunidad en puertas cerradas (pueblo, familia, pequeña empresa, escuela) funciona bajo reglas implícitas, conocidas y aparentemente aceptadas por todos. Hasta el día en que la mecánica deja de funcionar, empezando por la caída del doctor (Rainer Bock) de su caballo, provocada por una cuerda tendida entre dos árboles a la entrada de su jardín. Cuerda que desaparece después. Casi inmediatamente, todos los niños del pueblo están ahí, de pie, silenciosos, y sin embargo con la fuerza de un coro griego.
El relato es llevado en voz off por el antiguo maestro de escuela del pueblo (Christian Friedel) ahora muy viejo. Y resulta un contraste extraño el escuchar una voz de anciano mientras se ve una cara de hombre joven. A todo lo largo de la historia, el se mantendrá como un elemento puro, bueno, que sobrenada sobre la maldad y la violencia que se van generalizando. El, su novia, la inocente Eva ( Leonie Benesch) y el pequeño Gustav (Thibault Sérié), último hijo del pastor.(Burghart Klaussner). Todos los demás, en un momento u otro, se vuelven malos o dejan ver su maldad hasta este momento escondida.
Pero Michael Haneke no muestra la violencia como la enseñó en Funny Games (2008), esta película angustiante a la manera de "Naranja mecánica". Cuando el pastor azota a sus hijos, es atrás de una puerta cerrada, esta misma a la vuelta de un pasillo ; cuando el doctor se acuesta con su hija, todo pasa a nivel simbólico en las explicaciones que la adolescente le da a su hermano menor que los sorprendió. Los agujeros en las orejas, que se padre esta volviendo a abrir para que ella pueda usar los aretes de su madre (esto no está sin recordar la escena de La Joven con el arete de perla(Peter Webber – 2003) cuando Vermeer agujera las orejas de sus sirvienta par ponerle la famosa perla de su esposa.). Violencia simbólica como la del hijo de la muerta decapitando las coles en el jardín del amo. Discurso magníficamente elíptico del pastor a su hijo a propósito de sus prácticas de masturbación. Menos elípticos, los lazos con los cuales se le ata cada noche.
El miedo esta en todas partes. El esposo de la empleada muerta no se atreve a reclamar. Los hermanos no se atreven a desatar a Karl. atado a su cama por mal comportamiento nocturno, ni cuando ven por la ventana que el granero del castillo arde en llamas. La novia tiene miedo de lo que el institutor podría hacerlo si se adentran al bosque para un día de campo. Parece que sienten encima de ellos, en todo momento, el ojo del castigo, buscando la más minima presencia del mal en los actos y los pensamientos.
Pere poco a poco todo se vuelve mas visible: la partera (y que le sirve para todo) le contesta finalmente al doctor et le grita lo repugnante que es; la esposa del barón reivindica en voz alta; la cara del pequeño Karla muestra todas las torturas. Hasta asistimos a la tentativa de ahogamiento de Sigi, hijo del barón.
Silencio, lentitud, largos planos inmóviles que obligan al espectador a soportar la violencia, el sufrimiento, la tensión, hasta el final, hasta el momento en que, finalmente, el director decide cortar. Así nos vuelve pasivos y victimas, nosotros también , de la violencia impuesta. Los actores dan miedo, como podían hacerlo algunos personajes de Bergman. Porque sabemos que son capaces de todo, bajo esta superficie impenetrable. Pero, al mismo tiempo, belleza innegable de los niños. A quienes se les daría “el niño dios sin confesión”
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