Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Wednesday, October 9, 2013

Les saveurs du palais (Christian Vincent, 2012) - 5/10

 
 
 
Agradable comedia gastronómica. ¡Una más! Bonita foto, bonita comida, lindas actuaciones. Nada más.
 
 
Aromática ficha IMDb

 
Tal vez la intención sea enseñar la lucha sin posibilidad de ganar de una mujer sola frente a la conjunción de machismo, usos instalados y burocracia. Esta mujer, Hortense Laborie (Catherine Frot), llamada a servir al más alto nivel, en la cocina del presidente de la república, está destinada a fracasar.

Primer enemigo: el equipo del otro lado del túnel: el cocinero Pascal Le Piq (Brice Fournier), segundado por el el pastelero en jefe de la cocina central del palacio de l’Elysée, con su ejército de cocineros y aprendices, con su bodega de provisiones, y con el cuello tricolor, insignia de Mejor Obrero de Francia en su camisa. Nadie podrá quitarles el lugar. Menos una mujer, provinciana, y simple cocinera familiar.
 
Segundo enemigo: la burocracia, en la persona del nuevo encargado del gabinete Jean-Michel Salomé (Laurent Poitrenaux) quien exige justificación por cada ticket de compra.

Pero Hortense tiene sus aliados, el presidente mismo, anónimo ( Jean d'Ormesson), quien la llamó personalmente a Paris, el joven cocinero Nicolas (Arthur Dupont), prestado a Hortense para asistirla y Jean-Marc Luchet (Jean-Marc Roulot) , el mayordomo del presidente.
Pero, obviamente, envidias y contabilidades vencerán a las buenas voluntades y al talento culinario. Y Hortense ira muy lejos para ganarse la vida sin contrariedades, hasta una misión francesa en las Islas Crozet, en tierras australes y antarctiques de Francia, de donde se cuenta su vida du estancia presidencial en flash back mientras acaba su ultimo día de trabajo , con todo y última cena.


Una trama en sí bastante poco original para una historia de ficción, inspirada de la historia real de Danièle Mazet-Delpeuch, cocinera privada de François Mitterrand durante dos años, que no logra ser realmente creíble.

Para empezar, se pretende que el presidente la haya escogido porque quiere volver a los sabores naturales, los de su niñez y su región de origen. Pero la cocina de Hortense dista mucho de lo que cocinan las madres y abuelas de familias normales. Es mucho más sofisticada. Y su búsqueda de productos del terroir la lleva muy lejos. Se trata de una cocina bastante complicada, y muy cara. Los nombres de sus platillos son interminables. Es cierto que los platillos se ven bien. Muy bien fotografiados, se antojan de verdad.

Por otro lado, este presidente es poco creíble. Se le tiene a Jean d’Ormesson mucha admiración por su obra como escritor, biografío de Chateaubriand, novelista, miembro de la Academia Francesa. Sus arrugas y su andar lento pero muy derecho inspiran ternura. Pero, como actor, no la hace. No sabe decir un diálogo, su voz y entonación es monótona, lenta, poco creíble. Además como presidente de Francia, no funciona. Por cierto, en ningún país se elige ya a jefes de estado tan viejos. Parece presidente de la Cuarta República, cuando solamente servían para inauguraciones y cortar listones, antes de que De Gaulle cambiara la constitución en 1958.

Además, ¿como podríamos creer que un presidente que puede mandar a sacar de su granja, lejos en el fondo del sur, a una cocinera desconocida, que puede imponer al jefe de la provincia ir por ella y retrasar un tren, de repente no la pueda imponer a los ejecutivos de su palacio ?

La nutrióloga y el doctor que vienen a imponer la nueva dieta requerida por la edad y el estado de salud del presidente, son caricaturas ridículas de ignorancia. Y los cocineros de la cocina central del palacio presidencial, jefes o asistentes o aprendices, son caricaturas de machitos.

Los encuentros, furtivos o programados, pero siempre prolongados del presidente con su cocinera, en su despacho o en la cocina de ella en la noche, son de lo más estereotipados, como en una película sentimental sobre los amores ancilares de un príncipe con su sirvienta.

Lo que queda es, paradójicamente, las escenas de la nueva vida de Hortense, lejos en el polo sur, en medio de unos hombres rudos, seguramente hambrientos dado sus condiciones de trabajo. Una vida de soledad entre cielo, mar y viento, en un puesto escogido para ganar mucho dinero y poco tiempo, para realizar su sueño: una trufera en Nueva Zelanda. Ahí Hortense ahí encuentra estima, afecto y paz.

Catherine Frot no se luce como lo ha hecho en otras películas pero su joven asistente cocinero bien podría darnos unas sorpresas en los años que vienen.

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