Un drama personal contado por un suegro para justificar a su hijo, y (¿)consolar a su nuera abandonada. Daniel Auteuil es convincente, los demás no tanto y la historia un poco convencional.
Ficha IMDb
Chloé (Florence Loiret-Caille) acaba de ser abandonada por su esposo. No se lo esperaba y se hunde en un estado catatónico, recordando escenas del pasado para tratar de entender. Su suegro, Pierre (Daniel Auteuil) toma la iniciativa de llevarla, con sus dos pequeñas hijas, al chalet de la familia. Es el final del invierno. Todavía hay nieve en las carreteras, y en la vieja casa hace un frío del demonio.
El suegro, en contra del carácter y costumbres que siempre ha mostrado, les permite a las niñas ver televisión todo el día, las lleva a Mac Do, les compra todo lo que quieren. Y, empieza a hablar de sí mismo, de su hermano Paul, muerto a los veintiún años de tuberculosis, después de enrolarse en Indochina por culpa de una pena de amor. Paul amaba los pájaros y las acuarelas, era sensible y artista, todo lo contrario de Pierre.
Pierre se encarga de todo, calienta la casa, cocina, escoge el vino. Y conduce la plática. Cuenta lo que no contó nunca a nadie: su gran amor por Mathilde (Marie-Josée Croze),a quien conoció en una negociación en Hong Kong, donde ella, con su trajecito negro, hizo de traductora. De ahí siguió un romance durante años, en diferentes ciudades al ritmo de los viajes de ambos. Llegó al punto en que él decidió dejar a su esposa Suzanne (Christiane Millet) y empezó a buscar un departamento. Pero la tristeza de su fiel secretaria Geneviève (Geneviève Mnich), abandonada por su esposo, le hizo ver el desastre que su egoísmo estaba por provocar. Se enfermó y estuvo semanas en un estado de casi coma.
Al final de la noche de confesión, Chloé sale al jardín y ve la luz del amanecer. Esta curada. La palabra de su suegro los salvó a ambos.
La novela de Ana Gavalda, llena de humor, sabe decir con palabras sencillas las cosas simples y profundas que hacen reflexionar sobre las riquezas de la vida, y las trampas que nos ponemos a nosotros mismos para complicarnos y eviternos ser simplemente felices.
La adaptación decide centrarse sobre el personaje del suegro, talvez por la sencilla razón que Daniel Auteuil es un gran actor. Concentra el relato de en una noche, frente a una Chloé entre indiferente y agresiva. La novela opta por el punto de vista de Chloé, sur elación con sus hijas, sus recuerdos, su rutina en la casa de la montaña, a lo largo de varios días, con pláticas de cena y sobremesa. Las revelaciones de Pierre van progresando, como la relación entre suegro y nuera, porque él ya había sentido en ella algo diferente de la hipocresía de su propia familia. Habla para consolarla, para animarla y darle a entender que tal vez el abandono de es lo mejor que podía pasarle porque la va a obligar a vivir según sus propias capacidades, deseos, sus talentos. Él sacrifica su secreto al servicio de ella. Inclusive, la última noche es culminante por las condiciones de la casa: un corte de electricidad los obliga a usar cobertores extra, prender fuego en la chimenea y alumbrarse con velas, creando una intimidad propicia.
En la cinta, Pierre es más bien un egoísta que necesita deshacerse del recuerdo, para aliviarse.
Otro detalle: el gran amor de Pierre, Mathilde, ni siquiera es hermosa, seductora sensual. No tiene nada extraordinario. ¿Será voluntad de la directora, para mostrar que las grandes pasiones son producto de la una visión deformada de la realidad? ¿O simplemente que su presupuesto no lo alcanzaba para tener una actriz más adecuada? A la reflexión, Zabou Breitman puso al esposo Adrien solo bajo la forma del casi adolescente cuando lo conoció Chloé, interpretado por Antonin Chalon, su propio hijo. Esto confirma que se construyó un equipo de secunda alrededor del único actor de primera, Daniel Auteuil.
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