Una mezcla de premonición y reencarnación, que llega a ser un poco complicada de entender, pero muy mucha buena voluntad de parte de intérpretes, efectos especiales y sobre todo edición.
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Nueva York, gran hall de la estación central. Acercamientos sobre pies, manos, una pistola. La gente corre hacia su andén, anuncian trenes, una pareja se vuelve a encontrar, un hombre lee su periódico, una embarazada espera. Bruscamente todo se acelera, la gente grita y se tira al piso, la policía interviene. Un hombre y una mujer mueren. La manecilla del enorme reloj central llega al siguiente minuto: las 2:22.
Mañana en un loft de soltero: rutina de ejercicios, regadera, desayuno saludable, salida en bicicleta, saludo al portero, pedaleo arriesgado en las calles, tren de la estación central hasta el aeropuerto JFK. Dylan Michiel Huisman) es controlador aéreo. El trabajo del equipo es sumamente rápido y concentrado, los aviones dibujan en el cielo un verdadero ballet, figuras que se parecen a las constelaciones que el padre de Dylan le explicaba cuando era pequeño.
La misma rutina se repite todos los días, casi igual.
El cumpleaños de Dylan se acerca. Sus amigos organizan una fiesta y su ex novia le regala dos entradas para un espectáculo de ballet aéreo.
Ese día, la rutina se altera ya que en el momento de guiar un avión, Dylan tiene un momento de ausencia, viendo patrones en el cielo. Un avión que aterriza va a entrar en colisión con uno que despega. En el último segundo, Dylan da la orden correcta y los aviones casi se rozan. Son las 2:22.Obviamente Dylan ,quien ha puesto en peligro la vida de 900 personas, está suspendido.
En el teatro, se encuentra con una maravillosa mujer, Sarah (Teresa Palmer) .Las horas y días siguientes les reservan muchas sorpresas: nacieron el mismo día, el 10 de abril de 1986, ella estaba en el avión de Chicago que estuvo a punto de estrellarse, trabaja en una galería de arte que expone la obra de su ex novio Jonas (Sam Reid) quien le regalo un extraño pendiente.
La vida de Dylan desempleado empieza a llenarse de coincidencias extrañas: todos los días se encuentra, exactamente a la misma hora, con los mismos eventos o las mismas personas. Y todo lo lleva al gran hall de la estación central a las 2:22.Pero, más extraño, el holograma creado por Jonas en su exposición recrea todas las coincidencias vividas por Dylan. Un paquete de cartas encontradas en su techo y la investigación sobre un asesinato en Grand Central lo llevan a entender que Sarah y el son la reencarnación de la pareja que murió ahí a las 2:22 del día en que ellos nacieron, y que el triángulo amoroso con Jonas los va a llevar al mismo destino.
La historia resulta un poco complicada sobre todo porque toma mucho tiempo para poner todos los elementos. Sin embargo hay que reconocerle una interpretación bien llevada por parte de los actores protagonistas, una ambientación muy agradable en un Nueva York en la onda joven intelectual. Pero sobre todo, lo que llama la atención son las escenas del tráfico aéreo en JFK que dejan al espectador con la duda de si volverá a subirse a un avión. Dos secuencias impresionan, una por su edición, que es la rutina cada vez más acelerada de las mañanas de Dylan; la otra es la presentación en 3D de Jonas en la exposición, donde todos los personajes actuales están mezclados, inmergidos en la recreación progresiva de la entrada en Grand Central hasta el momento del crimen pasional, en un nacimiento progresivo de líneas blancas en un espacio totalmente negro.
Si la historia se antoja un poco jalada de los pelos, hay que reconocer que la realización es bastante honesta y proporciona un buen momento de suspenso e intriga.
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