Lindo melodrama para sacarles unas lágrimas a las señoritas. Una cinta limpia, suave, falsa y entretenedora. Paso a la posteridad sobre todo porque durante el rodaje se conoció una de las parejas de ensueño: Romy Schneider y Alain Delon.
Ficha IMDb
En la Viena de 1906, como bien se sabe, todo mundo baila el vals. Los restaurantes campestres de Grinzing son lugar de encuentros y romances. Ahí dos amigas, Mizzie (Sophie Grimaldi) y Christine Weiring (Romy Schneider) conocen a unos apuestos militares. Mizzie es alegre y libre, Christine, más reservada, está comprometida con Josef Binder (Jacques Duby), un compositor sin éxito, torpe, y que ni siquiera sabe bailar. Ella, hija de un chelista (Fernand Ledoux) de la orquesta de la Opera, sueña con ser cantante.
Theo Kaiser (Jean-Claude Brialy) es el jefe de un grupo de cuatro oficiales, dedicados a disfrutar de la vida: vino, cartas y doncellas. Su magnífico uniforme rojo les da un porte irresistible. Franz Lobheiner (Alain Delon) sigue en una relación con una mujer casada y muy rica, la Baronesa Lena Eggersdorf (Micheline Presle) pero busca como salirse de esta situación que ya lo está aburriendo.
Un poco por azar, un poco para cubrir a Theo y Mizzie, Franz y Christine empiezan a pasar tiempos juntos, y a enamorarse. Cuando las cosas se ponen serias y Franz piensa en casarse, su relación con la baronesa es descubierta al baron Eggersdorf (Jean Galland) por uno de sus amigos, Wimmer (François Chaumette), pretendiente rechazado por la baronesa. Las reglas del honor exigen que el esposo provoque en duelo al amante. Al enterarse de la muerte de su amor, la joven se precipita del balcón por el cual veía pasar cada mañana a su enamorado a la cabeza de su regimiento.
Todo acaba en una doble muerte como Romeo y Julieta, la ópera que Christine no quiera ver ya que el final le parecía demasiado triste.
La cinta es adapta de la obra Libelei de Arthur Schnitzler, ya adaptada por Max Ophuls (1933) con Magda Schneider, madre de Romy, en el papel que retomaría su hija. La cinta de Gaspard-Huit fue para esta la oportunidad para librarse de Sissi, el personaje que la volvió famosa en el mundo entero. Le habían propuesto una pequeña fortuna para rodar un cuarto episodio de la historia de la emperatriz austriaca, pero Romy Schneider lo rechazó y se deshizo de la protección de su madre.
Se puede considerar a Christine como un paso intermedio antes de los grandes papeles, sobre todo en Francia, que revelan la gran actriz que fue Romy.
Christine tiene todos los ingredientes del drama romántico: personajes jóvenes y atractivos, hermosos trajes, linda música, narración sencilla y sentimientos fáciles de descifrar. Una complicidad profundad entre caracteres opuestos: Théo y Franz, Mizzie y Christine, una sola figura “adulta” interpretada por Fernand Ledoux, lleno de bondad y comprensión, un padre para todos.
Viena sirve de marco con sus calles angostas, sus casitas, sus pavimentos, sus cafés al aire libre, su Grinzing para tomar vino ligero y bailar vals. La música impregna toda la cinta, desde el obligado vals de Strauss, pasando por el Ave Maria en la voz pura de Christine, hasta el Beethoven dramático del final.
La juventud y la belleza de los protagonistas son un encanto, a pesar de un doblaje espantosamente pueril de Romy Schneider.
Pero, a pesar del “color “local vienes, la cinta es francesa y lo deja sentir. Vals, callecitas y cafés vieneses no esconden una estética del cine realista de los 40 – 50’s. El paseo en lancha de Franz y Christine parece copiado de Une partie de campagne de Jean Renoir (1946) y la presencia de Jacques Duby, revelado por su papel del enfermizo esposo de Thérèse Raquin de Marcel Carné (1953), y de Fernand Ledoux , actor habitual de Jean Grémillon ( Remorques -1941),Christian-Jaque (L'Assassinat du Père Noël -1941), Carné (Les Visiteurs du soir -1942), Le Chanois ( Les Misérables - 1958) refuerza esta impresión.
Los muebles bávaros y las flores del balcón parecen falsos en esos cuartos tan parecidos a todas las casas y departamentos del cine de Renoir y sus colegas.
Pero el espectador, incorregible romántico, se deja llevar por la historia de estos inocentes del amor, por la belleza de los actores. Hasta sonríe cuando el realizador le guiña el ojo al poner a Christine en la misma función de opera que Sissi y Franz-Josef. Claro que no en el mismo balcón.
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