Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Tuesday, December 26, 2017

Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975) - 9,5/10

A
partir de una novela del siglo diez y nueve sobre un personaje despreciable y anti heroico, Kubrick realiza una obra de arte excepcional. A pesar de su muy larga duración logra encantar al espectador con unas imágenes más hermosas cada una que la anterior.

Ficha IMDb

La acción empieza en Irlanda en el siglo XVIII. Una voz off de narrador nos guía para entender los orígenes del protagonista. Redmond Barry (Ryan O’Neal): es un joven, guapo, pero no tan inteligente, trabajador o decidido como se podría esperar de un huérfano para quien su madre Belle (Marie Kean), ha peleado y trabajado muy arduamente, ahorrando para garantizarle un porvenir, estudios tal vez. Viven en el campo, pero Barry lleva una vida agradable, preocupado sobre todo por la hermosa Nora Brady (Gay Hamilton) su prima de quien está enamorado.  Por estas tierras pasa un regimiento con gran talento musical que hace una demostración muy apreciada por los habitantes. Sobre todo, la elegancia de su capitán al frente de las maniobras y la agilidad y sentido del ritmo que demuestren el baile que sigue seducen a la joven.

Barry siente que su amada se le está escapando, hace pataletas, berrinches y escenas de celos, al punto de ofender en público al nuevo pretendiente, ya aceptado por la madre. En el duelo, mata al capitán Quinn (Leonard Rossifer) y se ve obligado a huir de su pueblo ya que los duelos son ilegales. Con toda la pobre fortuna de su madre en sus bolsillos, se aleja sobre su caballo. Desde du primera etapa en un albergue, será identificado por el gran bandido Feeney (Arthur O’Sullivan) como posible presa, y unos kilómetros más lejos atacado en pleno bosque y desposeído de su caballo y de su dinero. lo único que le queda será alistarse en el ejército británico lo que lo lleva al continente para pelear contra los franceses en la guerra de Siete Años. En el camino, se entera por un amigo que no mato a nadie ya que el duelo fue trucado por forzarlo a huir y dejar terreno libre para que su amada restaure la fortuna familiar al casarse con el capitán Quinn.

Como no es un ejemplo de valor militar, Barry escapa a la primera oportunidad, tomando la identidad y el caballo de un oficial. después de unos días de felicidad en una granja en compañía de una viuda, decide seguir con la misión de mensajero que tenía el oficial, camino a Holanda, país neutral.  Desgraciadamente será descubierto por un oficial prusiano, el capitán Potzdorf (Harry Krüger) quien le dará la opción: fusilamiento o ejercitó prusiano. Los sufrimientos de Barry bajo la férrea disciplina militar prusiana se parecen muchísimo a los sufrimientos del joven Candide de Voltaire. Al acabarse la guerra, Barry se queda al servicio de Potzdorf quien, a petición de su tío ministro de policía, lo ubica con el Chevalier de Balibari (Patrick Magee), jugador tramposo sospechado de espionaje. Pero Barry escoge pronto su partido. Huye con el jugador, juntos recorren las cortes europeas, ganan mucho a base de trampas. A los que quieren escapar de sus deudas, Barry los desafía en duelos.

Pero Barry quiere sentar cabeza. Para eso nada mejor que la joven esposa de un rico y viejo conde (Marisa Berenson). Cuando Sir Charles de Lyndon (Frank Middlemass), muere de tristeza al enterarse del adulterio, Barry puede por fin casarse, y por fin ser rico.

Con su esposa, a quien maltrata con desprecios y engaños, con el hijo del primer matrimonio, Lord Bullingdon (Dominic Savage) que lo odia, el reverendo Runt (Murray Melvin) tutor y consejero espiritual, Barry vuelve a Inglaterra donde obtiene del rey el permiso de llamarse Lindon. Pero sabe que la fortuna no es suya y que no heredará nada. Para eso debe conseguir un título nobiliario. Sus intentos se verán manchados por su violencia abierta hacia su hijastro. Su amor por su hijo Bryan Patrick no impide la caída progresiva de Barry. Acaba con su madre, amputado de una pierna, alcohólico y dependiente de la renta que le sirve su esposa bajo órdenes de Lord Bullingdon ahora adulto (Leon Vitali ) con la condición de mantenerse alejado.

Totalmente fiel al espíritu del siglo XVIII, esta cinta se inscribe en la línea de los personajes destinados al fracaso que encuentran, por azar, un destino extraordinario. Muestra de los cambios en las sociedades y en las mentes, sus anti héroes anuncian las grandes transformaciones, las revoluciones, las independencias, el reemplazo de la clase aristocrática por la burguesa. En este gran movimiento, caótico en apariencias, algo está buscando su lugar. Barry es un “pícaro”, en el sentido literario de la palabra. Viene de abajo de la sociedad, el dinero es un valor fundamental para el por la sencilla razón de que no tiene. Son los azares de los encuentros y las circunstancias lo que van a dibujar su destino. Tiene además una apariencia agradable y un real talento para fingir, y asir la suerte al vuelo. Es el hermano de Gil Blas de Santillane en la novela de Lesage, del Figaro de Beaumarchais , de Jacques el Fatalista de Diderot. Aprovecha sus encantos como Manon Lescaut, sabe mentir, sabe fingir. A veces, la verdad, o la justicia, lo alcanza, pero siempre vuelve a caer en su camino ascendente. Bueno y generoso no es. Culto tampoco. Es el símbolo de las clases que suben. La aristocracia le sirve de modelo, de meta a alcanzar, para utilizarla y ocupar su lugar, y, si se puede, manipular su dinero y sus influencias.

Este retrato de un hombre, de un modelo romanesco, Kubrick lo pone en el entorno que le corresponde a la perfección. Desde el uso de la música de la época, en particular las músicas de guerra, hasta la reconstitución de los ropajes, los interiores, los movimientos de Los ejércitos. La cinta es una lección de historia en acción.

Pero, sobre todo, es una recreación de la pintura de la época. Los paisajes salen de Gainsborouh, de Constable, las escenas de interiores de Hoghart o de las “scènes de genre” de Greuze o Chardin, que Diderot apreciaba tanto y para las cuales inventó el género literario de la crítica de arte en sus Salones.

La perfección de la imagen, los colores de los cielos, de los pastos, los caballos., las texturas de las telas, de los cabellos, dan ganas de acercar la mano para tocar, de pausar la imagen para estudiar los detalles. Todas las excentricidades del siglo XVIII, las fiestas y los lujos antes de la erupción del volcán, están presentes. Los paseos lentos en jardines cuidados al centímetro, la presencia del confesor de la familia, compañero de fiestas más que tutor moral, los engaños, las infidelidades. Es la pintura de un mundo que va a desaparecer pocos años después y, sin saber bien a bien porque, los personajes se apresuran a disfrutar los últimos placeres.

Kubrick espero varios años para realizar esta cinta, tal vez la más hermosa de su obra, porque la tecnología no le daba todavía la posibilidad de rodar con la luz auténtica de las velas. Se utilizaron candelabros de sesenta y diez velas, complementadas a veces por candelabros de cinco o seis velas sobre las mesas. Eso produce una luz tenue, en un claro oscuro digno de los maestros pintores de la época.

La interpretación de Ryan O’Neal, expresión corporal y facial, tono de voz, ponen en evidencia la falta de carácter del personaje, su vacío emocional y moral. Barry Lyndon es un cascarón. Se llena y se vacía según los encuentros y las circunstancias. No tiene valor en sí.

Kubrick encontró en el siglo de las apariencias y de los juegos de engaños, el mundo teatral por excelencia. Barry Lyndon es la cinta de los excesos, empezando por el exceso de belleza, es barroca, es sofisticada. Es perfecta.


La violencia de la guerra, de los celos, de las combinaciones financieras o políticas, se envuelve en telas suntuosas, en luces radiosas. Es todo el arte de la superficialidad que desaparecerá en los destellos revolucionarios.

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