A
partir de una novela del siglo diez y nueve sobre un
personaje despreciable y anti heroico, Kubrick realiza una obra de arte excepcional.
A pesar de su muy larga duración logra encantar al espectador con unas imágenes
más hermosas cada una que la anterior.
Ficha
IMDb
La
acción empieza en Irlanda en el siglo XVIII. Una voz off de narrador nos guía
para entender los orígenes del protagonista. Redmond Barry (Ryan O’Neal): es un
joven, guapo, pero no tan inteligente, trabajador o decidido como se podría
esperar de un huérfano para quien su madre Belle (Marie Kean),
ha peleado y trabajado muy arduamente, ahorrando para
garantizarle un porvenir, estudios tal vez. Viven en el campo, pero Barry lleva
una vida agradable, preocupado sobre todo por la hermosa Nora Brady (Gay Hamilton)
su prima de quien está enamorado. Por
estas tierras pasa un regimiento con gran talento musical que hace una
demostración muy apreciada por los habitantes. Sobre todo, la elegancia de su
capitán al frente de las maniobras y la agilidad y sentido del ritmo que
demuestren el baile que sigue seducen a la joven.
Barry siente que su amada se le está escapando, hace pataletas,
berrinches y escenas de celos, al punto de ofender en público al nuevo
pretendiente, ya aceptado por la madre. En el duelo, mata al capitán Quinn (Leonard
Rossifer) y se ve obligado a huir de su pueblo ya que los duelos son ilegales.
Con toda la pobre fortuna de su madre en sus bolsillos, se aleja sobre su
caballo. Desde du primera etapa en un albergue, será identificado por el gran bandido
Feeney (Arthur O’Sullivan) como posible presa, y unos kilómetros más lejos
atacado en pleno bosque y desposeído de su caballo y de su dinero. lo único que
le queda será alistarse en el ejército británico lo que lo lleva al continente
para pelear contra los franceses en la guerra de Siete Años. En el camino, se
entera por un amigo que no mato a nadie ya que el duelo fue trucado por
forzarlo a huir y dejar terreno libre para que su amada restaure la fortuna
familiar al casarse con el capitán Quinn.
Como no es un ejemplo de valor militar, Barry escapa a
la primera oportunidad, tomando la identidad y el caballo de un oficial.
después de unos días de felicidad en una granja en compañía de una viuda,
decide seguir con la misión de mensajero que tenía el oficial, camino a
Holanda, país neutral. Desgraciadamente
será descubierto por un oficial prusiano, el capitán Potzdorf (Harry Krüger) quien
le dará la opción: fusilamiento o ejercitó prusiano. Los sufrimientos de Barry
bajo la férrea disciplina militar prusiana se parecen muchísimo a los
sufrimientos del joven Candide de Voltaire. Al acabarse la guerra, Barry se
queda al servicio de Potzdorf quien, a petición de su tío ministro de policía,
lo ubica con el Chevalier de Balibari (Patrick Magee), jugador tramposo
sospechado de espionaje. Pero Barry escoge pronto su partido. Huye con el jugador,
juntos recorren las cortes europeas, ganan mucho a base de trampas. A los que
quieren escapar de sus deudas, Barry los desafía en duelos.
Pero
Barry quiere sentar cabeza. Para eso nada mejor que la joven esposa de un rico
y viejo conde (Marisa Berenson). Cuando Sir Charles de Lyndon (Frank Middlemass),
muere de tristeza al enterarse del adulterio, Barry
puede por fin casarse, y por fin ser rico.
Con
su esposa, a quien maltrata con desprecios y engaños, con el hijo del primer matrimonio,
Lord Bullingdon (Dominic Savage) que lo odia, el reverendo Runt (Murray Melvin)
tutor y consejero espiritual, Barry vuelve a Inglaterra donde obtiene del rey el
permiso de llamarse Lindon. Pero sabe que la fortuna no es suya y que no heredará
nada. Para eso debe conseguir un título nobiliario. Sus intentos se verán manchados
por su violencia abierta hacia su hijastro. Su amor por su hijo Bryan Patrick no
impide la caída progresiva de Barry. Acaba con su madre, amputado de una pierna,
alcohólico y dependiente de la renta que le sirve su esposa bajo órdenes de
Lord Bullingdon ahora adulto (Leon Vitali ) con la condición de mantenerse
alejado.
Totalmente
fiel al espíritu del siglo XVIII, esta cinta se inscribe en la línea de los
personajes destinados al fracaso que encuentran, por azar, un destino
extraordinario. Muestra de los cambios en las sociedades y en las mentes, sus
anti héroes anuncian las grandes transformaciones, las revoluciones, las independencias,
el reemplazo de la clase aristocrática por la burguesa. En este gran movimiento,
caótico en apariencias, algo está buscando su lugar. Barry es un “pícaro”, en
el sentido literario de la palabra. Viene de abajo de la sociedad, el dinero es
un valor fundamental para el por la sencilla razón de que no tiene. Son los
azares de los encuentros y las circunstancias lo que van a dibujar su destino.
Tiene además una apariencia agradable y un real talento para fingir, y asir la
suerte al vuelo. Es el hermano de Gil Blas de Santillane en la novela de Lesage,
del Figaro de Beaumarchais , de Jacques el Fatalista de Diderot. Aprovecha sus
encantos como Manon Lescaut, sabe mentir, sabe fingir. A veces, la verdad, o la
justicia, lo alcanza, pero siempre vuelve a caer en su camino ascendente. Bueno
y generoso no es. Culto tampoco. Es el símbolo de las clases que suben. La
aristocracia le sirve de modelo, de meta a alcanzar, para utilizarla y ocupar
su lugar, y, si se puede, manipular su dinero y sus influencias.
Este
retrato de un hombre, de un modelo romanesco, Kubrick lo pone en el entorno que
le corresponde a la perfección. Desde el uso de la música de la época, en
particular las músicas de guerra, hasta la reconstitución de los ropajes, los
interiores, los movimientos de Los ejércitos. La cinta es una lección de
historia en acción.
Pero,
sobre todo, es una recreación de la pintura de la época. Los paisajes salen de Gainsborouh,
de Constable, las escenas de interiores de Hoghart o de las “scènes de genre”
de Greuze o Chardin, que Diderot apreciaba tanto y para las cuales inventó el
género literario de la crítica de arte en sus Salones.
La
perfección de la imagen, los colores de los cielos, de los pastos, los
caballos., las texturas de las telas, de los cabellos, dan ganas de acercar la
mano para tocar, de pausar la imagen para estudiar los detalles. Todas las
excentricidades del siglo XVIII, las fiestas y los lujos antes de la erupción
del volcán, están presentes. Los paseos lentos en jardines cuidados al centímetro,
la presencia del confesor de la familia, compañero de fiestas más que tutor
moral, los engaños, las infidelidades. Es la pintura de un mundo que va a
desaparecer pocos años después y, sin saber bien a bien porque, los personajes
se apresuran a disfrutar los últimos placeres.
Kubrick
espero varios años para realizar esta cinta, tal vez la más hermosa de su obra,
porque la tecnología no le daba todavía la posibilidad de rodar con la luz
auténtica de las velas. Se utilizaron candelabros de sesenta y diez velas,
complementadas a veces por candelabros de cinco o seis velas sobre las mesas.
Eso produce una luz tenue, en un claro oscuro digno de los maestros pintores de
la época.
La
interpretación de Ryan O’Neal, expresión corporal y facial, tono de voz, ponen
en evidencia la falta de carácter del personaje, su vacío emocional y moral.
Barry Lyndon es un cascarón. Se llena y se vacía según los encuentros y las
circunstancias. No tiene valor en sí.
Kubrick
encontró en el siglo de las apariencias y de los juegos de engaños, el mundo
teatral por excelencia. Barry Lyndon
es la cinta de los excesos, empezando por el exceso de belleza, es barroca, es
sofisticada. Es perfecta.
La
violencia de la guerra, de los celos, de las combinaciones financieras o políticas,
se envuelve en telas suntuosas, en luces radiosas. Es todo el arte de la
superficialidad que desaparecerá en los destellos revolucionarios.
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