Un sueño de película. Da para reír, sorprenderse,
enternecerse. Es una obra de arte y de imaginación. A pesar de ser adulto, uno
no se aburre porque se va de sorpresa en sorpresa. Es amor a México y sus
tradiciones. Pero también es amor al país de la infancia de cada uno, aun si no
es tan colorido como México, porque está hecho de todos los recuerdos que nos
construyen y nos dan raíces.
Ficha IMDb
La historia de la familia desfila en un prologo de papel
picado, estos papeles de colores, ligeros como el viento, que se cuelgan
atravesando las calles días antes del Primero de noviembre: los ancestros, Imelda,
su esposo el musico y su pequeña hija, como se amaron, como el padre se fue en
busca de la fama musical, y la madre abandonada tuvo que trabajar para mantener
a la niña. Hasta llegar a las generaciones que viven todavía, juntas bajo el
mismo techo, en este pueblito feliz llamado Santa Cecilia. Para escapar de la
maldición que trae el arte, en particular la música, se pusieron a hacer
zapatos. El mayor de la última generación todavía no los fabrica, pero sí los
bolea, en el zócalo del pueblo. Aunque, a sus 12 años, sueñe con cantar. Por
cierto, se llama Miguel Rivera (Luis Ángel Gómez Jaramillo), no Coco.
Mama Coco (Elena Poniatowska) es la más vieja de la
familia. Es muy, muy vieja. Vive en su mecedora y, a pesar de ya no moverse, ya
no hablar, ya no entender nada ni acordarse de nada, participa en todas las
actividades. Su cara llena de arrugas y su cuerpo encorvado están de todas las
aventuras de Miguelito, aun cuando juega a las luchas, con su mascara del
Santo.
La que domina la casa es Abuelita (Angelica Maria), una
mujer fuerte, a quien nadie ni nada se atreve a oponerse, sobre todo cuando
viene armada de su chancla amenazadora y a veces voladora. En estos días se
dedica a la preparación de la ofrenda de muertos. Las fotos de todos están ahí,
las flores de cempasuchil, los platillos que amaban los muertos. De paso se explica,
para los que no lo conocen, o sea, para el mundo entero, el significado de este
ritual tan arraigado en México.
Al bolear los zapatos de un mariachi de traje azul (Jaime
Lopez), Miguelito se deja ir a unas confidencias : quiere cantar pero su
familia se lo prohíbe. El mariachi le sugiere participar en el concurso que
tendrá lugar esta noche. Pero al niño le falta una guitarra. Hurgando en el ático,
en medio de las reliquias del gran cantante Ernesto de la Cruz (Marco Antonio Solis),
su ídolo, llega a la conclusión que tal vez él es el bisnieto del famoso
cantor. La decisión está tomada: tomará prestada la guitarra del monumento en
la capilla de la iglesia.
A partir de ese momento, la historia cambia de mundo. Miguel
ha hecho contacto con la tierra de los muertos. Los demás vivos ya no lo pueden
ver. Pasado el inmenso puente anaranjado
de cempasuchil, entra a un universo donde detalles de la vida de aquí se
transforman con humor, colores y creatividad. Va de sorpresa en sorpresa y el
espectador de sonrisa en sonrisa. Sin olvidar unas cuantas lágrimas. Ahí el niño conocerá a mucha gente, se hará amigos,
como el genial Hector (Gael Garcia Bernal) con quien tiene un cierto parecido. Los muertos de su familia lo ayudarán a resolver
obstáculos para llegar a su ídolo y volver al mundo de los vivos. Pero también
aprenderá algunas verdades sobre los adultos y volverá un poco mas maduro de su
viaje de una noche.
El vivo y los muertos darán cada uno lo que pueden dar y recibirán
lo que anhelan. La reunión del 2 de noviembre será posible. El altar de
Abuelita tendrá sus invitados. Pero, sobre todo, Coco saldrá de su aislamiento
y recordará a su padre, Miguel sabrá al fin quien fue su bisabuelo. Y la vida
podrá seguir en una familia feliz y apoyada en los que se fueron, pero siguen
vigilando y protegiendo.
Es un cuento, con todas las etapas en regla. Es una
estampa mexicana, es una cinta que da ganas de recordar, los momentos con los
que se fueron, lo que nos dieron, lo que les debemos. Hasta alienta a poner su
ofrenda para los que nos dejaron, para ser parte de una familia, de una
cultura, aunque sea de adopción. Coco nos
enseña que no estamos solos. Que seguiremos vivos, mientras alguien se acuerde
de nosotros. Es la moraleja necesaria a todo cuento. Y la belleza de los
dibujos, lo divertido de las situaciones y los diálogos son entendibles en el
mundo entero.
Pero Coco es también
un homenaje a la cultura popular mexicana y ahí reside un peligro. Se trata de
las referencias de los adultos mexicanos, los que han visto películas de Cantinflas,
que saben de memoria las canciones y los papeles de Pedro Infante, de Jorge
Negrete, que vieron películas del cine de oro. Los demás, los extranjeros, los jóvenes,
no verán en Ernesto de la Cruz a Pedro Infante, o Jorge Negrete, ni en mama
Imelda a una diva de los 40’s como Maria Felix. La tierra de los muertos les parecerá
maravillosa, fantasiosa, pero tal vez no sabrán reconocer las referencias a los
muralistas, a José Guadalupe Posada y sus calaveras, a las calles de Guanajuato
con sus balcones y sus galerías subterráneas, a los alebrijes, a todos esos
detalles que son recuerdos no de una persona o de una familia, pero de un
pueblo. Como los individuos, las culturas se van construyendo sobre los recuerdos.
Sí es una cinta gringa, sí es Pixar con sus millonadas. Si
tiene significado político cuando Estados Unidos tienen a su cabeza un señor
qui califica a los mexicanos como ladrones, violadores y todo tipo de
criminales. Pero se hizo un trabajo exhaustivo de investigación, de inmersión
en Mexico, pasando meses en Morelia, Guanajuato, Oaxaca, lugares claves para
las celebraciones de Muertos. El resultado es tan perfecto que uno reconoce el
pueblo porque ya lo visitó en Michoacán, la abuelita chancluda porque es el
resumen de todas las abuelas mexicanas, los puestos del tianguis porque los ve
a la vuelta de la esquina. El dibujo es impecable, las flores de cempasúchil son
perfectas de color y de textura, el traje de terciopelo del mariachi se toca,
su sonrisa y sus ojos tristes atraen un besote, las arugas de Mama Coco son
impresionantes de detalles y dan ganas de pasar el dedo para contarlas.
El reparto de voces es de lujo. Para la versión mexicana, que sale un mes antes que en Estados Unidos, por obvias razones de calendario, nada menos que la escritora Elena Poniatowska como Coco, Hector Bonilla como los dos hermanos Tío Oscar y Tío Felipe, Gabriel Garcia Bernal como Hector, Angelica Vale como Mama Imelda, pero también la gran actriz Ofelia Medina, el escritor Juan Villoro, la cantante Eugenia León, o sea referencias culturales del México de hoy.
La música mezcla temas tradicionales, conocidos de memoria por cada espectador, con temas originales, que encajan perfectamente bien. Como una puesta en abismo, la cinta que habla de la memoria activa la memoria del espectador. Cada uno encuentra, en un momento u otro, algo que lo lleva a un recuerdo, a una persona. Coco, con la acción simultanea de sonidos, imágenes, colores, referencias, nos hace el mismo efecto que a Mama Coco; nos despierta, nos enternece, nos hace sonreír. Y tal vez, nos hace mas fuertes.
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