El
clásico de Agatha Christie, de todos conocido, vuelve a la pantalla con un
nuevo Hercule Poirot, más belga que nunca en su hablar, su bigote y sus manías.
Una adaptación muy cuidada, con una pléyade de actores famosos pero que
decepciona un poco sin que se sepa exactamente por qué.
Ficha IMDb
La verdadera intriga
empieza después de un prólogo ágil, en una estructura al estilo James Bond, destinado
a enseñar de una buena vez el talento de deducción del detective. Hercule
Poirot pertenece a la familia de los detectives inteligentes, los que llegan a
la solución por su poder de deducción. Como Sherlock Holmes, es hijo de Dupin y
de los asesinatos de la Calle Morgue, nacidos de la mente un tanto torcida de
Edgar Allan Poe en 1841. No se interesan mucho en las personas, que
generalmente consideran inferiores, pero observan todos los detalles
materiales. Y si Poirot tiene nacionalidad belga, no se puede olvidar que su
creadora es inglesa.
El prólogo permite
también familiarizarse con las nuevas características del belga interpretado
por Kenneth Branagh, su bigote, su cultura, su perfecta educación y su poder de
seducción con las damas. Es mucho más humano y atractivo que los anteriores
Poirot, el de David Suchet y él de Peter Ustinov, que se volvían insoportables
bastante rápido.
Puesto en el Expreso de
Oriente, en el invierno de 1934, por su amistad con el joven Bouc (Tom Bateman),
director del tren, ya que lo llaman de urgencia a Londres, está decidido a
pasar un viaje tranquilo y a disfrutar de los lujos
En el mundo cerrado del
tren, encuentra unos ejemplares de la condición humana en sus diversas
nacionalidades, niveles culturales y sociales. Cuando se descubre el crimen, ya
tiene hechas unas observaciones preliminares. Como el espectador ya conoce la
solución al crimen, el suspenso es imposible. Todo lo que queda es disfrutar
del reparto, prestigioso como el de la gran cinta anterior, la de Sidney Lumet(1974). Hay viejos valores reconocidos como Judy Dench o Michelle Pfeiffer, hay
algunos excéntricos como Johnny Depp o William Dafoe, hay jóvenes como Sergei
Pulonim. Josh Gad, Leslie Odom Jr. y Daisy Ridley. Casi todos sobreactúan con
gusto y, para el gusto del espectador.
Todos tendrán su escena,
en la cual podrán dar muestra de todo su talento. Brillan particularmente
Johnny Depp, en su papel del malvado, y Michelle Pfeiffer, quien sabe ahora
interpretar las bellezas de edad un poco más avanzada, pero con una belleza
inalterable. Esta distribución, muy cuidada, permite jugar con las
nacionalidades de los actores, después de algunas modificaciones al libro, manteniendo
un alto nivel de talento.
El ambiente que debería
volverse angustiante por la claustrofobia que genera el estar juntos en un
espacio reducido, con un muerto y un criminal, se ve abierto por unas escenas
de exterior, en medio de una nieve de un blanco deslumbrante, y por unas tomas
interesantes, desde arriba, que aumentan una dimensión a las líneas
horizontales de los pasillos. Algunas escenas mas movidas modernizan el estilo
y los interrogatorios llevados en partes distintas del tren, hacen pasar un
aire casi fresco, un alivio al encierro, que se podría objetar a esta
adaptación. La cinta de Lumet iba en el sentido contrario y encerraba al
espectador con los sospechosos, bajo al mirada severa e inquisitiva del
detective. El ambiente se vuelve también más ligero al mostrar más los lazos
que unen a los personajes. Menos distancias entre ellos, casi una familiaridad
además de la complicidad. Los ricos dominan menos a los humildes y se vuelven
casi iguales en sus dolores y sus necesidades de venganza.
Tal vez se deba a las
obligaciones actuales de los políticamente correcto, como lo ejemplifica el
hecho de que el Doctor Arbuthnot (Leslie Odom Jr.) sea negro y tenga un romance con una joven
blanca.
Kenneth Branagh cuida
mucho su personaje, desde su bigote hasta su acento, teatralmente francés,
pasando por un porte elegante y ropa perfecta. Le da una dimensión psicológica,
en las conversaciones con el retrato de la esposa muerta, dudas, tristezas a
las cuales no estábamos acostumbrados con esta mente orgullosamente lógica.
Esta humanización de
Poirot lo desvía de los finales implacables en donde acostumbraba juzgar con
altivez a los criminales. Esta vez, entiende el dolor humano y los motivos del
crimen. Por eso, adapta su decisión final.
La tonalidad general de lujo,
de nostalgia de los tiempos vintage, nos da durante hora y media la idea que
todos tenían acceso a tales condiciones de viaje, terciopelos, cubiertos y
platillos. A eso se le llama en sentido propio distracción, y se disfruta.
Todos queremos sentirnos parte de la elite.
El final anuncia claramente
que habrá secuela. Y no es para disgustar al espectador que pudo disfrutar de
este trabajo excelente en todas sus dimensiones, honestamente concebido y ejecutado,
aunque no tenga nada en realidad muy original, o muy estético, o muy rebuscado.
Es un excelente trabajo de Branagh para Branagh apoyándose en la calidad de
todos sus colaboradores.
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