“Más fuerte que las bombas”, no en el sentido de fuerza, se trata aquí de la intensidad del ruido. Más ruidoso que las bombas es el silencio. El silencio que una familia deja instalar en sus vidas, que un padre adolorido trata de romper. Una película sobre las dificultades que la muerte hace evidentes cuando la vida trataba de callarlas.
Ficha IMDb
En Nueva York se está preparando una exposición de las fotografías de guerra de Isabelle Reed (Isabelle Huppert), fallecida tres años antes. Richard (David Strathairn), colega y amigo de Isabelle organiza todo, mientras acaba un libro sobre la famosa fotógrafa. Le pide a Gene (Gabriel Byrne), el esposo que le de unos documentos que se quedaron en el taller, y que nadie tuvo el valor de ordenar. Gene le pide a su hijo mayor Jonah (Jesse Eisenberg) el favor d encargarse de la tarea, lo que le permite al joven darse un tiempo de respiro después del nacimiento de su hija. Gene, maestro en una preparatoria, está actualmente más preocupado por el comportamiento de su hijo menor, Conrad (Devin Druid), quien se encierra cada día más en el silencio y el aislamiento.
La casa donde se encuentran, juntos después de varios años, los tres hombres, es una hermosa casa en un hermoso suburbio verde, con grandes ventanas, luz, amplios espacios. Sin embargo, algo falta. Una presencia femenina, o maternal. Pero esta presencia siempre ha faltado, aun cuando Isabelle vivía, porque nunca estaba. Cuando llegaba de una misión en el extranjero, estaba muy cansada, y en realidad nunca se sentía a gusto, llamada por la pasión del viaje, dela acción y de la fotografía.
En pocas ocasiones, pudo hablar con su esposo de este malestar de los que no están en casa en ninguna parte. Cuando están lejos, añoran su casa, cuando están en casa, añoran la aventura. Ese malestar probablemente la llevó al suicidio y el accidente automovilístico en el cual padeció tal vez no fue accidental. Es la versión de Richard, la que quiere publicar en su libro. Gene y Jonah se resisten pero en el fondo saben que es verdad, y que tendrán que revelarle el secreto a Conrad antes de que lo descubra por sí mismo.
Cada uno tiene sus secretos: Gene lleva una relación con una maestra de la escuela, Hannah (Amy Ryan), quien trata a Conrad con paciencia y empatía. Jonah está asustado por sus nuevas responsabilidades de adulto profesional, de esposo, de padre. El regreso a la casa paternal lo pone en presencia de una ex novia, a quien le esconde su nueva situación, y con quien pasa una noche. Se miente a sí mismo, le miente a su esposa por Skype, posponiendo cada día su regreso, le miente a la amiga.
Pero el más asustado es el más chico. Aislado por los silencios de los demás, se refugia en un mundo secreto, donde escribe, escucha música, pasa horas en videojuegos. No tiene amigos pero sueña con una chica popular, Erin (Rachel Brosnahan) convencida de que ella nunca le prestará atención, creencia que refuerza su hermano, diciéndole que nunca formara parte de los “beautiful people”.
Hasta que llega la liberación: se atreve a mandarle a Erin el diario de sus reflexiones, se atreve a hablar con ella. Esta misma noche, aprende la verdad sobre la muerte de su madre.
En los pocos días que dura la historia, los personajes pierden la apariencia que les ofrecían a los demás: Isabelle no era la mujer fuerte que todos creían, Jonah no es el joven adulto exitoso, Gene no logra ser el padre viudo cercano y comprensivo. Y Conrad está en peligro de volverse totalmente asocial y tal vez psicótico, obsesionado por imágenes macabras. El silencio, más fuerte que todas las bombas que ensordecieron a Isabelle, y por consecuencia a su familia, está a punto de destruir a todos.
Este grupo de varones están obsesionados por la presencia de la madre y cada uno trata inconscientemente de escapar: el padre tiene una relación con otra mujer, el hijo vuelve a un antiguo amor, el chico trata de empezar una relación.
Pero, invisible, pasa una corriente de amor verdadero entre todos, una capacidad de empatía, una honestidad profunda en las relaciones, que dará la fuerza para enfrentar las realidades dolorosas y seguir adelante. Este amor está lleno de celos, de rabias, de ilusiones, porque es auténtico. El amor, mucho menos ruidoso que las bombas, permite salvar a cada uno y a la familia renovada. Por cierto, la primera imagen de la cinta es la de una mano de un recién nacido agarrando el dedo de su padre.
La narración, fragmentada como un rompe cabezas, revela poco a poco una verdad que tarda en atravesar las capas de negación. Alterna las visiones subjetivas de los dos hijos y del padre, los recuerdos, las interpretaciones. Cada uno vive en cierta forma en un mundo virtual, donde las cosas podrían ser diferentes.
Los actores son excelentes en su fragilidad. Por primera vez, Jesse Eisenberg deja sus interpretaciones de joven seguro, insolente, satisfecho de sí mismo al punto de volver antipáticos todos sus personajes Acepta aquí la fragilidad y la duda. Los adultos están cansados, conscientes de los límites de sus posibilidades y sufriendo por ellas. Pero sobre todo, el joven Devin Druid, enclaustrado en su rechazo hacia los demás, mudo, terco, arrastrando los pies, casi autista, concentra la atención. Su personaje es determinante para salir del silencio, porque él es el síntoma más visible de la enfermedad de la familia. Y él detiene el remedio: la palabra. Escribe. Habla en su cabeza, lo que nos es transmitido en voz off. Se atreve a dejar que su hermano lea su diario, y se atreve a entregarlo a la mirada de la chica a quien admira, a pesar del riego que eso conlleva.
La fotografía es la imagen por excelencia, pareciendo ser objetiva, cuando en realidad no lo es, como lo explica y lo muestra Isabelle a su hijo. En esta cinta, todo es cuestión de imagen, y del silencio mentiroso que una imagen puede contener. Al contrario la palabra, oral o escrita, permite la verdad y la liberación. Conrad, por su forma distinta de ver las cosas, sabe percibir, aun si no lo identifica, lo que esta fuera del cuadro, como su madre le enseñó. Sabe que lo que se eliminó en la edición de la fotografía le daba un significado totalmente distinto.
El tema del fotógrafo de guerra, de la ambigüedad de su trabajo y de las consecuencias que puede tener este en la vida de los fotografiados y del mismo fotógrafo, ha sido explorado por Arturo Pérez-Reverte en su novela El pintor de batallas (2006)