Una cinta muy austera por ser de Almodovar, sobre la culpabilidad, la perdida, las dificultades de las relaciones madre-hija. Con dos actores que logran fundirse en un solo personajes.
Ficha IMDb
Julieta (Emma Suarez), ya en la edad madura, vive una relación harmoniosa con Lorenzo (Dario Grandinetti). Él decidió mudarse a Portugal y ella aceptó acompañarlo. Durante una última sesión de compras en Madrid, se topa en la calle con Beatriz (Michelle Jenner), amiga de su hija Antia quien le cuenta que vio a esta en el lago Como. Con esos breves minutos de conversación, la vida de Julieta da un giro dramático: ya no se va de Madrid, vacía su departamento elegante y vuelve al viejo edificio donde vivió años antes. Y se dedica a escribir, en un cuaderno, todo lo que no ha contado a Antia, para explicarle sus decisiones y su sentimiento de culpabilidad.
Desde el encuentro fortuito en un tren nocturno, la vida de Julieta (Adriana Ugarte) aplicada maestra de lenguas antiguas, ha sido marcada por la perdida y la muerte: el pasajero que quiso entablar conservación con la joven, y después se suicidó, el marino, Xoan (Daniel Grao) con quien pasa una noche apasionada, y que acabar de perder a su esposa, el día preciso que Julieta le va a anunciar que esta embarazada, la madre (Susi Sánchez) que vive sus últimos días en una casa donde el padre ya empezó una nueva vida con la sirvienta.
Después de unos años de joven pareja, frente al mar, entre Marian, la ayudante domestica arisca (Rossi de Palma), Ava,la vecina amiga que esculpe extrañas siluetas masculinas, (Inma Cuesta ) la preciosa niña Antia, la vida de Julieta se ve destrozada. Durante una estancia de Antia ahora adolescente (Priscilla Delgado) en un campamento de verano, Julieta pierde todo: su esposo muere durante una tempestad y Antia vive una amistad apasionada con su nueva amiga, Béatriz (Sara Jimenez) con la complicidad de la madre (Pilar Castro).
Julieta se deshace, pierde ganas de vivir, voluntad. Las dos niñas la llevan, la pasean, la bañan, la alimentan, le encuentran departamento en Madrid. Poco a poco y muy lentamente, Julieta vuelve a la vida, a una vida más o menos normal, aunque sin entusiasmo.
Hasta el día que Antia, ahora de 18 años, anuncia que se va a un retiro y le da cita a su madre para que vaya por ella tres meses después, en las montañas.
Pero Antia se fue, sin dejar dirección, para siempre. Vuelve un tiempo largo de búsqueda, de espera para Julieta, que, después de la desesperación, pasa a la aceptación. Doce años pasan. Otra vez, rehace su vida. Cambia de departamento, progresa en su trabajo, encuentra un amigo que se vuelve amante y compañero, y con quien está decidida a dejar atrás las culpas y los fracasos.
Un nuevo encuentro fortuito con la amiga de Antia revelará otras verdades sobre Antia, y, cuando Julieta ya ha tocado el fondo, surge una nueva esperanza: tal vez una reunión madre hija, de todos modos, la presencia de un compañero fiel.
Todo eso suena a drama cursi. Pero, si las lágrimas corren a veces en las mejillas de Julieta, hay en la cinta una discreción, un pudor, que permite la empatía. La construcción del relato, muy bien estructurado, permite pasar de la historia de la juventud a la de la edad madura con fluidez y lógica. El parecido entre las actrices facilita una harmonía en la narración. La misma inquietud, como una idea que no deja al personaje, trasparece en las actitudes de la joven y la madura. La misma necesidad de estar apegada a alguien : cargar a sus hija en brazos, dormir en la misma cama que su madre enferma, acariciar las esculturas de Ava, ser cargada, bañada, secada por Antia y Béa. Julieta vive entre mujeres, la cuidan, la aman, la utilizan, la hacen sufrir. Los hombres están más bien de paso: el padre (Joaquín Notario), el esposo, el compañero maduro, pero cada relación es intensa. Julieta necesita de los demás para vivir. Como depende de las palabras: no es gratuito que sea maestra de lenguas antiguas, esas lenguas que han forjado nuestra cultura, nuestra relación con lo que nos rodea y lo que nos llena. Después de su viudez, trabaja en el mundo de la edición, espera cartas de su hija, y sufre al recibir sobres sin una palabra escrita de su mano. Toda la cinta es la narración escrita que se dedica a redactar, a mano, en un cuaderno.
Para las dos Julieta, se trata de sobrevivir a situaciones donde la tristeza de la perdida es reforzada por la culpabilidad. Lo que le interesa a Almodóvar es la difícil supervivencia a un acontecimiento, no es el hecho en sí. Por eso, la cinta está llena de elipses. Algunas serán llenadas después, años después, por la revelación de un personaje: Ava, a punto de morir en un hospital (ora perdida en la vida de Julieta) le cuenta el viaje de Antia a la casa del mar y las preguntas que le hizo a ella y a Marian. Bea completa el relato de su encuentro con Antia y es ahora una versión totalmente diferente, revela también la naturaleza y las complicaciones de su relación de joven con Antia.
Este estilo tan alejado de lo sarcástico, sexual, o critico de Almodovar, de su humor negro y retorcido, desconcierta al espectador. Sin embargo, Almodovar sigue ahí, en el cuidado de los colores, sea en la ropa de sus mujeres, en los planos fijos con muros pintados, en una estética tan fuerte, tan única. Colores que uno nunca se atrevería a poner juntos, contrastes chillantes, casi hirientes para el ojo. Obras de arte, encuadres perfectos, papeles pintados en el gusto de los sesentas.
El final es abierto, pero es optimista. A Julieta se le abre el camino. Y, aún si el encuentro tan esperado con la hija prodiga no se da, sabemos, y Julieta sabe, que es una resiliente, que puede caer pero siempre saldrá del pozo de las pérdidas y las culpabilidades.
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