Ilich Ramírez Sánchez, "Carlos" "El chacal" fue un personaje muy mediático en los años 70. Era el enemigo número uno de la sociedad burguesa. Olivier Assayas hizo una biografía muy detallada de su vida como terrorista para la televisión francesa en una miniserie de tres episodios. De todo este material retomó 160 mn para esta película para la pantalla grande. El controversial carisma del personaje central está perfectamente bien transmitido por un actor hasta ahora poco conocido.
Ficha IMDb
La película puede verse como un interesante documental, sobre la historia de una parte del mundo, medio oriente, durante un lapso de tiempo preciso: la guerra fría. Puede verse como una película de acción llevada con muy buen ritmo. O como el retrato de un hombre, su gloria y su decadencia.
Del momento en que aparece en pantalla, Carlos (Edgar Ramírez) toma posesión de ella. Su presencia, su carisma, son innegables. El convencimiento que tiene de su inteligencia, sus capacidades, su poder de seducción hace de él un ser fascinante y, por ende, muy peligroso. Y, para eso, el trabajo del actor merece reconocerse. Como Carlos, Edgar Ramírez es venezolano, habla francés, inglés, alemán, además de su lengua maternaLa apariencia es muy importante para el terrorista. Paradójicamente, ya que debería rechazar todos estos valores burgueses. Pero ando siempre bien presentado, según un look que va evolucionando: del estilo setentero, con patillas y traje de tres piezas, al look revolucionario latino americano con pelo largo, barba y boina guevarista. Carlos está fascinado por su propia masculinidad (la contemplación de su cuerpo desnudo en el espejo) y su ascendiente sobre los demás.
Intelectual que se embriaga de terminología de izquierda en una cena en Londres, quiere también ser hombre de acción. Resulta interesante ver este dúo, como dúo de ópera, entre dos personajes que, lógicamente deberían estar coqueteando. El canto de amor se vuelve canto político. En una lengua tan peculiar, una jerga que suena hoy tan artificial por su cerrazón sobre sí misma, como un idioma en sí, reservado a sus propios y únicos pobladores, como iniciados de una sociedad secreta. Al mismo tiempo anclada en una época, los 60’ – 70’, tiempo de en que las Brigadas Rojas, la banda Baader-Meinhof eran noticia de cada día. ( RAF - Facción del ejercito rojo- Uli Edel – 2008)
Carlos es el retrato de una época, con los sucesos de los cuales su protagonista fue actor preponderante. Como el ataque a la OPEP en Viena en diciembre 75, con el raid israelí sobre el aeropuerto de Entebbe en Uganda en 76, para liberar a los rehenes de un avión secuestrado por la OLP. Muestra también las ramificaciones de los movimientos terroristas tanto en su organización, su financiamiento, las motivaciones de cada participante y las consecuencias de las intervenciones: papel de Irak en su proyecto contra irán, implicación de la Stasi, de la URSS…
Al mismo tiempo, es la historia personal de un ser humano complejo: sus amigos, sus mujeres, su arte de venderse a algún jefe que sepa utilizar sus talentos y que lo financie. Su preocupación por su apariencia personal, los cambios en su silueta y su peso, hasta llegar a la liposucción, sus gustos: el puro cubano. Su decadencia: indeseable en Sudan, es entregado a Francia y trasladado, incapaz de cualquier movimiento, en una camilla para ser juzgado por un viejo asunto. Y actualmente, purga una pena de prisión de por vida en una oscura cárcel a las afueras de Paris. Nada prestigioso.
Me llamó mucho la atención lo que llamaría la "inocencia" de estos años setentas: Carlos y su comando pueden entrar a la reunión de la OPEP con armas, sin que nadie los detenga. Llegan hasta la sala de reuniones donde están los ministros de varios países importantes. Todos están sentados alrededor de unas mesas chiquitas, como de salón de clase. Junto a la pared, las banderas. Ningún lujo. Ninguna solemnidad. Hoy en día, cualquier reunión internacional se hace con lujos de decoración, mobiliario, flores y micrófonos, pantallas y demás artefactos costosos. Hay policías en todas partes y uno debe enseñar su bolsa y sus zapatos para entrar a cualquier lugar público, sea museo o estación de trenes.
Además, los ministros de países árabes estaban vestidos de trajes de civil. Ahora el traje autóctono es obligación para africanos o árabes, en un reclamo de la identidad cultural. Pero al mismo tiempo, Carlos andaba abiertamente de revolucionario. Ahora lo detendrían en la primera esquina o en la primera estación de metro en la que ose presentarse: el control de identidad se ha vuelto rutina en Estados Unidos o en Europa. Por un lado, nuestras sociedades tienen miedo y tratan de protegerse. Por otro lado, el dinero y el lujo se han vuelto costumbres en los altos niveles de la política. Sospecha y presunción son los nuevos mandamientos.
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