Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Monday, August 20, 2018

El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1978) - 9.5/10


En un pueblo perdido, se afrontan poseedores y poseídos, explotadores y explotados. El machismo oprime a todos, en particular a los que se saben diferentes. El tema de la identidad sexualmente el revelador de deseos y miedos profundos. La dirección impecable de Ripstein y la interpretación absolutamente fascinante de Roberto Cobo hacen de esta cinta una gran obra de arte.

Ficha IMDb

El pueblito de El Olivo es despertado por el ruido de un motor de camión. El miedo toma posesión de la Manuela quien se acerca a la ventana. Al darse cuenta de que este ruido significa el regreso de pancho, es presa de una gran excitación: es miedo, impaciencia, deseo. Pero en el cuarto obscuro y en mal estado, la situación es inusual. La Manuela, quien habla en femenino, vuelve a su cama donde está acostada una mujer joven … está mujer le dice “papá”. ¿Esta Manuela será hombre o mujer? ¿Qué tipo de relación tiene con su hija?

Desde esta alba de angustia y de preguntas, la acción se desarrollará en un solo y larguísimo día. Con unos flashbacks, pero sobre todo por los diálogos, aprenderemos los motivos y los hechos que han traído a todos a este preciso punto culminante, que no puede desembocar en otra cosa que una tragedia.

La Manuela (Roberto Cobo) es en efecto un hombre travesti, Manuel Gonzalez  Llegó a El Olivo años antes, para bailar en una fiesta organizada para Don Alejo (Fernando Soler), el hombre fuerte del lugar, bajo la organización de la Japonesa (Lucha Villa). Las burlas de los machos asistentes tornaron a hostilidad y brutalidad pura, al punto de perseguir a la Manuela, desvestirla, casi ahogarla. Y todo terminó en una apuesta de la Japonesa Grande con Don Alejo que podría quitarle su feminidad a Manuela y forzarla a copular como hombre, bajo los ojos de todos. La Japonesa ganó su apuesta, le pagó a Manuela con la mitad del prostíbulo, y nació una niña, la Japonesita (Ana Martín).

Por su lado, Don Alejo, dueño de la hacienda, y del pueblo entero, tenía bajo su protección Pancho, hijo de uno de sus empleados, o tal vez su propio hijo. Lo obligaba a jugar con su hija  retrasada mental . Cuando Pancho (Gonzalo Vega) se hizo hombre le presto para comprar un camión y trabajar por su cuenta, pero con un calendario estricto de reembolsos que Pancho no ha respetado. Esa mañana viene a negociar con un Don Alejo implacable.

Por otra parte, Alejo tiene intención de comprar todas las casas del pueblo que todavía no le pertenecen, para poder el terreno a un muy alto precio a constructores. Para eso, quita la luz. Así la gente prefiere irse y malvender.

La Manuela sabe que Pancho vendrá al prostíbulo en la noche, sabe que Pancho la odia y la desprecia. Pero intuye que ese odio esconde otra cosa. Decidido a seducir al joven que la atrae. prepara su vestido rojo de flamenco.

En la noche, después de una secunda confrontación con Don Alejo, Pancho llega al prostíbulo, se embriaga, y poco a poco se deja dominar por el deseo homosexual que lo encadena a la Manuela. Y que le da asco.

Adaptada de una novela corta del chileno José Donoso (1966), la cinta de Ripstein es absolutamente sublime. El retrato de un pueblito provinciano con sus calles empedradas, sus tiendas oscuras con puertas de maderas, esas ruinas que sirven de lugar de vida a personas ya casi muertas, en la pobreza material, moral y sentimental. Todos, y sobre todo todas, tratan de luchar para mantenerse a flote en una cotidianidad sin esperanza. Los sueños nunca se alcanzaron y nunca se alcanzarán, ya lo saben. Sin embargo, siguen manteniendo el funcionamiento de algo que ya está muerto en la raíz.

La cinta ganó un Ariel de oro como mejor película, un Ariel de plata como mejor actor para Roberto Cobo, quien había sido el actor principal de Los olvidados (Buñuel - 1950). Ripstein obtuvo también el Premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián.

Ambientada en un México de los años 60, que podría ser de los 30, o actual, plantea situaciones que, en 1978, eran todavía calladas, sobre todo en un país donde el machismo es la base del funcionamiento social. Pero, en realidad, la homofobia, el odio a lo femenino, cuando se presenta en una mujer o en un hombre, sigue viviendo muy en el fondo de cada uno. La educación trata de cambiar eso, pero la misoginia queda profundamente arraigada.

La Manuela, a pesar de los malos tratos, los insultos y burlas de los de afuera, vive en su casa con la aceptación de las que la rodean. Ahí, las prostitutas aceptan todo tipo de sexualidad, con toda naturalidad. Es el mundo fuera de la casa él que está dominado por los valores masculinos. Ahí se pelean entre sí por el poder. Pancho quiere derrocar a Alonso, pero siguiendo con la misma imposición a las mujeres. Porque ellas son de una naturaleza inferior y Pancho no podría en ningún momento aceptar lo femenino en él, lo débil, lo “anormal”, lo divergente.

La Manuela es fuerte, es orgullosa de su feminidad, de su seducción, materializadas en su vestido rojo. Desde el momento en que oye el camión de Pancho entrar al pueblo, su única obsesión escocerlo, va por hilo rojo en casa de una vecina. Al componer su vestido roto, recompone su feminidad, rota por el desprecio de Pancho. y el vestido será su arma para vencer al macho. el vestido le dar su poder y su audacia para enfrentar su enemigo.  Pancho es no solamente el enemigo personad e la Manuela. Es la encarnación del machismo insulso, estúpido y necio que destruye toda libertad en su presencia y envenena cualquier intento de ser uno mismo.

Pancho, a pesar de su oposición a Don Alejo, es la extensión de la cultura patriarcal. La Manuela vive en un matriarcado. Pero ahí defiende su propia identidad y la vida de su gente con una fiereza muy “macha”. El sexo biológico no es el género, y el género no es el valor o la debilidad. Ese mensaje, en los años de la cinta y de la novela, y además en el lugar donde ubican la historia, era algo totalmente innovador, perturbador, escandaloso. Los últimos años nos han preparado para aceptar, tal vez, para abrirnos a esas consideraciones, a otra forma de ver las relaciones entre personas. 

Ripstein lo hizo de una forma majestuosa, sublime, secundado por un fotógrafo, Miguel Garzón, y sobre todo por grandes actores. Roberto Cobo, por sí solo, es monumental, indescriptible, genial.

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