En un pueblo perdido, se afrontan poseedores y
poseídos, explotadores y explotados. El machismo oprime a todos, en particular
a los que se saben diferentes. El tema de la identidad sexualmente el revelador
de deseos y miedos profundos. La dirección impecable de Ripstein y la
interpretación absolutamente fascinante de Roberto Cobo hacen de esta cinta una
gran obra de arte.
Ficha
IMDb
El
pueblito de El Olivo es despertado por el ruido de un motor de camión. El miedo
toma posesión de la Manuela quien se acerca a la ventana. Al darse cuenta de
que este ruido significa el regreso de pancho, es presa de una gran excitación:
es miedo, impaciencia, deseo. Pero en el cuarto obscuro y en mal estado, la
situación es inusual. La Manuela, quien habla en femenino, vuelve a su cama
donde está acostada una mujer joven … está mujer le dice “papá”. ¿Esta Manuela
será hombre o mujer? ¿Qué tipo de relación tiene con su hija?
Desde
esta alba de angustia y de preguntas, la acción se desarrollará en un solo y
larguísimo día. Con unos flashbacks, pero sobre todo por los diálogos, aprenderemos
los motivos y los hechos que han traído a todos a este preciso punto
culminante, que no puede desembocar en otra cosa que una tragedia.
La
Manuela (Roberto Cobo) es en efecto un hombre travesti, Manuel Gonzalez Llegó a El Olivo años antes, para bailar en una
fiesta organizada para Don Alejo (Fernando Soler), el hombre fuerte del lugar,
bajo la organización de la Japonesa (Lucha Villa). Las burlas de los machos asistentes
tornaron a hostilidad y brutalidad pura, al punto de perseguir a la Manuela, desvestirla,
casi ahogarla. Y todo terminó en una apuesta de la Japonesa Grande con Don
Alejo que podría quitarle su feminidad a Manuela y forzarla a copular como
hombre, bajo los ojos de todos. La Japonesa ganó su apuesta, le pagó a Manuela
con la mitad del prostíbulo, y nació una niña, la Japonesita (Ana Martín).
Por
su lado, Don Alejo, dueño de la hacienda, y del pueblo entero, tenía bajo su
protección Pancho, hijo de uno de sus empleados, o tal vez su propio hijo. Lo
obligaba a jugar con su hija retrasada mental . Cuando Pancho (Gonzalo
Vega) se hizo hombre le presto para comprar un camión y trabajar por su cuenta,
pero con un calendario estricto de reembolsos que Pancho no ha respetado. Esa
mañana viene a negociar con un Don Alejo implacable.
Por
otra parte, Alejo tiene intención de comprar todas las casas del pueblo que
todavía no le pertenecen, para poder el terreno a un muy alto precio a
constructores. Para eso, quita la luz. Así la gente prefiere irse y malvender.
La
Manuela sabe que Pancho vendrá al prostíbulo en la noche, sabe que Pancho la
odia y la desprecia. Pero intuye que ese odio esconde otra cosa. Decidido a
seducir al joven que la atrae. prepara su vestido rojo de flamenco.
En
la noche, después de una secunda confrontación con Don Alejo, Pancho llega al prostíbulo,
se embriaga, y poco a poco se deja dominar por el deseo homosexual que lo
encadena a la Manuela. Y que le da asco.
Adaptada
de una novela corta del chileno José Donoso (1966), la cinta de Ripstein es
absolutamente sublime. El retrato de un pueblito provinciano con sus calles
empedradas, sus tiendas oscuras con puertas de maderas, esas ruinas que sirven
de lugar de vida a personas ya casi muertas, en la pobreza material, moral y
sentimental. Todos, y sobre todo todas, tratan de luchar para mantenerse a
flote en una cotidianidad sin esperanza. Los sueños nunca se alcanzaron y nunca
se alcanzarán, ya lo saben. Sin embargo, siguen manteniendo el funcionamiento
de algo que ya está muerto en la raíz.
La
cinta ganó un Ariel de oro como mejor
película, un Ariel de plata como
mejor actor para Roberto Cobo, quien había sido el actor principal de Los olvidados (Buñuel - 1950). Ripstein
obtuvo también el Premio especial del
jurado en el Festival de San Sebastián.
Ambientada
en un México de los años 60, que podría ser de los 30, o actual, plantea situaciones
que, en 1978, eran todavía calladas, sobre todo en un país donde el machismo es
la base del funcionamiento social. Pero, en realidad, la homofobia, el odio a
lo femenino, cuando se presenta en una mujer o en un hombre, sigue viviendo muy
en el fondo de cada uno. La educación trata de cambiar eso, pero la misoginia
queda profundamente arraigada.
La
Manuela, a pesar de los malos tratos, los insultos y burlas de los de afuera,
vive en su casa con la aceptación de las que la rodean. Ahí, las prostitutas
aceptan todo tipo de sexualidad, con toda naturalidad. Es el mundo fuera de la casa
él que está dominado por los valores masculinos. Ahí se pelean entre sí por el
poder. Pancho quiere derrocar a Alonso, pero siguiendo con la misma imposición
a las mujeres. Porque ellas son de una naturaleza inferior y Pancho no podría
en ningún momento aceptar lo femenino en él, lo débil, lo “anormal”, lo divergente.
La
Manuela es fuerte, es orgullosa de su feminidad, de su seducción,
materializadas en su vestido rojo. Desde el momento en que oye el camión de Pancho
entrar al pueblo, su única obsesión escocerlo, va por hilo rojo en casa de una
vecina. Al componer su vestido roto, recompone su feminidad, rota por el
desprecio de Pancho. y el vestido será su arma para vencer al macho. el vestido
le dar su poder y su audacia para enfrentar su enemigo. Pancho es no solamente el enemigo personad e
la Manuela. Es la encarnación del machismo insulso, estúpido y necio que
destruye toda libertad en su presencia y envenena cualquier intento de ser uno
mismo.
Pancho,
a pesar de su oposición a Don Alejo, es la extensión de la cultura patriarcal.
La Manuela vive en un matriarcado. Pero ahí defiende su propia identidad y la
vida de su gente con una fiereza muy “macha”. El sexo biológico no es el género,
y el género no es el valor o la debilidad. Ese mensaje, en los años de la cinta
y de la novela, y además en el lugar donde ubican la historia, era algo
totalmente innovador, perturbador, escandaloso. Los últimos años nos han
preparado para aceptar, tal vez, para abrirnos a esas consideraciones, a otra
forma de ver las relaciones entre personas.
Ripstein
lo hizo de una forma majestuosa, sublime, secundado por un fotógrafo, Miguel Garzón,
y sobre todo por grandes actores. Roberto Cobo, por sí solo, es monumental,
indescriptible, genial.
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