Una familia muy acomodada se ve amenazada desde el
exterior por condiciones sociales sórdidas y desde el interior por conflictos y
pulsión es de muerte. Con sus mejores actores, y unos nuevos, Haneke cocina una
de sus bombas.
Ficha
IMDb
En
los últimos años, Boulogne se ha visto invadida por migrantes de todos los
países de Europa Central o Medio Oriente que quieren pasar a Inglaterra, por
una muy sencilla razón: ahí está el túnel por donde los trailers atraviesan el
canal de La Mancha. Esta situación dramática que se vive en la ciudad se enseñó
con toda su crudeza en Welcome (Philippe
Lioret - 2009).
Pero
la cinta de Haneke parece hacer como si la realidad exterior no existiera. Todo
empieza por una secuencia tipo diario íntimo de una adolescente con la
diferencia que el diario es un video hecho con un teléfono móvil, y que el tema
son las actividades en una casa antes de irse a dormir: la madre se lava los dientes,
el hámster come su zanahoria, salvo que le pusieron algo de los tranquilizantes
de la madre y se observa el efecto en el animal.
Viendo
de lejos, en una enorme obra de construcción: toda una pared del costado de la excavacion
se derrumbe de repente. De lejos se ve el polvo, pequeñas personas que se
agitan.
La
relación entre las dos escenas es que las dos tienen una consecuencia en la
vida burguesa de la hermosa casa familiar de los Laurent. Anne (Isabelle Hupper)
administra la empresa de construcción, ahora metida en un juicio por la familia
del obrero fallecido por una negligencia en la seguridad. Ahí vive también su hermano,
Thomas (Mathieu Kassowitz), médico, padre de Eve (Fantine Harduin) y vuelto a
casar con Anais (Laura Verlinden) con quien tiene un bebe. Como su primera
esposa ha sido hospitalizada por sobre dosis, la niña, la que filmaba por teléfono,
viene vivir con su papá, de quien descubre muy rápidamente la tórrida relación por
internet con una chelista. Ahí viene también el hijo de Anne, Pierre (Franz
Rogowski), un inútil convencido de su inutilidad, drogadicto, alcohólico.
Pero sobre todo , la casa es el imperio del abuelo, Georges
(Jean- Louis Trintignant), muy viejo y cuya incipiente demencia senil le
permite emitir ciertas verdades o ciertas preguntas que molestan. A toda esta
familia le sirve un matrimonio de originen magrebí, Rachid (Hassan Ghancy) y
Jamila (Nabiha Akkari) que tiene una niña de unos 8 años.
Mientras
Thomas se debate en su relación extraconyugal, mientras Anne negocia la venta
de la empresa a una firma inglesa y el silencio de la familia afectada en el
derrumbe, al mismo tiempo que prepara su boda con un ejecutivo de la firma
inglesa, Lawrence Bradshaw (Toby Jones),
abuelo y nieta se van acercando. Se observan mutuamente, observan su entorno
con los mismos ojos desilusionados, y encuentran su parecido. Sienten la misma
atracción hacia la muerte. El abuelo confiesa que ayudó a su esposa a morir, y
parece ser el mismo anciano de Amor, la
anterior cinta de Haneke. También trato de suicidarse en un accidente de auto.
Y ahora, después de pedirle ayudar a su barbero-peluquero Marcel (Dominique
Besnehard),
se
fuga de la casa y busca el apoyo de unos jóvenes migrantes en la calle sin que,
de lejos, se entienda lo que dice. La niña,
por su aldo, trata de suicidarse con pastillas. Que probablemente le sustrajo a
su mama.
Toda
esa gente, atrapada en sus conflictos y sus mentiras se reúne un hermoso de día
en un hermoso restaurante a la orilla del hermoso mar azul, para festejar el
compromiso de Anne con su desabrido inglés.
Asiste la crema y nata de la alta sociedad de Boulogne. Y en medio de la
belleza de la comida, surge el hijo drogadicto con unos invitados especiales:
unos migrantes. Escándalo, perturbación. El abuelo saca provecho del desorden
para escabullirse en su silla de ruedas, seguido por su nieta, a quien le pide
empujarlo hacia la bajada que lleva al mar. Ella obedece y cuando lo suelta solo,
para que se hunda, saca su teléfono móvil para filmarlo.
A
todos los une un afecto sincero, se interesan en los demás, pero algo los
bloquea. No logran expresar sus sentimientos, sus preocupaciones duran un
tiempo breve, antes de que sus propios intereses egoístas borren esos buenos
movimientos. Haneke no explica nada. Se limita a enseñar, a disecar con un escalpelo
muy afilado y dejar abiertas las heridas. Pero pone entre el espectador y los personajes,
así como entre los personajes, una distancia, al filmar de lejos, en planos-secuencias,
detrás de un vidrio para no poder oír los diálogos. Las imágenes son pacíficas,
hermosas, en una casa decorada con un gran gusto. La gente es bien educada y
habla un francés distinguido, y sabe comportarse con delicada prepotencia con
los empleados de casa.
Lo
que les pasa es muy común, pero toca a cuestiones fundamentales de la vida personal:
la muerte, el deseo de acabar con su propia vida por cansancio o desilusión, o
con la vida de los demás. Los eventos comunes hacen eco con eventos sociales,
en particular este problema cada día más agudo en Europa: los movimientos migratorios,
que vienen amenazar una cierta tranquilidad de vida. Los extranjeros están literalmente
a la puerta de los que llevan una vida segura y protegida como lo mostraban los
Hermanos Dardenne en La fille inconnue
(2016).
Cuando
hay diálogos, son vacíos alrededor de la mesa de la cena, o muy agresivos, como
el intercambio entre Anne y su hijo, o diplomáticamente amenazadores como las
palabras del abogado a la empresa a la familia de la víctima del derrumbe.
Solamente las palabras del abuelo, este magnífico Jean-Louis Trintignant en lo
que bien podría ser su ultima película. Ya esta en edad, y en posición,
familiar y económica apara decir y pedir lo que s ele antoja. Por eso puede
tener un auténtico acercamiento con su nieta, la pequeña voyerista de los
videos por teléfono. Al saber que trató suicidarse, le hace confidencias sobre
sus propias relaciones con la muerte. Pero, en realidad, ¿nos será eso una
diabólica maniobra para ganar la confianza y la complicidad de la niña en vista
de su último proyecto? Poco importa, en realidad. Es la ocasión para un dúo
extraordinario entre la muy joven actriz y el veterano, dueño de sí, de su voz distante
y acariciadora, de su porte y su elegancia que nos sedujeron durante décadas.
Todo
tienen, y nada tienen, para que su vida sea feliz, y para que el cuento se
acabe felizmente, viviendo en armonía entre generaciones reconciliadas. Pero,
como en Funny Games (Haneke - 2007),
sabemos que el titulo es una antífrasis. No habrá final feliz, no tanto porque
hay una muerte al final, sino porque Anne y Thomas impedirán el suicidio tan
deseado y preparado de su padre.
Como
en todas las cintas de Haneke, el mal está ahí, escondido y permanente. La
culpabilidad esta en todos, aceptada o desplazada, heredada (Caché - 2005), diseminada (El liston blanco- 2010). Hacer daño a
los demás es inevitable y, a veces, produce placer (Funny Games). Ciertamente, para Haneke, el ser humano es
profundamente malo y peligroso, para sí mismo y para los demás. Y por siempre
distanciado de los demás.
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