Parece que últimamente los Premios Nobel de literatura
les interesan a los cineastas. Ya vimos Elciudadano ilustre de los argentinos Mariano
Cohy, Gaston Dupra, (2016). Ahora le toca a un director sueco a partir de una
novela gringa y con actores estadounidenses. En ambos casos, el galardonado no
es presentado de forma muy favorable.
Ficha
IMDb
En
1992, la noche de espera de la gran noticia es una noche de insomnio para Joe
Castleman (Jonathan Pryce) y para su esposa Joan (Glenn Close), casados desde
hace 40 años. Él se distrae comiendo, y molestando de todas las formas posibles
a su buena esposa, que parece ser más calmada. Finalmente suena el teléfono, le
hablan de Estocolmo: está hecho, él será el Premio Nobel de literatura del año,
por las “aportaciones que aportó al género narrativo “y a la profundidad de sus
personajes. A la esposa le dan consejos para facilitarle la vida a su famoso
esposo en esos trances que no son fáciles de manejar.
Una
fiesta entre amigos nos introduce los dos hijos, Susannah (Alix Wilton Regan), en
estado avanzado de embarazo, y David (Max Irons, hijo de Jeremy Irons),
escritor debutante que acaba de enseñar un cuento corto a sus padres y espera
con ansiedad sus observaciones.
El
viaje a Estocolmo es perturbado por la injerencia de Nathanael Bone (Christian Slater),
escritor, biógrafo, admirador (¿?), de Joe, muy mal recibido por este que
parece a la vez despreciarlo y sentirse molesto por su mera presencia.
En
Estocolmo, todo el protocolo nobelistico se pone en marcha, con suite real en
el hotel, ensayos, conferencias y fotógrafa personal para el héroe, Linnea (Karin
Franz Korlof). La juventud de esta y su efecto sobre Joe no pasan desapercibidos
por Joan.
La
posesividad, dependencia y manipulación de Joe sobre Joan se hacen en cada paso
más evidentes. Cuando una tarde ella decide por fin respirar, salir por su cuenta,
tal vez conocer la ciudad, Nathanael Bone la aborda y la invita a tomar un café.
Insidiosas preguntas revelan que el futuro biógrafo del Nobel ya entendió que
el verdadero autor no es Joe sino Joan y que su biografía no oficial podría ser
peligrosa para el hombre famoso. A partir de ese momento, los flashbacks que
contaban la vida de Joe y Joan (Annie Starke, hija de Glenn Close) jóvenes, desde
el momento de su encuentro como maestro y estudiante, se enfocan más a las
actividades de escritura.
En
la gran noche, David, a quien su padre ha despreciado en público y en privado,
externa todos sus reproches a su padre, y las dudas que Bone le ha soplado,
confirmadas por sus propios recuerdos. El discurso de recibimiento de Joe hunde
un poco más a su esposa al mencionarla como su musa, su apoyo, la que le
garantizó una vida tranquila para poder dedicarse a su obra. Joan abandona la
sala en medio de la recepción, seguida por su esposo. Una muy intensa discusión
en el cuarto de hotel revela cuán egoísta, manipulador, inconsciente (o
consciente) es y ha sido siempre Joe. Al punto de acabar en un infarto, última
maniobra inconsciente (o consciente) por obtener de su esposa la promesa de nunca
dejarlo.
Un
final casi abierto deja entrever el siguiente movimiento de Joan, quien, con la
ayuda oficialmente rechazada de Bone, y probablemente el apoyo de sus hijos, no
ha dicho, ni escrito, su última palabra.
La
novela de Meg Wolitzer, escrita en 2003, cuestiona la institución del Premio Nobel,
al menos el de literatura. ¿Qué es un gran autor? Después de ver la designación
de varios totalmente desconocidos, de unos con una obra más bien delgada, de un
cantante que ni siquiera se molestó en ir a recibir el premio, sabiendo que los
intereses políticos en el sentido general son muchas veces más relevantes en la
decisión que la obra en sí, y qué escritores inmensos murieron sin obtenerlo o
siguen sin obtenerlo, uno puede en realidad dudar del valor de este premio.
La
otra pregunta es la de la autenticidad de la escritura y de los escritores
fantasma, ghost writer, negros, esos que hacen el trabajo al
final del cual los famosos ponen su firma.
Finalmente,
se plantea, pero más rápidamente, la cuestión del talento, y del trabajo de
escritura. Joe tenía las ideas, Joan hacia el trabajo detallista, difícil, demandante,
de encontrar palabras, ritmos, matices, al ritmo de 8 horas diarias.
A
estos temas profesionales de la creación escrita, se suman los de la familia y
del matrimonio: un hombre centrado sobre sí mismo, casado tres veces, que no
soporta que alguien le haga sombra, ni su esposa ni su hijo, y que se las
ingenia para mantenerla ocupada, escribiendo, sufriendo por sus engaños, y
atenta a todas sus necesidades, Estas necesidades aumentan con la edad y la
pareja ya anciana tiene que lidiar con detalles cotidianos a veces poco
glamorosos.
Joe
es confortado en sus posiciones por las instituciones. Es notable la recepción en
el hotel: Para Joe, las conferencias, entrevistas, sesiones de fotos; para su
esposa, y las otras esposas, se organizó un programa de paseos y shopping. En
1992, es todavía, y seguramente lo es todavía en 2018, una posición que
considera a la esposa como mera acompañante de su hombre, sombra del genio,
interesada en asuntos triviales. Parece que hubo poca evolución desde los 50’s
o 60’s, cuando la joven Joan, ya talentosa, se dio cuenta que, siendo mujer,
nunca tendría la oportunidad de ser publicada por las casas editoriales
dominadas por hombres. Por eso, y por amor, aceptó el papel de escritora
fantasma para su esposo, papel del cual ya no pudo, o no quiso salir.
La
cinta logra muy bien llevar a cabo esos diferentes temas en paralelo. Las
interpretaciones de Pryce y Close dejan aflorar las luchas de poder, guardando
y dejando crecer poco a poco el volcán interno. Es remarcable la escena de la
gran recepción y del discurso, cuando la ira va apoderándose de la cara de la buena esposa. Una Glenn Close
ligeramente subida de peso, cuyo pelo muy corto revela más la edad, es la
expresión perfecta de la acumulación de trabajo, de desprecio y humillación.
Bajo la luz intensa del proyector es fea, horrible, en contraste con la soltura,
la ligereza durante el encuentro con el periodista, casi a igualdad de edad y
casi coqueta y coqueteada. La escena final, paralela al viaje de ida a
Estocolmo la muestra radiante, maliciosa, su piel es más joven, sus ojos
brillan.
Glenn
Close, muy bien dirigida, tiene a lo largo de la historia, momentos de
silencio, de morosidad, de enojo silencioso, que, al principio, parecen no
tener ningún motivo. Pero se va entendiendo que son los resentimientos que se están
amontonando, la contrariedad por la justicia Ella sabe, y lo grita en la ultima
pelea, que ella es el Premio Nobel de Literatura. Su colaboración matrimonial,
familiar y literaria ha funcionado durante cuarenta años a base de silencios. Llega
el momento en que pesan demasiado, porque el mundo entero se hace ahora cómplice
de la injusticia, y la explotación. Ya no puede ser cómplice de tan enorme
mentira.
El
protocolo del Nobel, con sus elegancias, joyas, discursos y reverencias puso en
relieve lo sórdido de la vida de ancianos. El héroe recompensado por el rey es
en realidad un viejo que se levanta a medianoche para comer, que tiene migajas
en la barba, que debe tomar sus pastillas para el corazón y las olvida, que se
arrastra atrás de todas las faldas jóvenes. Lo glamorosa es para el Nobel, lo sórdido
es para Joan.
Y, sin embargo, ella es siempre más
paciente, más diplomática, con su David, con Bone, con las azafatas, con el personal
del hotel. ¡Qué paradoja, cuando Joe es en realidad un don nadie, que no tiene
nada para justificar sus sentimientos de superioridad! Nada, salvo una percepción
totalmente ciega de si mismo y de ella, lo que lo lleva a afirma con autoridad:
“Mi esposa no es una escritora”
El final satisface al espectador;
se va a hacer justicia. El apogeo inmerecido del esposo permite la liberación de
la esposa.
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