Las últimas horas de vida de un hombre, perdido entre
sus deseos de emprender proyectos, de desintoxicarse, de entablar relaciones y
una enorme apatía depresiva. Adaptado de una famosa novela escrita en 1931 por Drieu
La Rochelle, autor discutido por sus relaciones con el ocupante alemán durante
la Segunda Guerra Mundial.
Ficha
IMDb
Alain Leroy (Maurice Ronet) despierta en un
pequeño hotel parisino al lado de Lydia (Léna Skerla), quien toma ese mismo día
el barco de vuelta a Estados Unidos. Alain no sabe si insistir con Dorothy, la
esposa americana de quien está separado, aceptar que la relación fue un
fracaso, tratar de vivir algo con Lydia. … Esta le da una buena cantidad de
dinero antes de irse por su lado y Alain vuelve a la casa de reposo donde vive
en Versalles. Bajo el cuidado del doctor, está casi terminando su segunda cura
de desintoxicación para dejar el alcohol, ya lleva cuatro meses sin tomar.
Los
habitantes de la residencia son todos más aburridos y pretenciosos los unos que
los otros, cada uno con su obsesión: cultura antigua, dinero, viajes,
seducción. Alain se aísla en su cuarto
con objetos que acumula para un día abrir una tienda de antigüedades, con las
primeras páginas del libro que escribirá un día, una multitud de recortes de periódico
y pequeños objetos sin sentido. Y una pistola. El Doctor La Barbinais
(Jean-Paul Moulinot) trata de darle esperanzas en una positiva ISSUE a su
tratamiento, y lo anima a mandar un telegrama a su esposa americana para
reanudar la relación.
El
día siguiente, después de escribir un poco y sentirse casi entusiasta, Alain va
a París donde pasará el día en una peregrinación sobre los lugares de su vida
de antes. Con nostalgia, vuelve a ver los que fueron sus compañeros, un barman
y un amigo que acupo ahora su cuarto en el hotel del Quai Voltaire, su gran
amigo Dubourg (Bernard Noël), ahora felizmente casado en un bonito departamento
con niñas y gatos, hace investigación en egiptología. Está feliz y propone a Alain
tomarlo bajo su protección para ayudarlo a recuperar su vida. Pero a Alain le
parece aburrido y continúa caminando, hasta llegar a Saint Germain des Prés
donde encuentra en una galería de arte a Eva (Jeanne Moreau) quien lo lleva hasta
el fondo de un frondoso jardín, en el taller de un escultor donde Urcel (Alain
Mottet) reina sobre un grupo de jóvenes entre artistas y drogadictos.
De
ahí sigue al café de Flore, donde encuentra unos partidarios del OAS, los
hermanos Minville, Jerome (François Gragnon) y François (Romain Bouteille) pero
rechaza sus propuestas de acción política. Mientras conversa, observa a los paseantes:
estudiantes cargando libros, madres con sus hijos. La vida de la gente normal. Ahí
acaba el coñac que alguien había dejado sobre una mesa. El alcohol después de
una temporada de sobriedad lo pone muy mal y, en ese estado terrible de ebriedad
llega a casa de Solange (Alexandra Stewart) y Cyrille (Jacques Sereys) Lavaud,
matrimonio aparentemente feliz, pero cuyo equilibrio bien podría ser destruido
por el carisma del aventurero Brancion (Tony Taffin) , a la seducción del cual será difícil que escape Solange. Lavaud
traiciona dos veces a Alain, al contar una anécdota avergonzante de una
borrachera y al ofrecerle otro coñac.
Alain acepta una invitación a comer para el
día siguiente, solo con la pareja. Su soledad, impotencia y tristeza se hacen
en cada instante más palpable. Observa el juego de los invitados que se cruzan,
se juntan, se separan como en un baile, un cotillón. Se siente que la decisión
ya está tomada y que Alain nunca ira a la comida. En efecto, al día siguiente,
después de poner orden en su cuarto, se dispara en el pecho. El 23 de julio,
fecha que había escrito en el espejo de su cuarto.
Drama
de una generación perdida, Le feu follet expresa
la confusión de hombres jóvenes en los años 60’s que tuvieron una adolescencia
y primera juventud demasiado fácil, que nunca aprendieron el valor del trabajo
y del esfuerzo. Era guapo, seductor sin
esfuerzo. Les gustaba a las mujeres y le dieron dinero. Una americana se casó
con él, como si fuera un precioso objeto que presumir. Pero el alcoholismo la hizo
dejar a Alain. Este busca sin saber cómo ni porqué una manera de darle un
sentido a su vida, pero le falta energía. Antes de que Françoise Sagan hablara en
1969 de depresión en Un peu de soleildans l’eau froide, mal adaptado por Jacques Deray en 1971, Drieu La
Rochelle expresa esta imposibilidad de vivir, esta inercia invasiva a veces
atravesada por sobresaltos esperanzadores. Como dice Alain “el mal está en el
centro de mi voluntad”.
El
concepto que tiene Alain de si mismo es reforzado para el espectador por la opinión
de los demás sobre él. Cuando deja un lugar donde tuvo una charla amistosa con
alguien, donde le dijeron positivas, la cámara se queda un tiempo más con los personajes
que intercambian juicios negativos inmediatamente después que Alain ha pasado
la puerta.
La
tristeza de Alain es interpretada magistralmente por Maurice Robert, su
elegancia le permite seguir de pie, pero su voz ausente habla ya desde otro mundo.
Es literalmente un muerto en vida que trata de aparentar vivir. No sabe cómo vivir,
pero no quiere morir, al mismo tiempo que ya decidió matarse al día siguiente. Su pobre sonrisa pide compasión al mismo
tiempo que sus palabras la rechazan. En fracción de segundos, es capaz de pasar
por sutiles cambios, de la confianza al miedo, la malicia, la desesperación, o
la certeza, la esperanza mitigada de desesperanza, y se va desintegrando poco a
poco, con una intensidad pocas veces logradas por un actor.
Las
manos están frecuentemente centro de la imagen, manos que tiemblan, que tocan.
Los espejos permiten ver la imagen de sí que se va construyendo para los demás,
mientras que los vidrios, al mismo tiempo que reflejan, separan los que parecen
estar cerca. Alain busca la verdad, de si, de los demás, de los demás hacia él.
Nunca encuentra una respuesta satisfactoria.
La
música, en particular la primera Gimnopédie
y las tres primeras Gnossiennes de
Erik Satie, hacen un contrapunto nostálgico y pausado al deambular solitario de
Alain, este hombre perdido, a quien le hubiera gustado tanto “cautivar a la
gente, detenerlos y que nada se mueva alrededor de él”, ese hombre que no supo “tocar
a la gente, ni conmoverlos.
La
novela de Drieu la Rochelle fue adaptada una secunda vez en 2011, por el
cineasta noruego Joachim Trier, bajo el titulo Oslo, 31 de agosto.
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