Inspirada de varias anécdotas vividas por el propio Truffaut, la película que señaló el arranque de la Nouvelle Vague francesa. Divertida y tierna al mismo tiempo que desesperada sobre el trato a la niñez en estos tiempos.
Ficha IMDb
Una película en blanco y negro que empieza por un paseo a través de Paris, teniendo siempre en la mira a la Torre Eiffel. Con unas vistas de los barrios norte de la ciudad dignas de las fotografías de Doisneau. Como lo son las tomas del salón de clase.
El titulo viene de la popular expresión francesa: “faire les 400 coups”, (dar los 400 golpes) que significa: hacer todas las tonterías posibles. La mayor parte de la película y de los problemas de Antoine Doinel tiene lugar en el salón de clase. Más precisamente con el profesor de francés. Estos roces, aunados a los de la casa, sobre todo con su madre, llevaran al niño, en un efecto dómino a un Centro de Observación para menores delincuentes, y de ahí a escapar.
Para interpretar al adolescente Antoine se escogió a Jean-Pierre Léaud, un niño muy talentoso. Con él Truffaut seguiría en varias películas que constituyen la saga de Antoine Doinel : Antoine et Colette, en la película en sketchs L’Amour à vingt ans (1962), Baisers Volés (1968), Domicile conjugal (1970), L’amour en fuite (1979), que narran la vida sentimental y conyugal del personaje . Ttambién con el hizo La nuit américaine (1973). Resulta divertido y enternecedor reconocer en el niño actor de 13 años, los gestos, expresiones y movimientos que Jean-Pierre Léaud tendría de adulto: algunas inflexiones de la voz, la forma de pasarse la mano en el pelo. Cierta torpeza en la forma de desplazarse. Pero este niño tiene una presencia en pantalla impresionante. Como lo muestra la escena de la entrevista con la psicóloga. Ella, en voz off, le pregunta a Antoine sobre su vida, su familia, sus gustos, su abuela, de cómo su madre quiso abortarlo. Y él en plano fijo, en varias escenas que se suceden con disolvencias, habla. De todo. Con un aplomo, una sinceridad, una fuerza impresionante. Y un talento actoral cautivador.
Es el primer largo metraje de Truffaut. Fue recibido en Cannes con aplausos, ayudado por los amigos del director, los miembros de esta pandilla que quería hacer cine de forma diferente del cine francés de la época, el que Truffaut mismo, con Rohmer, Rivette, Godard y demás atacaban con tanta virulencia y mala fe en los Cahiers du Cinema. ¡Por cierto, uno de los compañeros de Antoine en el salón de clase, se llama Chabrol! Parece que el entusiasmo de 1959 frente a este “obra maestra” ha decaído un poco. Pero quedan algunas características que serán las de la Nueva Ola: historias sencillas, tomadas de la vida real de la gente normal, escenarios reales. Aquí tenemos una familia de recursos modestos, con una madre soltera, Gilberte (Claire Maurier) que se casó después de nacer su hijo. Ella trabaja en una oficina y engaña a su esposo. Él, hombre de buen corazón, reconoció al niño y lo trata lo mejor que puede. Viven en un departamento muy pequeño y Antoine duerme en un catre en la entrada. En la cena, se habla de problemas de dinero. O se decide ir al cine ver Paris nous appartient de Rivette.
La película nos da también un muy bien testimonio del ambiente, la disciplina y la pedagogía en las escuelas de la época, en clases de francés e inglés, ante las cuales los niños de hoy se rebelarían. Como la lección de poesía, la clase de inglés, o la humorística escena del profesor de deporte llevando a sus alumnos a algún terreno alejado de la escuela. Conforme cruzan las calles, los niños van desapareciendo de la formación y el maestro acabará con dos.
A Antoine no le gusta mucho la escuela, y no le cae muy bien a su maestro de francés (Guy Decomble), llamado “Petite feuille”(hojita ) por sus alumnos. Y se deja tentar por las buenas ideas de su amigo René (Patrick Auffay) quien tiene siempre la solución para todo: una nota de ausencia firmada por la madre, una mentira eficaz, un lugar para dormir, el contacto para vender una máquina de escribir robada.
Los problemas se ponen serios cuando Antoine trata de cumplir con la promesa que le hizo a su mama de obtener un 10 en la composición de francés: restituye exactamente el final de A la recherche de l’absolu de Balzac, autor que admira con fervor al punto de tenerle un pequeño altar con una vela, que provocará un incendio en el departamento. El maestro cree a un plagio, castiga. Y Antoine se fuga. Se refugia en casa de René, y deciden robar una máquina de escribir para ganar algo de dinero.
A partir del momento en que Antoine es llevado a la policía por el robo de la maquina en la oficina de su padrastro, el tono cambia: parte de la noche en la “jaula” de la estación de la policía, el traslado hacia la prisión, de noche en las calles iluminadas de Pigalle, formalidades de entrada, registro fotos. Todo en la más grande soledad, como si fuera un adulto. Truffaut logra transmitirnos, en forma muy sencilla y autentica, el sentimiento de abandono del niño.La celda con paredes húmedas, la cama sin sabanas, la taza de café infecto. El cigarro fabricado con restos de tabaco sacados de los bolsillos y enrollados en un trozo de papel.
El Centro de Observación de jóvenes delincuentes recuerda a La Tête contre les murs de Franju (1959), con una extraña jaula en el jardín, como las de los zoológicos para los pájaros. Pero ahí encierran a las niñas, seguramente para protegerlas de los jóvenes internos. Uno de los jóvenes internos le explica a Doinel la importancia de cuidar su comportamiento, sus miradas y sus palabras durante la entrevista con la sicóloga: de ahí podrían mandarlo a la prision o a Sainte Anne, el hospital siquiátrico. Exactamente lo que le pasa al personaje de Franju, en un engranaje administrativo que nada puede detener. Trabajo, comidas, visitas. André se presenta pero no puede entrar. La madre viene. Y finalmente, durante un partido de football, Antoine huye. Y corre, corre, corre en un largo plano-secuencia que lo muestra de perfil, corriendo siempre del mismo paso, pasando campos, granjas, vacas, hasta llegar al mar. El mar que soñaba ver desde siempre. Verdad o sueño?
Pero, en media de tanto drama y desesperanza, a la película no le faltan momentos de buen humor. Como este divertido intermedio: la noche que Antoine pasa fuera de su casa, camina en Paris, se roba una botella de leche ( ¿escena copiada por Scorcese en Hugo?) y se encuentra con una señora que ha perdido a su perro. Se trata ni más ni menos de Jeanne Moreau. Un señor aleja a Antoine para encargarse de ayudar a la pobre señora: Jean Claude Brialy. ¡Hablábamos antes de la banda de amigos de la Nouvelle Vague!
Ficha IMDb
Una película en blanco y negro que empieza por un paseo a través de Paris, teniendo siempre en la mira a la Torre Eiffel. Con unas vistas de los barrios norte de la ciudad dignas de las fotografías de Doisneau. Como lo son las tomas del salón de clase.
El titulo viene de la popular expresión francesa: “faire les 400 coups”, (dar los 400 golpes) que significa: hacer todas las tonterías posibles. La mayor parte de la película y de los problemas de Antoine Doinel tiene lugar en el salón de clase. Más precisamente con el profesor de francés. Estos roces, aunados a los de la casa, sobre todo con su madre, llevaran al niño, en un efecto dómino a un Centro de Observación para menores delincuentes, y de ahí a escapar.
Para interpretar al adolescente Antoine se escogió a Jean-Pierre Léaud, un niño muy talentoso. Con él Truffaut seguiría en varias películas que constituyen la saga de Antoine Doinel : Antoine et Colette, en la película en sketchs L’Amour à vingt ans (1962), Baisers Volés (1968), Domicile conjugal (1970), L’amour en fuite (1979), que narran la vida sentimental y conyugal del personaje . Ttambién con el hizo La nuit américaine (1973). Resulta divertido y enternecedor reconocer en el niño actor de 13 años, los gestos, expresiones y movimientos que Jean-Pierre Léaud tendría de adulto: algunas inflexiones de la voz, la forma de pasarse la mano en el pelo. Cierta torpeza en la forma de desplazarse. Pero este niño tiene una presencia en pantalla impresionante. Como lo muestra la escena de la entrevista con la psicóloga. Ella, en voz off, le pregunta a Antoine sobre su vida, su familia, sus gustos, su abuela, de cómo su madre quiso abortarlo. Y él en plano fijo, en varias escenas que se suceden con disolvencias, habla. De todo. Con un aplomo, una sinceridad, una fuerza impresionante. Y un talento actoral cautivador.
Es el primer largo metraje de Truffaut. Fue recibido en Cannes con aplausos, ayudado por los amigos del director, los miembros de esta pandilla que quería hacer cine de forma diferente del cine francés de la época, el que Truffaut mismo, con Rohmer, Rivette, Godard y demás atacaban con tanta virulencia y mala fe en los Cahiers du Cinema. ¡Por cierto, uno de los compañeros de Antoine en el salón de clase, se llama Chabrol! Parece que el entusiasmo de 1959 frente a este “obra maestra” ha decaído un poco. Pero quedan algunas características que serán las de la Nueva Ola: historias sencillas, tomadas de la vida real de la gente normal, escenarios reales. Aquí tenemos una familia de recursos modestos, con una madre soltera, Gilberte (Claire Maurier) que se casó después de nacer su hijo. Ella trabaja en una oficina y engaña a su esposo. Él, hombre de buen corazón, reconoció al niño y lo trata lo mejor que puede. Viven en un departamento muy pequeño y Antoine duerme en un catre en la entrada. En la cena, se habla de problemas de dinero. O se decide ir al cine ver Paris nous appartient de Rivette.
La película nos da también un muy bien testimonio del ambiente, la disciplina y la pedagogía en las escuelas de la época, en clases de francés e inglés, ante las cuales los niños de hoy se rebelarían. Como la lección de poesía, la clase de inglés, o la humorística escena del profesor de deporte llevando a sus alumnos a algún terreno alejado de la escuela. Conforme cruzan las calles, los niños van desapareciendo de la formación y el maestro acabará con dos.
A Antoine no le gusta mucho la escuela, y no le cae muy bien a su maestro de francés (Guy Decomble), llamado “Petite feuille”(hojita ) por sus alumnos. Y se deja tentar por las buenas ideas de su amigo René (Patrick Auffay) quien tiene siempre la solución para todo: una nota de ausencia firmada por la madre, una mentira eficaz, un lugar para dormir, el contacto para vender una máquina de escribir robada.
Los problemas se ponen serios cuando Antoine trata de cumplir con la promesa que le hizo a su mama de obtener un 10 en la composición de francés: restituye exactamente el final de A la recherche de l’absolu de Balzac, autor que admira con fervor al punto de tenerle un pequeño altar con una vela, que provocará un incendio en el departamento. El maestro cree a un plagio, castiga. Y Antoine se fuga. Se refugia en casa de René, y deciden robar una máquina de escribir para ganar algo de dinero.
A partir del momento en que Antoine es llevado a la policía por el robo de la maquina en la oficina de su padrastro, el tono cambia: parte de la noche en la “jaula” de la estación de la policía, el traslado hacia la prisión, de noche en las calles iluminadas de Pigalle, formalidades de entrada, registro fotos. Todo en la más grande soledad, como si fuera un adulto. Truffaut logra transmitirnos, en forma muy sencilla y autentica, el sentimiento de abandono del niño.La celda con paredes húmedas, la cama sin sabanas, la taza de café infecto. El cigarro fabricado con restos de tabaco sacados de los bolsillos y enrollados en un trozo de papel.
El Centro de Observación de jóvenes delincuentes recuerda a La Tête contre les murs de Franju (1959), con una extraña jaula en el jardín, como las de los zoológicos para los pájaros. Pero ahí encierran a las niñas, seguramente para protegerlas de los jóvenes internos. Uno de los jóvenes internos le explica a Doinel la importancia de cuidar su comportamiento, sus miradas y sus palabras durante la entrevista con la sicóloga: de ahí podrían mandarlo a la prision o a Sainte Anne, el hospital siquiátrico. Exactamente lo que le pasa al personaje de Franju, en un engranaje administrativo que nada puede detener. Trabajo, comidas, visitas. André se presenta pero no puede entrar. La madre viene. Y finalmente, durante un partido de football, Antoine huye. Y corre, corre, corre en un largo plano-secuencia que lo muestra de perfil, corriendo siempre del mismo paso, pasando campos, granjas, vacas, hasta llegar al mar. El mar que soñaba ver desde siempre. Verdad o sueño?
Pero, en media de tanto drama y desesperanza, a la película no le faltan momentos de buen humor. Como este divertido intermedio: la noche que Antoine pasa fuera de su casa, camina en Paris, se roba una botella de leche ( ¿escena copiada por Scorcese en Hugo?) y se encuentra con una señora que ha perdido a su perro. Se trata ni más ni menos de Jeanne Moreau. Un señor aleja a Antoine para encargarse de ayudar a la pobre señora: Jean Claude Brialy. ¡Hablábamos antes de la banda de amigos de la Nouvelle Vague!
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