Basada en hechos reales:el amor apasionado de Adèle, hija menor de Victor Hugo, por un lugarteniente inglés, la película de Truffaut usa de la joven Isabelle Adjani para mostrar la destrucción progresiva de una mente tal vez genial. Una película sobre la obsesión, la fascinación. Una mujer fascinada por un hombre. Un director fascinado por una actriz.
Ficha IMDb
Cuando Adèle llega a Halifax, persiguiendo a su Pinsón, tiene treinta y tres años. Cuando Isabelle Adjani interpreta a Adèle, en su primera película, tiene veinte años, unos ojos profundos y una cara de oval perfecto. Ha sido descubierta dos años antes en la Comédie Française en el papel de Ondine de Giraudoux. Fue una revelación. Es la joven actriz prodigio de quien habla todo mundo. Y Truffaut la escoge para darle vida a esta hija de Hugo a quien nadie conoce porque solo se habla de Léopoldine, la mayor, la que murió ahogada en el Sena con su esposo unos meses después de casarse, y que inspiró tantos poemas de su genial padre.
Adèle es un ser devorado por el amor. El lugarteniente que conoció en Inglaterra dos años antes, quien la sedujo y a quien se entregó, es un joven común y corriente, vividor, seductor y jugador. Y que no se interesa a ella para nada.
En Halifax, ella se esconde en una casa de huéspedes, con la Señora Saunders (Sylvia Mariott) y su esposo. La toman bajo su protección como si fuera su nieta. Sin saber de quién es hija. La vida pasa entre idas a la librería a comprar papel, al banco para recoger las cartas de su padre, y sobre todo el dinero que él le manda, ordenándole volver.
Y ella, además de hostigar a Pinsón, escribe. De día, de noche, sentada, acostada o parada como lo hacía su padre. Escribe su diario, sobre el cual Truffaut y Jean Gruault se basaron para su guión. Reflexiona sobre la creación artística, sobre la condición de las mujeres. "mis hermanas que sufren en los prostíbulos, mis hermanas que sufren en el matrimonio… hay que devolverles su dignidad".
En sus cartas a su familia, cuenta que ya se casaron. Y poco a poco pierde contacto con la realidad. Reza frente al altar que le hizo a su amor, con su foto y velas encendidas.
Truffaut tiene una forma peculiar de filmar las sesiones de redacción. La actriz pronuncia directamente hacia la cámara, o frente a un espejo, lo que el personaje escribe. Parece que habla sola, o que habla constantemente con alguien que no está. Como en un desdoblamiento o tratando de establecer comunicación con alguien. O tal vez en representación delante de sí misma. Cuando en la vida real, los que quieren comunicar con ella, ayudarla, entenderla, se ven rechazados. Como el dueño de la librería (Joseph Blatchley – Whistler) que le regala la edición de Los miserables . O Madame Saunders que se interesa en su juventud sin lograr una palabra amable.
La película da una explicación familiar al desvarió de Adèle: la omnipresencia de Léopoldine: pesadillas donde Adèle se ahoga en aguas tumultuosas, alucinaciones con la ropa de su hermana conservada por la madre en el closet de Adèle y que esta quiere quemar.
Cuando finalmente el batallón de Pinsón se va a Barbados, ella lo sigue, en un trayecto de miles de kilómetros, sola, y ya medio loca.
Allá, pobre, alucinada, presa de fiebres y convulsiones, será rescatada por una mujer negra, quien escribirá a Victor Hugo para organizar el regreso a Francia. De esta ultima parte de la película se colgará Raphael Confiant, escritor martiniqués, para su novela Adèle et la pacotilleuse, escrita en 2002.
El final de la película de Truffaut está hecho de imágenes documentales: fotos de Hugo, de los Campos Elíseos llenos de dos millones de admiradores rindiendo homenaje al catafalco, del hospicio donde Adèle morirá en 1915, de la lapida abandonada . Muerte en los honores para el padre. Muerte en el olvido para la hija. Imágenes documentales para insistir en la veracidad de esta loca historia de amor. Como lo era el comentario en off al principio, para explicar la situación histórica. Como lo son las fotografías de la verdadera hija de Hugo en el álbum de fotos que Adèle le enseña a Madame Saunders.
A medida que Adèle se aleja en la locura, Adjani se aleja en la pantalla. Los planos se hacen más lejanos. El oval blanco de la cara de la actriz deja de ocupar gran parte de la imagen y se ve la silueta completa, encorvada, tambaleante en su vestido rojo, cada vez más roto. Hasta acabar en esta silueta tiesa bajo la gran capa negra, regalo de Madame Saunders. Adèle ya no existe. Su mirada vacía no reconoce a Pinsón cuando lo cruza en las calles de Barbados, ni siquiera lo oye cuando él, con insistencia, la llama.
La fascinación se hace palpable en la escena del asecho a Pinsón visitando de noche a una mujer: la cara de Adjani aparece y desaparece , entre las ramas, entre los barrotes de la escalera, entre los marcos de ventanas. El horror se ve en sus ojos hasta acabar en una extraña sonrisa. Esta "más allá de los celos".
Los demás personajes son puros accesorios, apoyos momentáneos para la obsesión de Adèle. Nada, nadie importa. Solamente ella y su amor. Solamente Adjani..
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