Como El infierno, esta cinta
tiene el defecto de su doble objetivo: denunciar y hacer reír. Lo único que
logra es quedarse a la mitad de cada uno, de aburrir por demasiado larga, y de
caer en varias incoherencias narrativas. Además, sufre de interpretaciones sobreactuadas.
Ficha IMDb
La cinta pretende ser una sátira de Televisa, la televisora más potente de México. La empresa de la cinta, Televisora Mexicana, funciona como medio de denuncia, al difundir vídeos comprometedores, pero también como agente de promoción para políticos. En realidad, es una máquina de ganar dinero y quien paga más la tiene totalmente a su servicio. Así pasa con el gobernador Carmelo Vargas (Damián Alcázar), deshonesto, abusivo, medio vulgar. Todo empieza cuando Televisora Mexicana difunde un video donde se le ve claramente recibir dinero de manos de un narcotraficante. El pobre político desprestigiado trata de “convencer” al director, Jose Hartmann (Tony Dalton) y finalmente, muy bien aconsejado por su equipo, contrata a la compañía para que le construyan una imagen políticamente correcta y apta a un destino glorioso. Para eso, mandan a su estado al productor Carlos Rojo (Alfonso Herrera), por cierto novio de Jazmin (Livia Brito), actriz estrellas de la telenovela Los pobres también aman y a Ricardo Diaz (Osvaldo Benavides), reportero estrella, gran admirador de su propia imagen.
Esto sirve de
punto de partida para una serie se escenas más excesivas las unas que las otras:
mala educación, violencia, lenguaje soez, mal gusto. Claro, eso existe en la
realidad. Lo hemos visto, escuchado, en televisión, pero también en las redes
sociales. El abuso de poder y de dinero está a la orden del día, desde hace ya
bastante tiempo. Y tal vez lo haya sido siempre. Pero el trazo es demasiado
grueso, por no decir grotesco. Se evidencia la practica periodística, y
política dela “caja China”, ampliar un asunto secundario para distraer la
atención de hechos importantes. Parece golpe de suerte: dos niñas están
secuestradas.
Es cuando la
película se acaba de perder: cae en el mismo defecto que quiere denunciar. La
historia se diluye en su propia caja
China. El asunto del secuestro de las niñas se les escapa de las manos a Estrada
y su guionista Sampietro. No saben manejarlo y se vuelve una enormidad
incontrolable. La historia se vuelve pesada, interminable. Uno
piensa llegar al final, pero sigue, y sigue. Un epilogo le sucede a otro
epilogo. Hasta parece que los realizadores se sintieron obligados a agregarle
más, en caso de que el espectador no haya entendido bien.
En la acumulación de escenas, tal vez el público se haya perdido y no haya notado los hoyos narrativos, y las incoherencias, o torpezas del guion. Por ejemplo se descubre al final, o en uno de los finales, que el coronel (Jorge Zarate) al servicio de la Televisora , fue quien organizó el secuestro de las niñas. Pero nunca se dio el mínimo indicio. Solo una llamada del productor al principio: “tal vez vaya a necesitar sus servicios”. ¿Pero si él tuvo la idea de utilizarlo, porque no se ve nunca que sepa algo de lo que está ocurriendo?
También hay
unas situaciones ilógicas: es irreal en la realidad y en la lógica del
personaje del productor, o del funcionamiento manipulador que se nos pretende
demostrar que los vecinos de los Garza, padres delas niñas, apenas se acaban de
enterar por televisión del problema del matrimonio, si tienen a los periodistas
en frente de la casa desde varios días.¿Cómo no se
aprovecha su visita y el obsequio que hacen de sus joyas? ¡Esto sería una buena
escena emotiva! ¿Y cómo no se utiliza el regreso se las niñas, al menos unos
segundos para después retirarse con “discreción” y dejarlos a la intimidad
familiar? Ademas, la situación
del padre está mal definida: viven en casa
grande, pero aislada en un fraccionamiento sin acabar. ¿Es rico o no lo es?
La cinta funciona
a nivel muy superficial para que el público encuentre situaciones o personajes
que vio en su propio televisor: el falso arresto de Florence Cassez, el
asesinato de la niña Paulette, el caso del gober
precioso del estado de Puebla, los spots de candidatos a las elecciones, la
actriz de telenovela que se vuelve esposa de gobernador, el tema mismo de las
telenovelas, con sus historia de muchacha pobre amada por el joven amo. Pero
también los colgados en los puentes y los ataques en plena autopista, el soborno expuesto en vivo de Bejarano, la denigración orquestada
de un líder político de la oposición (un Mesías, para más señas, interpretado
por Joaquín Cosío).
Los actores
son a la imagen de la cinta, sin ninguna sutilidad, todo en exageraciones,
empezando por un Demian Alcazar totalmente sobreactuado, caricatural, más
payaso de lo que fue Cantinflas. Esto le quita mucha credibilidad al proyecto. Estamos
muy lejos de la implacabilidad de Heli.
La real
crítica a Televisa, la que de verdad profundiza en el poder de enajenación y
manipulación del pueblo, es más sutil. Son unas cuantas imágenes rápidas: una
sirvienta que se peina, viéndose al espejo al mismo tiempo que ve la novela.,
hombres sentados en un café, absorbidos por la pantalla... ahí se ve el poder
de Televisa, como transforma los valores y sueños de un pueblo.
Estrada quiso, talvez, pegar fuerte con la
exageración, quiso tener un efecto sobre una mayoría. Pero olvidó que la risa
general, burda, puede voltearse en contra del que la desencadena y quitarle
mucha credibilidad.
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