Adaptada de
una novela corta de Madame de Lafayette, autora de la famosa Princesse de Clèves,
esta cinta sorprende de parte de Tavernier quien no es un acostumbrado de las
películas de época. Aquí nada de problemática social. El tema central es el
rechazo a todo tipo de pasión: religiosa, o amorosa.
Ficha IMDb
Mademoiselle Marie de Mézières (Mélanie Thierry) está
enamorada desde su infancia de Henri de Lorraine, duque de Guise (Gaspard
Ulliel), y él de ella. Hasta se dio un compromiso verbal entre
las familias. Pero todo cambia cuando el duque de Montpensier (Michel
Vuillermoz) exige del padre de Marie se la entregue para su hijo François de
Bourbon (Grégoire Leprince-Ringuet). Aunque la joven no ame a su esposo, cumple
cabalmente con sus obligaciones y olvida a su antiguo amor. Sin embargo, los asares
y obligaciones de la vida de los grandes del reino pondrán a todos en las redes
de sus propias pasiones.
Como en el caso de la Princesa de Clèves, quien se desarrolla unos años antes de esta
historia, el marco de los eventos es el siglo XVI, cuando Catherine de Medicis,
ahora viuda, organiza el destino de sus hijos; es el mismo que La Reine Margot de Dumas, y Chéreau (1994). Las
guerras de religión entre protestantes, llamados hugonotes, y católicos,
terminarán en la misma sangrienta noche de la San Barthélemy, en agosto de
1572.
En un primer tiempo, Marie debe quedarse en el
castillo familiar, en la provincia, mientras su esposo va a pelear y la deja al
cuidado de su propio mentor, François de Chabannes (Lambert Wildon), viudo,
protestante, quien acaba de renunciar al combate porque ya no soporta matar a
inocentes en nombre de su fe. Como se lo encargó su joven amigo, dedica los
días a educar a la joven: leer, escribir, latín, poesía, botánica, filosofía….
Pero Marie debe presentarse a la corte de Catherine (Evelina
Maghnagi) y ahí, además de participar en las fiestas, bailes, disfraces de los
nobles católicos, debe resistir a las seducciones del tercer hijo real, el
Duque de Anjou ( Raphaël Personnaz) ( futuro rey de Polonia y después de Francia
como Henri III), al mismo tiempo que se reaviva su amor por de Guise, todo bajo
los ojos cada vez más celoso de su esposo, y el sufrimiento silencioso de
Chabannes.
Pero donde Dumas y Chéreau ven acción, movimientos, Madame
de la Fayette, seguida por Tavernier, plantea la educación de una joven, entre
cuatro hombres. Dos la quieren llevar a la pasión amorosa. Uno, su esposo, se
deja llevar a la pasión de los celos. El cuarto le enseña el control.
Si se les puede reprochar a los actores una pronunciación
muy teatral al principio, hay que reconocer que uno se deja llevar por las buenas
interpretaciones de Grégoire Leprince-Ringuet), que su pasión e inseguridad
vuelven torpe, de Raphaël Personnaz como un excelente Anjou, con kohl y perlas,
excesivo y noble en el fondo, y por Mélanie Thierry, hermosa como lo fue Marina
Vlady en La Princesse de Clèves de
Delannoy (1961). Todos embellecidos por una vestimenta deslumbrante.
Tal vez porque está interpretado por un magnífico
Lambert Wilson, tal vez porque así lo quiso la autora, el personaje central es François
de Chabannes, todavía hombre del Renacimiento, humanista conocedor de idiomas
antiguos, de la Biblia, de las plantas. Como los Humanistas, como Montaigne, sabe
observar, reflexionar y practicar la tolerancia. Es hombre de honor, de
fidelidad. Se enamora y el amor le cae encima cuando ya sabe que las pasiones
no pueden llevar a nada bueno. Su declaración, discreta en un jardín, es una escena
maravillosa: él está fuera de campo, y la pantalla presenta a Marie junto a una
rosa abierta, discreta alusión a Ronsard: Mignonne,
allons voir si la rose.....
Como dice la madre de Marie: el amor es la cosa más
incómoda del mundo.
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