Parodia de
las cintas de espías de los años cincuenta, con un protagonista guapo y tonto en
extremo y nunca despeinado, saliéndose siempre con las suyas. Sobre fondo políticamente
incorrecto, con bromas a doble sentido. Una agradable broma cinematográfica.
Ficha IMDb
Hubert Bonisseur de La Bath (Jean Dujardin), o sea el
agente OSS 117, debe, Díez años después de la guerra, esclarecer la desaparición
de su compañero y amigo Jack, en El Cairo, nido de espiones de todos los países
de occidente, según le explica su jefe, Armand Lesignac (Claude Brosset) quien
le explica también muchas cosas que el seductor agente no entiende en lo más
mínimo, porque es de una ignorancia profunda.
El espía tendrá que adoptar la personalidad de Lucien
Bramard, co-director de la SCEP, Sociedad
de Cria de Pollos del Cairo, cuya linda secretaria, Larmina (Bérénice Bejo) lo
recibe en el aeropuerto para después llevarlo en su lindo convertible hasta el
canal de Suez, motivo de deseo de todas las naciones coloniales presentes en un
Egipto que trata de ser moderno, independiente. y donde el joven Nasser acaba
de derrocar al rey Farouc, mientras las Aguilas
de Khéops grupo integrista, quieren desencadenar una guerra religiosa.
En El Cairo trabajan todas las potencias de la Guerra
Fría, bajo cobertura de negocios ganaderos. Setine el ruso (Constantin
Alexandrov) dirige una granja de borregos, Gardenborough el británico (Laurent
Bateau) cría borregos, Pelletier el belga (François Damien) es la competencia
en cuestión de pollos, y Moeller el alemán (Richard Sammel) se dedica a los bovinos.
Las situaciones son absurdas a más no poder. La
escritura de los diálogos ha sido muy cuidadosa, con invenciones desopilantes:
la conversación de embajada entre espías que pelean a golpe de oraciones
espirituales conteniendo nombres y sabiduría popular sobre animales. Es La Fontaine
al nivel de la calle o del café de la esquina. O el monologo de la pistola de
OSS, colocada a una altura estratégica del cuerpo de su poseedor. Pero también hay
diálogos que se limitan a carcajadas larguísimas. Nada esta dejado al azar. Ni
siquiera una pelea con el muezzin, a quien nuestro espía ignorante obliga a
callarse, cuando pretende llamar a los creyentes a la primera plegaria del día.
Demasiado temprano, según el elegante agente.
Jean Dujardin, quien se volvió famoso con El artista (2011) del mismo director, es
perfecto de torpezas, sonrisas desplazadas, bromas estúpidas. Asume con un
natural desconcertante todas las taras de su personaje: estúpido, inculto,
racista, sexista, intolerante, baila como un dios, se cree admirado por todos y
deseado por todas. No ve ningún indicio para su investigación, ni siquiera el más
evidente. Entre crooner tipo Sinatra, y caricatura tipo Blake et Mortimer, es irresistible.
Las reconstituciones de época están muy bien logradas,
desde coches, vestidos, grano y colores de las cintas de época, recordando de Hitchcock
a Sean Connery, pasando por Audrey Hepburn, a quien el look de Larmina, peinado
y vestidos, es un homenaje.
Atrás de las referencias numerosas al mundo del cine, no
se puede dejar de ver, con los clichés al segundo nivel y los albures nada
sutiles, ideas y comportamientos que fueron durante años considerados como
normales y que, tal vez, explican en parte situaciones actuales.
Pero la película no sea toma en ningún momento en
serio. Es parodia pura y un gran momento de risa.
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