Un desfile, o un baile, de personalidades horripilantes, falsas, peligrosas, que no controlan sus impulsos, deseos o perversiones, presentadas con una ironía mordaz y despiadada. Un retrato de una cierta humanidad que, paradójicamente, es la que ocupa las primeras planas e provoca la envidia e imitación de parte de la población.
Ficha IMDb
Como Monte Cristo, Agatha Weiss (Mia Wasikowska) vuelve a su ciudad de origen, Los Ángeles, a vengarse.
Pero el talento de Cronenberg consiste, entre otras cosas, a mostrarnos primero este mundo al que vuelve. La presentación rápida de los protagonistas es terrible. El niño Benjie (Evan Bird) da miedo. Su cara extraña de bebe sobre un cuerpo de adolescente crecido, la rigidez de sus movimientos, la obscenidad de su vocabulario y la violencia con la cual se dirige a los que lo rodean, o sea los adultos a su servicio, dan ganas o de huir, o de aventarle desde el principio un par de cachetadas para devolverlo a la realidad. Tiene trece años y varias desintoxicaciones, exigidas por los productores de las películas en las que”actua”, en particular una historia de babysitter malvado. Pero en esos días tiene pesadillas, ve fantasmas, tal vez su consciencia, si es que la tiene, le haga ver el daño que le hace al mundo, o lo ande previendo del regreso de la hermana que asusta sus recuerdos.
Sus papas tampoco son muy recomendables, la mama, Christina (Olivia Weiss) administra los ingresos y la vida profesional del chiquito y el papa, Stafford (John Cusack) es un psicólogo-masajista-gurú-coach-redactor de libros de autoayuda quien, obviamente, hace mucho dinero con sus libros, shows televisivos, sesiones individuales y consejos a las grandes estrellas, a quienes recibe en su hermosa casa.
Entre sus pacientes se encuentra la star en decadencia y mujer en angustias, Havana Segrand (Julianne Moore). Arribista, egoísta, pretenciosa, rica y mal vestida, inculta, caprichosa, pero llena de complejos, vive dominada por la imagen de su madre, quien, dice, la maltrató , pero a quien admira y que quiere desesperadamente imitar, al punto de querer el papel que la madre interpreto años antes, joven y bella.
A esa constelación va a llegar Agatha, con sus largos guantes negros. Ella tiene la elegancia y la inteligencia que faltan a los demás. Con su llegada, arrastra a la telaraña a Jerome Fontana (Robert Pattinson), conductor de limusina, guiño de Cronenberg a su película anterior Cosmopolis (2012), al bajarlo dramáticamente de condición social. Agatha pide un “mapa de las estrellas”, como cualquier turista que visita Los Ángeles, pero las residencias que va a visitar, adonde se va a introducir, no son las de las celebridades, son las de su propio mapa familiar. Ella va a unir, dar sentido y revelar la verdad sobre esta gente que vive en superficialidades Porque ella vuelve de un infierno. Sus padres la han apartado, mandándola a un hospital psiquiátrico, después de que atentó contra la vida de la familia. Prendió fuego a la casa y su cuerpo muestra las marcas. Otro talento de Cronenberg es no enseñarnos directamente las cicatrices. Los largos guantes negros bien podrían ser una de estas modas actuales. Además le dan a Agatha un toque de elegancia desfasada, de otra época, que va muy bien con su belleza de princesa romántica.
Agatha entra a la casa de Havana como asistente, y se va ir acercando poco a poco a su objetivo. Su limpidez la vuelve implacable. Una vez que emprendió su marcha, nada la puede detener y va a ir revelando poco a poco la falsedad de cada uno. Es la más cuerda de todos, es la más auténtica.
Toda la cinta está acompañada por la lectura en off del poema de Eluard Liberté, con su ritmo repetitivo, lancinante, obsesivo. Sobre todo, paredes, caras, objetos, Agatha escribe el nombre de su obsesión: liberarse a ella misma y a su hermano de las falsedades del mundo de los adultos, encontrarse en un simulacro de boda, y suicidarse para volverse estrellas. El abominable Benji es atraído por esta fuerza, porque es también presa de una cierta locura, que lo lleva, por las alucinaciones que tiene, a matar, a ser, también, un tipo de criminal como su hermana. Pero en realidad no obedecen a ningún deseo egoísta o de poder, simplemente a le necesidad de alcanzar una paz interna, imposible en la sociedad e apariencias en la cual los obligan a vivir.
Havana la estrella, interpretada por una Julian Moore terrorífica y fascinante, está en cambio decidida a imponerse en el mundo de las apariencias, de la dominación. Consume sexo, tratamientos, masajes, ropa (gasta un dineral y sigue igual de mal vestida), roba amigos y amantes, es mal hablada y escatológica, no respeta a nada ni nadie. Solo cuenta ella. Su maldad encontrará un castigo brutal. Y bien merecido.
Los espacios hermosos que son las casas de los ricos, harmoniosas, luminosas, contrastan con la fealdad del interior de la gente. Parece que no las merecen. Son como los palacios de los antiguos griegos, dentro de los cuales se vivían las pasiones más obscenas, el parricidio, el incesto, cuando la familia era el nido para la maldición divina.
La fealdad sobre el cuerpo de Agatha, las cicatrices reveladas progresivamente son, al contrario, el precio que ya pagó a la sociedad de los falsos valores. Ella ya pagó por su libertad y, por eso, tiene ahora derecho a ejercerla. Parece monstruo, pero llegó para quitar de la faz de la tierra a algunos verdaderos monstruos.
El pobre Jerome, más o menos inocente, se ve utilizado, llevado de un lado al otro, por uno u otro personaje, porque es demasiado normal, honesto. Sus pretensiones son razonables: ser reconocido como autor, y, mientras tanto, sobrevivir trabajando. Es un personaje de comedia, tal vez de drama, no alcanza a la categoría trágica de los demás, y finalmente, como Ícaro, se quema las alas al codearse con las alturas. Eso lo vuelve bastante simpático, al mismo tiempo que un poco desdeñable.
Y lo genial de este viaje con las estrellas es que es tan despiadado y sarcástico que la vulgaridad, la fealdad, la obscenidad, la deformidad, de ser tan extremas, se vuelven divertidas. Ponen al espectador en una posición muy incómoda, entre reír y horrorizarse, que paradójicamente disfruta. Cronenberg juega con nuestro masoquismo.
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