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Relata la historia de una comunidad de monjes cistercienses instalados en un pueblo en el Atlas. Viven integrados a la comunidad local. Cultivan su pequeña tierra y venden sus productos en el mercado del pueblo, según la regla de San Bernardo Tienen un dispensario para los enfermos del lugar, principalmente mujeres, ancianos y niños. Están invitados a las fiestas familiares, les piden consejos. Llevan a cabo todas las actividades fuera del monasterio en ropa de civil y sería muy difícil identificarlos como religiosos.
El ambiente de la película esta dominado por la serenidad de estos hombres, que han renunciado al mundo y sus lujos, y saben que su lugar esta ahí, con sus hermanos, y con esta gente del Atlas. Los días pasan entre rituales, cantos, lecturas, tareas manuales sencillas. Cada cierto tiempo, el capitulo, alrededor de una mesa, para tomar en común las decisiones. La cinta por momentos parece ser un documental.
Todos son diferentes por la edad, la forma de actuar, de hablar, por la vida que se siente llevan atrás. No se nos dice nada de la vida anterior de estos hombres: como llegaron ahí, cuando, porque. Desde cuando la comunidad esta conformada por estos mismos hombres. Tampoco se nos habla de relaciones personales entre ellos. Son antes que todo, Hermanos en Dios. El medico hace alusión a la guerra, a amores que tuvo en su juventud. Uno alude a un viaje que hizo a Francia, durante el cual, en medio de su familia, sintió que su lugar esta con sus Hermanos. Toda esta vida, a parte de la vida religiosa parece muy alejada, como otra existencia, sin verdadera realidad.
Dentro del monasterio, revisten el hábito blanco con mangas largas, y, a veces el escapulario negro encima. Tienen la voz clara y parca de los que han reflexionado para encontrar sus respuestas, y no necesitan explayarse. En las reuniones para opinar sobre una salida del lugar, cuando las amenazas de los rebeldes se vuelven más cercanas, nadie tiene que hacer un discurso para que los otros entiendan su posición.
Sus cantos son el equivalente moderno del canto gregoriano, solo con las voces, en líneas melódicas muy puras, con repeticiones, como incautaciones. También a veces, cantan solos, para acompañar sus tareas. Y no sufren de la soledad. Porque saben que no están solos. Que siempre hay un Hermano que entiende. Las felicidades, las crisis, las dudas, los sufrimientos físicos (uno tiene asma, otro tiene mas de ochenta años).Cuando el Hermano Christian va al cuarto del hermano Luc, el doctor, exhausto por sus más de ciento cincuenta consultas al día, le quita el libro abierto y los lentes con mucha suavidad, apaga la luz. Simplemente porque sabe las dificultades y esta ahí cuando se le necesita.
En la forma de filmar, vemos siempre las ceremonias desde el mismo punto de vista. Por lo general los vemos cantando de espalda. La única en que se les ve de frente, es cuando están bajo la amenaza de un helicóptero que se mueve encima del monasterio, con la capilla en la mira, en la punta de la ametralladora. En este momento, ellos, sin dejar de cantar, se acercan el uno al otro, se toman por los hombros, para darse la fuerza necesaria para abstraerse de la amenaza. Pero no es todavía el momento de la muerte.
La escena mas impactante es la de la ultima cena. Desobedeciendo la regla, el hermano Luc llega con dos botellas de vino tinto, color de sangre, y pone la musica del Lago de los cisnes. La escena se vuelve muda atrás de esta musica. Los Hermanos, disfrutan de la comida, degustan el vino, charlan, ríen. La cámara voltea a verlos de dos en dos. Pero empieza a acercarse . Y ellos a callarse, a volverse serios. Y a medida que la cámara se hace más cercana, la interioridad sale a la superficie, con el miedo, la tristeza, y las lagrimas. Es un momento como hay pocos en el cine.
Después, otra escena bíblica es la subida en la montaña. Después del secuestro y de grabar los mensajes que los rebeldes prepararon para pedir al gobierno francés la liberación de unos prisioneros, sin que se sepa exactamente cuanto tiempo ha pasado, los vemos subir . En esta escena, es el movimiento inverso. La cámara primero nos muestra planos cerrados de las caras, poco a poco se va alejando para mostrar grupos, y poco a poco se aleja más hasta que veamos toda la procesión que sube con dificultad. Cuando han pasado todos, la cámara se queda fija, y se van alejando bajo la nieve hasta, suavemente y lentamente , desaparecer. ¿Suben a su ejecución? ¿Van a quedar mas tiempo en algún lugar arriba? Simplemente desaparecen. Ninguna imagen clara y cruda de su muerte. Ni sangre, ni violencia. Nada más suben y se funden en el gris de la nieve. Serenidad y silencio. Como lo fue su vida.
Ningún mensaje proselítico a favor de la religión. Ninguna mención de cualquier intención de ser mártir, de ganar el cielo, o la admiración por su sacrificio. Ni siquiera la idea de sacrificarse. Solamente hacer lo que uno piense que debe hacer, quedarse donde uno piensa que debe estar. Su actitud es un testimonio de que uno puede, por sus elecciones de cada momento, darle un sentido a su vida. De que uno, en cada momento, puede escoger, decidir, y, en cada momento, mantener estas elecciones. Es una película sobre la libertad interior y la dignidad.
El tema del uso, o de la interpretación, de las religiones esta presente en toda la película, pero finalmente secundario en comparación con el anterior.
La película no lograría tal intensidad sin la interpretación de grandes actores, en particular Lambert Wilson, ( el merovingio de Matrix,) como el Hermano Christian, y Michel Lonsdale como el Hermano Luc, el medico. Con siluetas y estilos opuestos, pero con la misma fuerza y la misma convicción.
La película ha tenido un éxito inmenso en Francia. Resultado seguramente de un cansancio de la sociedad de consumo en la que vivimos. Como un interés por otra forma de vida. Con otras metas, ya no materiales. Testigo de esta búsqueda del lado de lo espiritual, esta la gran simpatía que inspira el Dalai Lama, o el aumento de la población Amish en Estados Unidos (ha casi duplicado en los últimos 16 años), no solo por reproducción natural, sino también por los nuevos adeptos de esa forma de vida natural y lejos de los falsos valores de la ciudad.
Se puede vivir y ser feliz, sin tantos objetos, sin tanta comida, sin tanto ruido ni tanta gente.
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