Encerrada en un asilo y en su silencio, la escultora que fue amante y alumna de Rodin, camina y espera la visita de su hermano, el gran poeta y dramaturgo católico Paul, esperando en vano que la deje volver al seno de la familia. Casi sin dialogo, con una interceptación intensa de una Juliette Binoche habitada por su personaje.
Ficha IMDb
Estamos muy lejos de la anecdótica, falsamente melodramática y totalmente superficial Camille Claudel de Bruno Nuytten (1988), con estas dos figuras comerciales que eran Gerard Depardieu e Isabelle Adjani. Dos películas sobre la pasión, pero que la exprimen como medios totalmente diferentes.
En la cinta de Dumont, adaptación libre basada en la correspondencia de Camille con su hermano y en archivos médicos, todo viene de adentro. Pasamos hora y media suspendidos de la cara, los ojos de Juliette Binoche. Los planos son lentos como el tiempo que vive ella, tiempo de sentarse a esperar que se cuece una papa. A escuchar los sonidos de la montaña, a ver el sol bajar atrás del monte. Tiempo de un paseo en las piedras y el viento. Tiempo de ir a la iglesia a rezar, a leer el misal.
A Camille le prohibieron todo, le quitaron su arte, ya no se puede expresar. Ni siquiera tiene permiso para escribir cartas. La encerraron en el manicomio de Montdevergues, un hospicio para locas, mujeres que se expresan con movimientos toscos y gestos grotescos. Y sin embargo Mademoiselle Claudel les tiene paciencia, acepta llevarlas del brazo, acompañarlas, al mismo tiempo que siente impaciencia, exasperación y a veces indiferencia.
Dumont decidió trabajar con mujeres mentalmente discapacitadas para interpretar a las pacientes. Y consideró más fácil que las verdaderas enfermeras interpreten a las monjas para que las enfermas se sientan en confianza. Abundan los primerísimos primeros planos de las mujeres, lo que nos permite entender, sentir lo que podía sentir Camille Claudel, mujer inteligente, a la vez que posiblemente inestable psicológicamente, y lo que pudo sentir Juliette Binoche al convivir con ellas.
Dumont decidió trabajar con mujeres mentalmente discapacitadas para interpretar a las pacientes. Y consideró más fácil que las verdaderas enfermeras interpreten a las monjas para que las enfermas se sientan en confianza. Abundan los primerísimos primeros planos de las mujeres, lo que nos permite entender, sentir lo que podía sentir Camille Claudel, mujer inteligente, a la vez que posiblemente inestable psicológicamente, y lo que pudo sentir Juliette Binoche al convivir con ellas.
La aparición de este hermano tan esperado es una obra de arte: el monologo poético de adoración a Dios muestra todo el talento que tenía el gran Paul Claudel ((Jean-Luc Vincent), autor de estas monumentales maquinas teatrales que son Le soulier de satin, Le partage de midi. Con un lirismo y un lenguaje tan rebuscado que podría parecer falso. El paseo matutino con el monje es nada más el pretexto para que Paul Claudel cuente el momento de su conversión en Notre-Dame de Paris, en una confesión-relato entre humilde y orgulloso.
Dumont muestra con fineza lo difícil que es tomar partido : ¿es Paul Claudel un farsante, un hipócrita? ¿Es sincero en su amor a Dios y su deseo de servirlo? O es un gran diplomático con Dios, el que será embajador de Francia en Japón, Estados Unidos, Bélgica. En 1915 se puede hablar de deber, con la patria, con la familia y el gran hombre no se priva de ello.
La llegada al hospicio es la frialdad en persona, los limites, las paredes se levantan ante la hermana desesperada de amor y comprensión. El salón de visitas es más frio que las montañas atravesadas por el Mistral. El hermano se queda de pie, tieso en su abrigo de invierno, irritado por este trámite familiar. Y Camille finalmente se somete, como culpable, frente a la autoridad masculina y familiar.
Camille vuelve a sus paseos solitarios, de la cocina donde cuecen las papas, al patio, a la iglesia, a su cuarto. Paseos que duraran todavía treinta años, hasta 1943, fecha de su muerte, probablemente causada por la malnutrición en el hospital. La familia será aún más indiferente después de su muerte: ni siquiera reclamaran el cuerpo, que acabará en una fosa común.
Otra "loca" a la que su familia encerró fue Adèle Hugo, hija del gran Victor, quien murió en el hospicio de Saint Mandé después de más de 40 años de ser internada. Y que por cierto fue interpretada por una joven Isabelle Adjani muy intensa y todavía no "hollywoodizada" en la película de Truffaut (1975) .
En la cinta de Dumont, Juliette Binoche, callada, observada con atención por una cámara sin piedad, cercana y fija, deslumbra de una belleza y una soledad tan intensas. Es una gran lección de actuación y de humildad.
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