Es la primera vez que Granier-Deferre adapta una novela de Simenon, pero parece que solo se quedó con el título, el personaje epónimo y sus dos actores principales, y que no supo qué hacer con toda la intensidad y el odio que el novelista puso en su obra.
Ficha IMDb
Como lo hará en La Veuve Couderc (1974) del mismo Simenon, el director y adaptador se dejó llevar por las personalidades o imágenes de sus dos actores protagonistas y por los temas que imperan en el momento de la realización. En La Veuve Couderc, se tratará de Simone Signoret con el joven y seductor Alain Delon, y de una situación de un hombre que se encierra en su casa, y se niega a salir a pesar de verse asediado por la policía. En Le Chat, de la destrucción progresiva de una pareja cuyo único medio de comunicar son los papelitos que se lanzan : " el gato" , "el perico", Granier-Deferre llega a una banal historia de un amor frustrado, sobre fondo de un París en demolición.
El tema que más le interesa a Granier-Deferre parece ser la destrucción: destrucción de los barrios viejos, destrucción de los cuerpos por la edad, destrucción del amor por los años.
La novela de Simenon retoma, una vez más, el tema de la oposición hombre bueno-mujer mala. Porque así veía el autor a sus padres. Él, sencillo, con gustos básicos, vino, sexo, su periódico y sus puros. Ella, complicada, exigente, en una palabra: castradora.
En la película, el hombre, al pasar de los años, se ha vuelto un viejo cascarrabias, que se queja de todo y todos, que ya no quiere a nadie, salvo a su gato. Jean Gabin interpretando a Jean Gabin. Y ella (Simone Signoret) trata de entender el porqué del desamor: ¿la edad? ¿El pelo blanco? ¿La cojera ? (se cayó del trapecio cuando trabajaba en un circo,invención del adaptador !). ¿O la falta de hijos? Él simplemente no quiere hablar. Así es y punto. Pero no se quiere ir.
Toda la oposición de clases entre ella, dueña de toda la calle y que cobra sus rentas cada mes, y el albañil subido a capataz desaparece en la nostalgia de la pareja que ve destruir el barrio de su juventud.
Las imágenes, fijas en el principio, en cámara lenta después, insisten sobre la destrucción, las calles socavadas, los edificios que se desploman, las viejas casas abandonadas. Es la Francia de los años 70’, cuando, bajo los presidentes Pompidou y Giscard d’Estaing, no se sabía utilizar y reacondicionar los barrios viejos; simplemente se destruía para construir algo nuevo y moderno. La película nos muestra un nuevo mundo que nace, y para eso debe destruir todo lo viejo: casas, calles, cosas, gente.
Y el gato es solo un pretexto a algunas escenas: en particular un enfrentamiento de planos fijos y cercanos de Signoret y del animal. Como un duelo donde finalmente ella ganará. Solamente porque quiere que su esposo le preste atención.
Granier-Deferre simplifica al extremo, se queda en clichés y situaciones superficiales, jugando con los paralelismos: escenas de las compras, la cocina, la recámara. Paralelismo que encuentra su expresión suprema en el duelo de los dos monstruos sagrados que son Gabin y Signoret. Y finalmente, la cinta es más testimonio de una época que análisis de una relación que lleva superpuestas capas de antagonismos.
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