Extraña historia de un hombre extraño, que se deja llevar por la vida, siguiendo adonde los encuentros, y las mujeres, lo llevan. Afortunadamente, la presencia de excelentes actores salva la cinta del aburrimiento por extrañeza.
Ficha IMDb
En una calle de París, una mujer, Gaëlle (Emmanuelle Devos), se pinta los labios viéndose en un escaparate. Una joven muy platicadora, Nathalie (Ludivine Sagnier) le pide prestado el lápiz labial, y se lanza a hablarle de sus intimidades, en particular de del hombre con quien sale, un vendedor de l’Humanité, periódico comunista. Al filo de la conversación, y después de prestar un cigarro y un cepillo para el pelo,la primera mujer entiende que la segunda es la amante de su esposo. Decide dejarlo y comprarse un boleto de avión para Turín. Avisado por la joven, Bruno (Daniel Auteuil), el esposo acude a la agencia de viajes, suplica, y amenaza con cortarse un dedo con un cúter: pequeña cortadura.
Bruno es llamado por teléfono. Tiene que ir inmediatamente a una casa aislada cerca de Grenoble. Se trata de su tío, Gérard (Jean Yanne), alcalde comunista, a punto de perder su ciudad. Su esposa, Anne (Catherine Mouchet) está muy enferma y su tratamiento ya no surte efecto. Pero le anuncia a Bruno que ha encontrado a alguien. En la misma conversación, le pregunta a Bruno como puede dejar a su esposa por esa joven tan insignificante. Bruno, en tono indiferente, contesta que no ha dejado a Gaelle y que no soporta a Nathalie, por diferentes motivos, de lo más trivial a lo más intelectual. Nathalie, que lo escuchó todo, deja la casa en moto en compañía de Simon (Jérémie Lippmann) , hijode Gerard y Anne .
Después de amenazar con suicidarse, Bruno le confía a su sobrino una extraña misión, llevar al amante de su mujer, Verekher (Hanns Zischler) una carta de amenazas. Este vive en una casa muy aislada en las montañas. Obviamente, Bruno se pierde, se topa con unos leñadores, y toma en su coche a Marie (Dinara Drukarova), la esposa, muy joven y de Europa Central, que quiere huir, pero es incapaz de ayudar a Bruno a encontrar su camino. Este llega finalmente muy noche a la casa, después de estropear el coche. Ahí se encuentra con Beatrice (Kristin Scott Thomas), que no es, como creía, la hija de Vereker, sino su hijastra. Y ahora su esposa. El viejo esposo vive conectado a un respirador. Ella está entre provocativa, asustada, llena de imaginación y de miedos. Le pide a Bruno desconectar a su esposo. Pasan una noche de vagancia sobre las carreteras de montaña, se pierden, se topan con los leñadores, se pelean….
Y así seguirá Bruno durante veinticuatro horas, yendo de mujer en mujer, dejándose seducir sin entender realmente qué pasa, ni porque hace lo que hace, viviendo como en superficie o al margen de sí mismo. Acepta las misiones que le dan hombres más autoritarios que él. Se doblega a los deseos de las mujeres. Provoca el enojo de casi todos. Acumula cortaduras, golpes, heridas.
Unos objetos simbólicos pasan de uno a otro: cartas, que Bruno transporta a sus destinatarios; la pistola con la cual Gérard amenazó suicidarse, y con la cual el asistente de este hiere a Bruno, por celos hacia su esposa Mathilde (Pascale Bussières), secretaria del alcade ; un anillo que le regaló a Nathalie, que esta perdió, que él volvió a encontrar, que regaló a Gaelle, que Gaelle le devolvió. Y que finalmente pasa entre las manos de todas las mujeres de la historia.
La situación política y profesional de Bruno es igualmente sin sentido. Es periodista pero ya no va al periódico. Es comunista cuando nadie más puede serlo “después de lo que acaba de pasar” como afirma una oración recurrente en las conversaciones. Es decir, después de la caída del muro de Berlin. A lo que Bruno contesta que las cosas van a volver a la normalidad. Aunque lo dice sin mucha convicción,. Como todo lo que hace, por cierto.
La vida de Bruno lo lleva de problema en problema mayor, de desorden en desorden mayor, de conflicto en conflicto mayor. Claro, él no hace nada para resolver las situaciones. Se deja perder en los diálogos como en las carreteras, se deja abandonar en plena noche. Que bien que regresan a recuperarlo. Pero lo llevan aún más lejos. La vida es un laberinto para él. Laberinto geográfico, hecho de carreteras que no llevan a ninguna parte. Laberinto de las pasiones ajenas donde, a veces lo ponen a ocupar un espacio, que le quitan inmediatamente.
La noche de vagancia en la montaña es simbolice de esta vida. Parece que, al entrar a la casa de Beatrice, ha pasado el umbral de un mundo de cuentos, donde la princesa-bruja lo lleva a explorar todas las indecisiones sentimentales: ella es devota al recuerdo de su extraordinaria madre, pero la engaño con su padrastro, en un abrir y cerrar de ojos pasa de provocativa a frígida, su vocabulario cambia de rebuscado a grosero . Casi parece enferma de Asperger.
Sin embargo, Bruno y sus mujeres tienen algo cautivante. La lógica ilógica de los breves encuentros atrae porque intriga. Y sobre todo porque Daniel Auteuil, con su cara asimétrica, su aire de sufrimiento perpetuar, da ganas de protegerlo, disculparlo al mismo tiempo que de cachetearlo. Sus escenas con cada una de las mujeres, que representan varias edades y situaciones, son tentativas de acercamiento absurdo al mismo tiempo que de rechazo. Sin embargo, algo de ternura aflora, el espacio de unos segundos, para desaparecer cuando uno pensaba por fin llegar a terreno firme. Los diálogos son una joya. Y el ambiente general de sueño, de niebla, rodea al espectador en una sensación como algodonosa que lo atrapa y lo inmoviliza.
Aun los papeles secundarios, cono la insípida Nathalie, el tío dominador, la tía artista, la secretaria agitada, son muy dignos de interés. Pero, encima de todos, esta Kristin Scott Thomas, sarcástica y elegante, sofisticada y provocativa, atemorizada y dominante. Maravillosa.
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