No es la típica película musical. Tampoco es la típica historia de superación gracias a un maestro exigente. Es una confrontación sin piedad entre dos personalidades poseídas por la pasión de la exigencia. Un magnifico duelo entre dos grandes actores. Y un jazz al máximo nivel.
Ficha IMDb
Todo empieza de forma muy tradicional. El joven Andrew Newman (Miles Teller), baterista de jazz, ensaya solo en una sala. Por ahí pasa Terence Fletcher (J. K. Simmons), el famoso, prestigiado y temido director musical en el conservatorio Shaffer, el más importante del país, o sea un equivalente en la ficción de lo que es Julliard en la realidad. En forma casi mágica, Fletcher invita, o convoca al joven a su clase del día siguiente, a las seis en punto.
Claro, Andrew no despierta, llega tarde. Claro, la clase es a las nueve. Primer movimiento de tortura psicológica.
A partir de ese momento, se va a desarrollar un entrenamiento a la perfección, un camino de sufrimiento, físico y mental, una iniciación a la grandeza, basado en una relación, tal vez sado-masoquista, de maestro- alumno. Que no deja en ningún momento la posibilidad de fallar, ni siquiera de descansar.
Los métodos el maestro son conocidos, todos lo temen, todos tiemblan. Pero todos gozan al sentir se privilegiados por haber sido, en un momento dado, distinguidos por el ojo, y el oído, del jefe supremo, del dios todopoderoso.
Reconocimiento, humillación, rechazo, admiración escondida, son los mensajes emitidos, en una alternancia de ducha escocesa, de Fletcher hacia Andrew. Es un juego permanente de empujarlo hacia afuera, para obligarlo a empujar en sentido contrario. Es una dinámica de rechazar para atraer y obligarlo a hacer todo para merecer una mínima mirada. Es una relación de amor-odio, al mismo tiempo que de entrenamiento físico y musical.
Porque, para complacer al maestro, hay que producir una música perfecta. Para producir una música perfecta, hay que ensayar, entrenar. Y para eso, hay que sufrir físicamente. La satisfacción del maestro, al mismo tiempo que la belleza se logra solo por el sufrimiento. En eso, se puede comparar Whiplash con El cisne negro (Darren Aronofsky - 2010). Las manos del baterista sangran como los pies de la bailarina. Fletcher engaña, critica, humilla a Andrew en su familia, su religión, su apariencia, como el coreógrafa pisotea a la bailarina Crea una ilusión de confianza para romperla en el momento más inesperado. La violencia verbal y psicológica es intensa.
Fletcher justificará después ese método por una anécdota de Charlie Parker. Si el alumno es a la altura de las expectativas, no se rendirá.
Dos figuras paternas, una cariñosa, atenta, la del padre (Paul Reiser), que comparte cine y popcorn. Que entiende y acepta. Y una, nunca satisfecha, que jala más lejos.
Si el alumno es al principio decidido a hacer todo para satisfacer, llega el momento en que se rebela. Adquiere una capacidad de cuestionar las actitudes del maestro.
La escena final es el duelo final de todas las películas de gangsters o de superhéroes. Y es el momento del triunfo, del reconocimiento como igual por parte del que, hasta entonces, era superior.
La interpretación de J K Simmons es una maravilla. Su primera aparición es el sueño de cualquier maestro. Una presencia hecha de casi nada, una autoridad que no necesita hablar. Basta con un pequeño movimiento, con una mirada para que todos obedezcan. Inclusive, antes de que entre al cuarto, su presencia ya está ahí. Alto, recto, negro. No necesita ropa. Su cara y sus manos resaltan sobre el fondo oscuro. Un dedo, una ceja. Una indicación cifrada. Porque, atrás de esa expresión minimalista esta la experiencia, el conocimiento.
Su obsesión, su búsqueda incansable de la perfección, en particular en el ritmo y la velocidad, las impone a los demás. No hay discusión posible. Y nadie discute. Todos saben que el camino hacia la grandeza pasa por esas piedras.
Es sencillo y transparente como el agua, es evidente, como es sencilla y elegante la cinta.
El tema no es solamente la música, no es solamente la enseñanza. Es una lección de ética: la meta debe ser la perfección. Nada menos.
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