La historia de una obsesión que empieza por darle satisfacción al personaje, hasta que la intensidad del deseo de recrear la vida de otro lo lleva a reinventar la suya en su propia carne. Un suspenso que funciona sobre todo gracias al gran talento de Mathieu Kassovitz.
Ficha IMDb
Sébastien Nicolas (Mathieu Kassovitz), unos cuarenta años, es un agente de bienes raíces, normal, sin chiste, transparente. No tiene esposa ni hijos, ni amigos. Hace perfectamente bien su trabajo y deja a todos sus clientes muy satisfechos. Lo que no saben, es que se queda con un juego de llaves de cada departamento que vende o renta, y que se inmiscuí en su cuadro de vida en su ausencia, después de transformarse físicamente en el hombre que lo interesó. Se viste, se maquilla, se peina como el sujeto de su fascinación. Imita su forma de hablar, sus gestos y movimientos.
Parece un serial killer, por el cuidado con el cual prepara sus operaciones, pero en realidad no representa una amenaza, ya que evita el contacto. Toda su pasión es una pasión solitaria, que no se puede compartir con nadie. Los motivos de esta extraña adición nunca se dan a conocer. Simplemente, el hombre se siente limitado en su vida y necesita cambiar de aire. No hay razón particular, ni psicológica, ni social, ninguna experiencia traumatizante en su vida.
La película empieza muy fuerte, con la desaparición-suicidio de personaje, en la cocina de su pequeña casa aburrida de suburbio. Es el último juego de disimilación, antes de entrar a una nueva vida. El final nos entregará otra sorpresa igualmente fuerte. Entre tanto se asiste a las dos facetas dela vida de Sébastien: la faceta visible y social, que proporciona su material a la faceta oscura, escondida pero mucho más rica y satisfactoria para el protagonista.
Cuando tiene que conseguirle un magnifico departamento a un viejo violinista misántropo, Henri de Montarte, separado de su esposa Clémence (Marie-Josée Croze) y de su hijo Vincent (Diego Le Martret), a quien nunca conoció, Sébastien siente que se ha topado con una situación que le da mucho más para explotar. Se lanza a reconciliar el artista con su esposa, a darle sentimientos de remordimiento para que el niño conozca a su padre. Después de robar una vida, la recompone, la reescribe. La vida de Sébastien se complica: mentiras, confusiones, sobre todo que el viejo no es nada simpático, y no tiene nada para ser el modelo ideal a imitar. Además, con su reescritura de la personalidad de Montarte, Sébastien va en contra de todo que los demás saben y esperan de este. Así que tiene que imitarlo a la perfección, como lo hacía con los anteriores modelos, pero que además debe hacerlo cambiar en una forma que pueda ser verosímil para que lo rodean o tuvieron algo que ver con él. Y con un desafío nuevo: tiene que interactuar con los personajes de la vida real del violinista.
Mathieu Kassovitz interpreta a ese enfermo con una intensidad dramática, fascinante y patética, con la frialdad ausente y muda de un obsesivo. Cuatro horas diarias de maquillaje, y la necesidad de interpretar dos personajes, más el personaje falso del día. La transformación es completa y manifiesta el gran talento del actor. Sin embargo, el personaje no provoca ningún sentimiento en el espectador: ni admiración, ni odio, ni simpatía, ni asco. Queda encerrado en su propia prisión. Hay que recalcar que Kassovitz interpreta también al Montarte real, por lo que debe encontrar una interpretación sutilmente diferente para El modela y el imitador de ese mismo modelo.
El ambiente es oscuro, los departamentos provocan claustrofobia, y los diferentes personajes no logran que se tome su partido. Se instala un ambiente de angustia, sin que se sepa muy bien a que se debe. Ni siquiera el niño o la esposa abandonada.
El final es una gran sorpresa. El regreso de Sébastien ,totalmente transformado y asumiendo definitivamente, en su carne, la personalidad de otro, asumiendo todas sus responsabilidades, sus lazos afectivos, parece ser ,al fin, la felicidad tanto tiempo perseguida, y el equilibrio en la satisfacción, situación totalmente contradictoria con la carrera sin fin que lleva al obsesivo a repetir sin cesar los mismos intentos.
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