Lejos del glamour de las series gringas de doctores, esta cinta tiene tintes documentales ligeramente aterradores, precisamente porque no son extremosos. Dos internos en un servicio de medicina interna de un hospital parisino. Uno es hijo del jefe de servicio. Otro es médico en su país. Guardias, responsabilidades, conflictos, dramas, narrados por un director de cine que estudió medicina.
Ficha IMDb
Benjamin (Vincent Lacoste) empieza sus seis meses de internado con una bata demasiado grande y con “manchas limpias”. Tiene veintitrés años. El servicio, dirigido por su padre, el profesor Barois (Jacques Gamblin) recibe pacientes un poco de todas las especialidades. Muchos ancianos en fin de vida. El equipo de enfermeras y técnicos es limitado. Las maquinas no funcionan. El administrador en su puesto anterior, manejaba una dirección de Amazon, o del Club Med, Tiene obligaciones de “management” y rentabilidad.
Abdel Rezzak (Reda Kateb), mayor que Benjamin y, desde la primera escena (una punción lumbar) claramente más experimentado y menos torpe con los pacientes, es ya medico en su país, Argel. Tiene que hacer una serie de estancias como interno para obtener una equivalencia al título para poder trabajar en Francia. Así podrá hacer venir a su esposa e hija, con los medios económicos para mantenerlos. Necesita conseguir buenos reportes en cada servicio hospitalario por el que pase. Sino, tendrá que volver a su país. Aquí es un interno como otro, sometido a las decisiones de la jerarquía.Nada más que más razonable, más trabajador, menos dado a las fiestas y las bromas estudiantiles. Para no gastar dinero, renta un cuarto en el internado, bastante feo y triste.
Dos casos van a transformar la vida de Alex y Adbel. Primero el caso de un vagabundo, Lemoine (Thierry Levaret), alcohólico, que se muere durante una guardia nocturna de Benjamin. Tal vez si este hubiera hecho un electrocardiograma, se hubiera evitado el deceso, pero la maquina no funcionaba. Para evitar problemas, el joven interno declara que si lo hizo, y su padre, jefe del servicio, lo cubre.
Secundo caso, Madame Richard (Jeanne Cellard), enferma terminal de cáncer, a quien Adbel conecta una maquina administradora de morfina. Pero el hospital quiere mandarla a otro servicio, para ganar una cama, y necesita darle un tratamiento que la ponga de pie a pesar de los dolores. Cuando el equipo de reanimación aplica CPR a la enferma, a pesar de las instrucciones que ella y sus hijos dieron, Abdel no duda en desconectar a la paciente de los aparatos que la mantienen en vida y sufriendo.
Los dos internados, frente a las mismas situaciones, las van a enfrentar de un modo diferente, a veces totalmente opuesto. Pero comparten el deseo de trabajar por el bien del paciente. El aprendiz infantil y el adulto experimentado terminarán cómplices. Se construye una relación aprendiz-maestro que hace madurar al chico y le permite ver las fallas del sistema que representa su padre.
La cinta logra no crear simpatía con sus personajes. Al espectador no le cae bien el niño consentido, pero tampoco el medico hosco y poco sociable, encerrado en sus objetivos. Esta falta de empatía asegura la atención a situaciones más importantes que la simple narración de eventos ficticios. No es ER, Grey’s Anatomy o Dr House. Se trata de situaciones reales.
¿Ser médico, es una vocación o una maldición? el documental de ficción de Lilti da miedo. El sueño de acceso gratuito a los servicios sanitarios se ve amenazado por condiciones materiales cada vez más difíciles, explotación de los jóvenes médicos, desprecio a los enfermos y racionalización privada de la eficiencia, Pero queda igual que siempre el ambiente festivo desenfrenado, obsceno, de los estudiantes en medicina, los “carabins”, única solución para seguir adelante a pesar de la proximidad de la muerte, de los horarios insoportables.
La cinta, al mismo tiempo que cuenta la historia entretenida de dos personajes, afronta problemas éticos como la eutanasia, la intervención terapéutica, o económicos como el uso de médicos extranjeros experimentados como personal interino mal pagado, y las condiciones de trabajo impuestos al personal hospitalario por la administración de los servicios hospitalarios dominados por exigencias de rentabilidad. Sin olvidar el viejo sistema de castas, donde los “mandarinos”, médicos establecidos y reconocidos, pueden imponer sus decisiones, aun cuando van en contra del bien del paciente.
Hipócrates y su juramento deben sufrir mucho en días actuales, en los hospitales del mundo, no solo de Francia.
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