La bestia marina diabólica del Antiguo Testamento está viva pero cambió de forma. Es el mal de la burocracia, de la corrupción, de las influencias. Ataca a la gente buena y lo que aman. Esta cinta, que llega de muy lejos, muestra que los defectos de la sociedad son los mismos en todo el mundo.
Ficha IMDb
En la pequeña localidad de Teriberka, aislada en el norte de Rusia, a las orillas del mar de Barents, Kolia (Aleksey Serebryakov) vive con su familia. Es mecánico, y, como ex militar, sigue en relaciones con amigos que han pasado por lo mismo. Pero su casa, llena de años de vidas, recuerdos, amores y desamores,está situada en un punto estratégico para la política de urbanización del alcalde (Roman Madyanov). Se decidió comprarle casa y terreno, a un precio que no afectara a las finanzas municipales. Pero Kolia se negó y con ayuda de un amigo abogado, Dmitriy (Vladimir Vdovichenko) recurrió a un juicio. Era una ilusión. El poder judicial esta coludido con el poder político. La ley está en contra de Kolia, y el alcalde tiene mucho más medios en su poder para conseguir lo que quiere.
El guion es muy denso, presentando las relaciones dentro de la familia recompuesta de Kolia, con su nueva esposa Lilya (Elena Lyadova), más joven, quien acepto cuidar a Romka (Sergey Pokhodaev), hijo de un primer matrimonio quien vive los años difíciles de la adolescencia. Otro tema familiar es el adulterio, que viene a quebrar la amistad entre Kolia y Dimitri.
Lilya trabaja en la única empresa del pueblo, una conservería de pescado, como todas las mujeres de ahí. El salario es miserable, no se vive mejor que en tiempos del socialismo. El nuevo régimen no ha traído muchos cambios para la gente de abajo.
La vida sigue igual: las relaciones entre amigos, las cantidades de alcohol consumido, las actividades de un día de campo, donde se juega al tiro al blanco sobre fotos oficiales de ex presidentes de la república, forma irrisoria de protestar contra la opresión velada.
El paisaje es espectacular, impresionante en su aridez, su fuerza, sus colores de grises oscuros, su desolación .El mar es el único horizonte, un mar frío, oscuro, cuyo ruido profundo invade la película, a modo de música trágica y amenazadora. El océano es abandonado como el enorme esqueleto de ballena y los residuos, los restos de navíos, símbolos de una vida industrial previa y ahora educida al mínimo. El mar es tan inhumano como la sociedad, capitalista, socialista, o cualquier tipo de organización que pone en prioridad el poder de una minoría, los abusos para conseguir más dinero. Y la religión, que fue atacada, criticada, responsabilizada por todas las injusticias, prohibida durante los años de la Unión Soviética, ha recuperado su fuerza, y está de nuevo del lado de los potentes.
Las lecturas de sentencias por parte de la jueza son interminables, en tono monótono, entre dos asistentes inmóviles, imperturbables como la ley corrupta, insensibles a la voz humana. La justicia no solo es ciega, es también sorda.
Así que los de abajo no tienen ya a nadie que los pueda salvar. Ni el estado de derecho de la democracia, ni la Iglesia resucitada, Ya no hay esperanza. Esa visión del nuevo y moderno estado ruso, no podía gustar a las instancias del poder.
Esta cinta disgustó a varios niveles de poder en Rusia, desde la alcaldesa del pueblo donde se rodó la cinta, hasta el ministro de cultura de del estado a quien grupos de influencia le pidieron prohibirla, o la responsable de cultura de la provincia en Ciudad Samara, a quien se exigió el despido de uno de los actores, director del teatro dramático. El jefe del Partido Comunista Ruso, Guennadi Ziugánov en persona, consideró que Leviathan era una película “anti nacional” y se consideraría normal que Zviagíntsev pidiera perdón por dar una imagen tan negativa de la realidad rusa.
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