Woody Allen puede hacer lo que quiere, en cualquier género que quiera. Esta vez, decidió rendirles homenaje a los grandes del cine expresionista alemán. Con el trabajo de un extraordinario elenco, logra un ambiente negro, angustiante y lleno de referencias.
Ficha IMDb
En una pequeña ciudad de Europa del este, un misterioso estrangulador de mujeres siembra el pánico. La sociedad se organiza para hacerse justicia. No se sabe quién mata y como escoge a sus víctimas, solo que el arma del crimen es una cuerda de piano.
En los hombres de la ciudad, reclutados para vigilar, se encuentra un hombre sencillo (Woody Allen) y temeroso como lo dice su nombre “Kleinman”, es pequeño y debilucho. Es el típico personaje kafkiano que no sabe porque está ahí, haciendo lo que hace, porque nadie le ha explicado nada. Y peor aún, llegará a hacer torpezas que podrían volverlo sospechoso.
Los grandes directores alemanes del expresionismo, Murnau, Lang, Pabst, desaparecieron con el nazismo, que los consideraba decadentes porque estaban al opuesto de los gustos de la nueva ideología: aire libre, fuerza física, salud, deporte y optimismo. Sus cintas, El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, El vampiro de Dusseldorf, inquietaban con sus sombras y sus nieblas, su pueblo viviendo en la miseria y el miedo.
Allen recrea sus ambientes: los adoquines brillan en la niebla, los edificios parecen abandonados, las calles vacías esconden pliegues oscuros donde se pueden esconder criminales o fantasmas. Todo puede pasar, cualquier pesadilla puede tomar realidad.
El pequeño Kleinman se pierde, pide información en la morgue a su amigo el médico legista (Donald Pleasence), pero deja sus huellas, va de puerta en puerta, tratando de entender lo que se espera de él, tratando de complacer.
Irmy la acrobata (Mia Farrow) huye de su amante Paul (John Malkovitch), el payaso del circo quien le prefiere Marie (Madonna), menos exigente y más ligera.
Irmy se refugia en el único lugar lleno de vida en esta ciudad de muerte: el prostíbulo. Las prostitutas (Kathy Bates, Jodie Foster, Anne Lange, Lily Tomlin) la reciben calurosamente y un joven estudiante Jack (John Cusak) está dispuesto a pagar todo lo que tiene para pasar un momento con ella. Pero Irmy no está acostumbrada a tener tanto dinero y lo da a la iglesia.
Es una larga noche, donde todos van y vienen, caminan sin sentido. Cuando se encuentran, hablan mucho y se confían sus íntimos secretos, aunque no se conozcan. A nivel social, el pueblo se organiza y toma la justicia entre sus manos, como en la cinta de Lang M (1931), pero en realidad algunos organizan y los demás se dejan enlistar. El pueblo se vuelve tan temible como el asesino.
Los prototipos sociales están ahí, como estereotipos, como un gran juego de lotería siniestra: las prostitutas de corazón grande, los sacerdotes con sus tráficos de perdón y dinero, la gente del circo con su fragilidad y su ego inmenso, los estudiantes con sus sueños…
Encima de todo, la gran sombra de Brecht impone el ambiente de la Alemania de los treintas, con su música y sus referencias al cabaret, al circo y a la presencia de un poder opresivo. Las citas son evidentes con la música de Kurt Weil para Die Dreigroschenper, la opera de los tres centavos.
El final es un poco decepcionante, usando de la magia para encontrar al asesino, un poco como si Allen, rebasado por su gran número de actores y subtramas, se cansara de repente y decidiera deshacerse de todos.
Lástima porque pasamos por una noche de angustias y bellezas. Pero, claro, cuando amanece, las sombras desaparecen.
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