Adaptada de la novela de Beatrice Beck, esta cinta se distingue de las cintas habituales de Melville, más de acción, frecuentemente de gánsteres. Él que tomara como nombre él del autor de Moby Dick, entra ahí a un mundo de reflexión, de sutilezas intelectuales y religiosas, que acompañan una historia de amor callada. Es de notar que el asistente del director fue Volker Schlöndorff, quien se distinguirá después con grandes adaptaciones.
Ficha IMDb
Es tiempo de guerra en una pequeña ciudad de Francia, probablemente en los Alpes. Tiempo de ocupación, primero por el ejército italiano, después por el alemán. Barny (Emmanuelle Riva) es joven, viuda y trabaja para un centro de enseñanza a distancia. Se siente muy atraída por la secretaria de la oficina y su lejana belleza, la ve como un “angel”, un “samourai” (anuncio de una temática que se volverá preponderante en las películas de Melville”). La vida es difícil para alimentarse y alimentar a su pequeña hija. Cuando llegan los alemanes, el miedo invade a las mujeres del pueblo, en particular Barny, medio judía y cuyo esposo era resistente comunista, y deciden hacer bautizar a sus hijos y darles un semblante de educación católica.
Es para Barny el momento de “decirles sus verdades a los cathos” y se lanza al ataque del confesional donde oficia un sacerdote, Léon Morin (Jean-Paul Belmondo). Su sorpresa es grande cuando se encuentra con un hombre joven, abierto a la discusión. Para ese primer dialogo, Melville divide la pantalla en dos, como si la reja del confesional estuviera en medio, línea invisible, que yuxtapone a los dos “enemigos” en un plano imposible.
Léon Morin no se ve molesto para nada con la oposición intelectual. Le propone a Barny prestarle libros, por lo que ella toma la costumbre de ir al pequeño departamento del sacerdote, después de sus horas de trabajo, en la noche. El cura vive muy sencillamente, su único lujo es un piano. Por lo que acepta totalmente las críticas al aparato católico, las ceremonias, las riquezas exteriores, pero también a los “adornos” en la liturgia o en la teología. Recibe a la joven viuda de un modo a la vez caluroso, atento y disponible como cualquiera de sus feligreses, con interés intelectual para las preguntas agudas que ella le hace. Pero también con una cierta distancia, como indiferente al ser humano, femenino, que tiene enfrente.
Léon Morin es la imagen de la pobreza, la humildad, la sencillez. En invierno como en verano, lleva las mismas sandalias; su estricta sotana negra le da una seducción extraña pero potente. Este poder de seducción del atuendo religioso será retomado por los hermanos Wachowski en Matrix (1999). Ninguna pregunta, ninguna rebeldía, ninguna provocación, lo molesta, pero tiene respuesta para todo. Respuestas firmes, basadas en la firme convicción de su fe. Léon Morin, sacerdote, nunca trata de convertir a su contrincante. Deja que la gracia actué por si sola y que la fe le sea revelada a Barny.
Este sacerdote que podría ser, por su inteligencia, su cultura y su encanto, centro de atención en los salones de una gran ciudad, se dedica al cuidado de la gente humilde, de los niños. Si no tiene la torpeza del personaje de Journal d’un curé de campagne (novela de Georges Bernanos, 1936, adaptada por Robert Bresson,1951), tiene su sencillez y su discreción. Y, como él, se somete a las órdenes y se va adonde lo mandan, poniéndole un fin a una relación que, si bien nunca se reveló como sentimental, deja en el espectador la misma duda que en el personaje femenino. Es que la seducción es fuerte, y muchas en el pueblo sienten la necesidad de un confesor, de un guía espiritual. Barny se da poco a poco cuenta que varias de sus amigas frecuentan también el presbiterio de noche, lo que provoca sus celos, agudiza su deseo.
A parte de lo cautivador de este relación entre dos que se van acercando tanto, al mismo tiempo que se quedan tan alejados, la cinta crea un ambiente casi hipnotizante por la voz off de Emmanuelle Riva, voz que acompaño el relato de la mujer francesa en Hiroshima mon amour de Alain Resnais (1959), y acompañara la confesión de Thérèse Desqueyroux en la cinta homónima de Georges Franju (1962).
La música aporta algo de humor, discretamente, con la mandolina de la ocupación italiana, o un arreglo del Chant des Partisans, himno de la Resistencia, después de bautizar a los niños. (Algunos años después de Léon Morin, Melville realizará la impresionante Armée des Ombres, sobre la Resistencia, cinta adaptada de Joseph Kessel quien, con su sobrino Maurice Druon, escribió la letra de dicho himno).
Al acabar la película, uno se pregunta: ¿Cómo Belmondo, ese actor tan elegante, sensible, capaz de tanta finura en su interpretación, pudo dejarse llevar a hacer películas comerciales?
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