A partir de una obra fundamental de la literatura mundial, Orson Welles realiza una obra fundamental de la historia del cine. Denuncia de los regímenes totalitarios, búsqueda de la verdad y búsqueda de sí mismo, esta cinta angustiante habla de la Ley, las leyes y su legitimidad. Con actores de los más grandes de su época. Una verdadera obra maestra.
Ficha IMDb
Una mañana como cualquier otra, Joseph K. (Anthony Perkins) recibe la visita de tres hombres de negro, que lo interrogan. Al cabo de cierto tiempo, entiende que está inculpado., sin saber el motivo. Desde ese momento, su vida se pierde en el laberinto de la ciudad, de los edificios oficiales, de un sistema judicial que parece no tener pies ni cabeza. K. no logra entender las reglas de funcionamiento. A pesar de hacer lo que se le pide, de ir adonde se le ordena, de ver a la gente que se le indica, nunca logra progresar en el más mínimo conocimiento de su asunto. La Ley se hace inalcanzable, incomprensible. Algunas personas parecen dispuestas a ayudarlo, pero cada paso adelante que da, o cree dar, en realidad es un paso en su lugar. Kilómetros de pasillos, cuartos uno detrás del otro, filas de gente esperando. Nunca nadie llega a ninguna parte.
Le Procès es la única película, con Citizen Kane, (1941) en que Orson Welles pudo decidir de todo, de la concepción hasta el último momento de la edición. Es una cinta “wellesiana”, como la novela es por esencia una novela kafkiana. Y los dos mundos imaginarios corresponden perfectamente. Las angustias mentales, psicológicas y sociales del autor judío checo hacen eco con las angustias del cineasta estadounidense.
Estas angustias están resumidas en el prólogo, el montaje Devant la loi, realizado por Alexandre Alexeieff y Claire Parker, con miliares de alfileres clavados sobre una pantalla negra. Una luz rasante permite crear formas por el juego de las sombras. Welles, en voz off narra la historia surgida y repetida desde el fondo de la historia humana, de un hombre que se presenta a la puerta de la Ley, y no puede entrar a pesar de sus repetidos intentos. Es un cuento, es inmemorial y Joseph K es solo uno de sus avatares. Como es uno de los avatares de un modelo único: él que espera, como los viejos hacinados en un pasillo, lejos en el fondo del palacio de justicia.
Los espacios que Welles encontró en la Estación de Orsay en Paris, entonces abandonada,, lo que es actualmente el Museo del Arte del siglo XIX, se sustituyeron a los escenarios que quería construir en Zagreb, lo que no puedo hacer por faltad e presupuesto. . La arquitectura del lugar, a la vez amplia y desolada, parece conservar el tiempo, tiempo de espera de los viajantes, tristeza de las despedidas, deseos sin éxito. Lugar de reagrupamiento, antes de partir lejos. Como los agrupamientos de los judíos antes de salir hacia los campos de concentración, como las poblaciones desplazadas, como las familias separadas. Ahí las personas no son ellas mismas, están habitadas por una idea fija, la idea de salir de un problema mayor, de escapar de algún tipo de tiranía, de injusticia, decisión tomada por otros, que pesa sobre su vida.
Durante su odisea, Joseph k. se cruza con varias figuras femeninas. Si la primera, su casera, la señora Grubach (Madeleine Robinson) no es muy atractiva, su vecina, la señorita Büstner (Jeanne Moreau) juega un papel ambiguo. Leni (Romy Schneider), la ayudante del abogado Hastler (Orson Welles) atrae, distrae, da consejos. Pero al mismo tiempo rechaza y se burla. Hilda (Elsa Martinelli), la esposa del guardia, se ofrece a K. pero se apresura a obedecer a las órdenes del juez que la manda llamar. Todas estas figuras femeninas ofrecen un placer limitado, ya que una figura las domina, las limita. La casera juzga el comportamiento de la señorita Bürstner; el abogado Hastler, desde su cama, como un estrado, administra el tiempo y los movimientos de los otros. El juez de instrucción, desde su oficina, lanza órdenes a los cuales nadie se puede negar. Este juez, por cierto, conserva dibujos pornográficos en sus viejos libros.
Joseph K. pretende ser independiente, rebelde, decidido a pelear su inocencia. Pero está habitado por una gran angustia, tiene miedo que se le escape su salvación, si no hace exactamente lo que se le pide. Y cumple, al pie de la letra, con todos los requisitos, aun los más absurdos. Va corriendo a las citas, asustado con la idea de que, tal vez, está atrasado, esperando que le van a conceder la cita siguiente. Inclusive acude al tribunal cuando no está convocado. Quiere hacerlo todo bien, por miedo que se le escape cualquier sombra de posibilidad de defenderse. Lo único que, en un momento dado, puede distraerlo un instante, es una presencia femenina. En palabras, es irónico, hasta sarcástico, seguro de sí. Pero en sus actos, es el más obediente de los ciudadanos. Anthony Perkins, silueta interminable de altura y delgadez, encarna perfectamente el hombre que no sabe dónde ponerse, como doblarse para que lo dejen progresar en su búsqueda. El que debería dominar, se ve estorbado por su talla excesiva. Su única resistencia real será, al final, negarse a suicidarse con el cuchillo que le dan sus verdugos, Cuando le lanza dinamita, él se ríe y la avienta muy lejos.
No importa tanto que Joseph K sea culpable o no; lo que importa es como asimila esta sospecha. La duda que pesa ahora sobe él se vuelve parte de él. Él actúa como si en realidad fuera culpable. Culpable, punto. No culpable de algo específico. ¿Culpabilidad de Kafka frente a su padre? ¿Culpabilidad que se vertió sobre el pueblo judío? Una culpabilidad difusa, como una sombra que no se puede despegar. El lector, y el espectador, quieren saber de qué es culpable Joseph K. Al preguntarse eso, se hace juez, o jurado, en el juicio. Al perseguir la verdad, se vuelve cómplice del sistema judicial absurdo. Golpe maestro de Kafka ya que así, justifica el sentimiento de culpabilidad de su personaje: es cierto que todos lo creen culpable.
La novela y la cinta presentan el mundo según la visión subjetiva de K. A medida que su estado de ánimo se va desmoronando, las paredes se angustian, los techos, bajan, los pasillos se hacen más largas. Hasta el extremo de transformarse en las vertiginosas jaulas bajo el techo donde trabaja el pintor de los jueces, Titorelli,(William Chappell) .La claustrofobia mental de K. se expresa en lo claustrofóbico de cuartos cada vez más reducidos. Que aprietan, según el sentido etimológico de la palabra “angustia”. Literalmente, ya no se puede respirar, no se puede levantar la cabeza. Solamente es posible una huida hacia adelante, Pero todos los espacios comunican entre sí, opera, tribunal, departamento del abogado, iglesia, desde el departamento y la oficina de K. hasta el espacio abierto, este campo desértico y vacío (filmado en las afueras de Zagreb) donde muere en una fosa. Sin relación lógica entre ellos, o siquiera geográfica. O con la lógica de los espacios oníricos, o de pesadilla.
Por eso la importancia de las puertas, (como la puerta simbólica del prólogo), innumerables puertas que hacen comunicar todos los espacios, que es imposible de pasar por alto. Pero que también esconden secretos, en particular de relaciones personales prohibidas: el cliente del abogado protegido por Leni, la esposa del guardia con su amante.
La huida de K.se ve también limitada por el amontonamiento de objetos: pilas de documentos en casa del abogado, en los archivos del tribunal. De igual forma, la profundidad de campo permite ver varios elementos en mismo tiempo y ubica a K. como perdido en medio de muchos elementos significativos, que lo rebasan. Como las voces, que parecen salir de otra parte, fuera de campo, de tal forma que K., como el espectador no sabe muy bien su origen. O los ruidos diversos: gotas de una llave, tic tac de un despertador, máquinas de escribir. Pasan demasiadas cosas alrededor de K. para que pueda manejarlas. …
La música que domina la cinta es el Adagio de Albinoni, en varias versiones: para órgano, para órgano y cuerdas, en ritmo lento o en ritmo jazz. Welles la impuso, haciendo a un lado la composición encargada por los productores a Jean Ledrut, y que Welles destrozó totalmente. Ahí, como en la edición, como en el doblaje, Welles actuó en forma casi dictatorial, haciendo de la cinta su entera creación.
Una creación visualmente sobrecogedora, además de llena de significado a varios niveles, individual, social y político. Welles integra elementos de su tiempo : de la ropa y peinados de los personajes femeninos, a las alusiones a las persecuciones antisemitas o comunistas, al ambiente de la guerra fría y la caza de brujas del macartismo, pasando por l’accion painting de Jackson Pollock , o la bomba atómica. Y a arquitectura de los grandes conjuntos de edificios en los suburbios, sea del mundo capitalista o soviético.
Una obra cinematográfica tan memorable como la novela de Kafka.