Dos mitos se encuentran: el mito de la legión extranjera, refugio de los hombres perdidos, y el mito de Jean Gabin, estrella naciente. En un ambiente de cine noir y desesperado, es una cinta remarcable.
Ficha IMDb
Pierre Gilieth (Jean Gabin), mató a un hombre en una pelea de borrachos, en una callecita de Montmartre. Para escapar a la justicia francesa, huye a Barcelona. Unos franceses que parecen amigables lo llevan a un cabaret, y le roban su cartera. Después de andar durante días sin comer, de ser humillado a cambio de una sopa, no le queda más remedio que incorporarse a la legión española. Ésta, como la Legión francesa, no pregunta sobre los antecedentes. Basta con que los hombres gocen de buena salud, y muestren intenciones de obedecer.
Consigue un buen compañero, Marcel Mulot (Raymond Aimos) y un mal amigo, Fernando Lucas (Robert Le Vigan), extraño desde el principio ya que entra a la Legión con dinero, bien vestido y bien alimentado.
Los legionarios provienen de todos los países, hablan todos los idiomas, cada uno tiene un pasado turbio o infeliz, que no menciona pero que se adivina en sus actitudes. De eso no se habla. La solidaridad de la vida difícil se entreteje día a día.
La vida de estos soldados voluntarios se desarrolla, en Marruecos, entre la construcción de una carretera para hacer la zona más segura (los habitantes empiezan a sublevarse contra los colonos), algunas expediciones en las montañas, tardes de espera en el dormitorio jugando cartas, noches en el barrio reservado, donde están las casas de las chicas. Música, alcohol, amor. Pierre se enamora de una prostituta, Aicha la Slaoui. Piensa en irse con ella muy lejos al sur.
Pero el extraño Lucas sigue hostigándolo. Aprovechando una expedición de unos días, Pierre le confía a Aicha la misión de seducirlo y hacerlo hablar. Lucas cae perdidamente enamorado de la Slaoui y le promete una vida juntos cuando cobre la recompensa prometida por la policía francesa por la captura de Gilieth.
En este cinta se encuentran los temas acostumbrados del honor, de la camaradería, con personajes arquetipos: el capitán Weller (Pierre Renoir) es el jefe autoritario, cercano a sus hombres, creyente y devoto a su familia a pesar de la lejanía; Marcel Mulot es el soldado sencillo pero fiel amigo, y , al mismo tiempo, el típico parisino, con su nostalgia de las calles y los bailes populares.
En estos años antes de la segunda guerra mundial, el legionario era un personaje mítico, hombre duro, fuerte, ajeno a la sociedad, que muchas veces había cometidos actos poco recomendables. Como se oye en una canción de Edith Piaf, Mon légionnaire: "Olía rico, a arena caliente, mi legionario”. Estaba frecuentemente ligado a otro personaje mítico, la chica de la calle. Se les veía de forma romántica como esos a quien la ciudad no dio su oportunidad. Son malos sin quererlo y sueñan con que las cosas vayan mejor, sin realmente creerlo.
Gabin encarna perfectamente aquí este perdedor, que no puede escapar de la fatalidad, pero que quiere vivir su mala vida con honor. Vivir con honor al hacer bien su trabajo de defensor del país que lo paga (la bandera del titulo es la bandera del regimiento), o vivir con honor peleando, mejor que morir bajo la guillotina, destino que lo espera al haber matado a un hombre. Y porque no hay redención social posible. Sera siempre un marginado, no tanto por sus actos que por la fatalidad.
La confrontación de los actores protagonistas es también legendaria. Cada uno tiene un estilo particular al actuar. Robert Le Vigan, muy teatral con su sonrisa diabólica, sus ojos desorbitados, alucinados, está al borde de la locura. Es una lástima que solo se recuerde de Le Vigan sus posiciones colaboracionistas y sus declaraciones antisemíticas durante la ocupación alemana. Por eso fue apartado del mundo del espectáculo. Y se perdió a un gran actor.
Frente a él, Gabin encarna la fuerza contenida, que puede explotar en cualquier momento. Pero también es paciencia, observación y calmada resolución. Él tiene ya su personaje de fuerza bondadosa, que seguirá interpretando en Quai des brumes (Carné, 1938), de hombre perdido al mismo tiempo que seguro de sí. No alcanza aquí la intensidad de Le Jour se lève (Carné-1952) que es probablemente la forma más acabada de este tipo de asesino por mala suerte y por desesperanza, hombre modesto a quien la vida no permite alcanza su sueño de felicidad, por sencilla que sea.
Al lado de estos hombres de verdad, la historia de amor con Aicha la Slaoui es totalmente superficial. Aicha es una imagen de belleza, accesible es cierto, pero sobre todo oriental con toda la sumisión que esto supone en este estereotipo.
Claro, con todos estas “obligaciones” de la época, estas expectativas del público que tiene que satisfacer, la historia no puede ser muy original. Además, los guionistas Duvivier y Spaak quitan lo original del final de la novela de Mac Orlan. Un final extraño, porque la historia sigue después de la muerte de Gilieth y el personaje central es ahora Lucas el traidor. Él vuelve a Barcelona, cobra el dinero de la recompensa. Se instala en Madrid, ciudad de sus origines aunque casi no haya conocido a sus padres. Gasta todo poco a poco, acaba trabajando como guía de turistas, se casa con una mujer mayor que él. Pero el recuerdo de Gilieth lo obsesiona, a punto de pretender llamarse así. Y finalmente, deja trabajo y esposa, vuelve a la Legión bajo este nombre falso y va a buscar a Aicha, quien, bastante más pesada, no lo reconoce.
Pero el talento de Duvivier hace de esta historia previsible una demostración de talento fílmico: al principio, el ambiente es opresivo, las calles angostas, la luz de la calle difunde halos difusos, las sombras son angustiantes, como obligando a Gilieth a huir siempre más lejos. Durante la pelea entre Gilieth y el dueño del hotel en Barcelona, la cámara no deja de perseguir a los dos antagonistas, mientras la tensión sube. Después de la humillación en un restaurante, la huida de Gilieth en las callecitas de Barcelona, con música oriental premonitoria, es en acelerado, con tomas aéreas. Y el poster de reclutamiento es como un leit-motiv en toda esta parte española. La Legión se ofrece a Gilieth, lo hostiga, lo busca hasta el más lejano rincón de la ciudad. Lo claustrofóbico de la ciudad encierra a Gilieth, prisionero de su condición.
Pero cuando llega a África, la imagen se abre, el montaje es más pausado. Gilieth puede por fin respirar. Y el espectador también. Muchas escenas están filmadas en cámara subjetiva, el espectador descubre todo lo nuevo que descubren los reclutas. Pero si Gilieth se pelea en el bar del “segoviano” (Charles Granval), el montaje se acelera. Cuando desfilan los legionarios, la cámara se desplaza lateralmente para mostrar el gran número, la fuerza de este ejercito de europeos exiliados voluntarios en una zona desconocida y peligrosa, lejos de todo.
La vida cotidiana es mostrada en planos cercanos : pies hinchadas, orejas, naipes, la corneta que ritma las actividades, el artículo de periódico sobre su crimen que Gilieth le da de comer al puerco, las caras de los soldados en el momento de ofrecerse voluntariamente para una expedición que será mortal. La bandera cuando se celebra el entierro de los muertos, los pies con alpargatas que desfilan…
La música es realista: acordeón de vals musette en Paris, paso doble en Barcelona, música oriental en Marruecos.
Esta cinta es un gran logro, no tanto por la historia que cuenta, sino por el gran talento de los intérpretes y por la maestría del director. Es una gran película clásica.
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