Arirang es una de dos cosas: sea un brutal ejercicio de honestidad que no se detiene ante nada con tal de revelar las cosas como son, sea un patético ejercicio de autocomplacencia cuyo objetivo es elevar la figura del director por encima de propias inseguridades. Realmente podría ser cualquiera, pero la historia fílmica de Kim Ki Duk me hace votar por la primera opción.
La raquítica ficha IMDB
Escrita, dirigida, actuada, editada y hasta musicalizada por Kim Ki Duk, Arirang es un documental o un drama que expone al director frente a su propia lente, revelando sus inseguridades, sus miedos y motivaciones.
Tras un accidente que pudo costarle la vida a la estrella de su última cinta, Dream (2008) y de que dos de sus asistentes decidieran aceptar jugosos contratos sin él, Kim Ki Duk se recluye en una cabaña alejado de todo. Después de casi tres años encerrado, decide hacer una cinta de sí mismo, en un intento por entender porque necesita, pero no puede, hacer cine.
No es difícil ver porque habría personas que considerarían Arirang como una cinta auto complaciente o como dijera ya un crítico en Cannes (parafraseando), una cinta equivalente a los videos que los adolescentes ponen de sí mismos en You Tube. Pero la verdad es que durante los primeros tres cuartos de la cinta esta idea apenas y se formo en mi cabeza.
La mayor parte de la película se siente sincera, honesta y brutal. Parece que Kim Ki Duk no está dispuesto a darse ninguna concesión en sus conversaciones consigo mismo. Hay momentos de superficialidad, hay momentos donde claramente el director se miente a sí mismo, y a nosotros. Pero el mismo está ahí para no quitar el dedo del renglón, para seguir empujando hasta las lagrimas, hasta las últimas consecuencias, para revelar un poco de lo que realmente está pasando en su mente.
Aunque algunos comentarios den lugar a ciertas dudas acerca de su humildad, el amor que Kim Ki Duk le tiene al cine no puede ser cuestionado y es claro que hay una poderosa necesidad de contar historias.
Al final, la cinta se siente como una historia, con imágenes y montajes diseñados para provocar una reacción, de una manera que coquetea con la manipulación. La secuencia final, fotos de Kim Ki Duk, es la que pone en duda el valor de todo el trabajo.
A pesar de esto, Kim Ki Duk ha demostrado ser uno de los, sino es que el mas, sensible director de cine de los últimos tiempos. Eso le da el beneficio de la duda y deja a Arirang como una obra de brutal honestidad. Un ejercicio que quizá todos debiésemos practicar. Además, la manera desgarrada en que Kim Ki Duk interpreta el himno no oficial de su nación no puede fingirse; y aunque fuese actuado, que importa, todo el sentimiento está ahí.
La raquítica ficha IMDB
Escrita, dirigida, actuada, editada y hasta musicalizada por Kim Ki Duk, Arirang es un documental o un drama que expone al director frente a su propia lente, revelando sus inseguridades, sus miedos y motivaciones.
Tras un accidente que pudo costarle la vida a la estrella de su última cinta, Dream (2008) y de que dos de sus asistentes decidieran aceptar jugosos contratos sin él, Kim Ki Duk se recluye en una cabaña alejado de todo. Después de casi tres años encerrado, decide hacer una cinta de sí mismo, en un intento por entender porque necesita, pero no puede, hacer cine.
No es difícil ver porque habría personas que considerarían Arirang como una cinta auto complaciente o como dijera ya un crítico en Cannes (parafraseando), una cinta equivalente a los videos que los adolescentes ponen de sí mismos en You Tube. Pero la verdad es que durante los primeros tres cuartos de la cinta esta idea apenas y se formo en mi cabeza.
La mayor parte de la película se siente sincera, honesta y brutal. Parece que Kim Ki Duk no está dispuesto a darse ninguna concesión en sus conversaciones consigo mismo. Hay momentos de superficialidad, hay momentos donde claramente el director se miente a sí mismo, y a nosotros. Pero el mismo está ahí para no quitar el dedo del renglón, para seguir empujando hasta las lagrimas, hasta las últimas consecuencias, para revelar un poco de lo que realmente está pasando en su mente.
Aunque algunos comentarios den lugar a ciertas dudas acerca de su humildad, el amor que Kim Ki Duk le tiene al cine no puede ser cuestionado y es claro que hay una poderosa necesidad de contar historias.
Al final, la cinta se siente como una historia, con imágenes y montajes diseñados para provocar una reacción, de una manera que coquetea con la manipulación. La secuencia final, fotos de Kim Ki Duk, es la que pone en duda el valor de todo el trabajo.
A pesar de esto, Kim Ki Duk ha demostrado ser uno de los, sino es que el mas, sensible director de cine de los últimos tiempos. Eso le da el beneficio de la duda y deja a Arirang como una obra de brutal honestidad. Un ejercicio que quizá todos debiésemos practicar. Además, la manera desgarrada en que Kim Ki Duk interpreta el himno no oficial de su nación no puede fingirse; y aunque fuese actuado, que importa, todo el sentimiento está ahí.
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