Una historia acerca de la soledad y la tristeza. Más que nada, una historia humana increíblemente bien contada, con una fantástica fotografía y sonorización. Monster Club es profunda y contemplativa y además de dar uno que otro susto, lo deja a uno preguntándose qué es lo que realmente importa en esta vida.
La ficha IMDB
Ryochi (Eita) vive aislado en una cabaña, lejos de todo. Su única ocupación es enviar bombas a los altos mandos de grandes empresas y cadenas de televisión. Un día, Ryochi se topa al fantasma de sus hermanos, Kenta (Ken Ken) muerto en accidente de motocicleta, y Yuki (Yôsuke Kubozuka); quien se suicido en esa misma cabañita. Ryochi ahora debe enfrentarse a sus propios monstruos internos, lo cual resulta más complicado que enviar bombas por correo.
El discurso inicial de Ryochi relativo al estado de la sociedad actual vale, por sí solo, la entrada al cine. No es que sea la primera vez que una pieza de ficción toca el tema. Monster Club ni siquiera es la más cruda o visceral crítica al sistema socio-político en el que estamos atrapados. Pero la manera en que esta presentado, la simpleza de las palabras, lo clara de la exposición, sumado a las imágenes de la vida que vive Ryochi le dan al discurso un peso particular. La manera de concluirlo es también poderosa, con la bomba terminando la conversación de forma inequívoca.
Francamente, la película hubiese podido continuar por esa línea hasta el final y yo hubiese estado satisfecho. La combinación del lirismo de las imágenes con lo honestas de las palabras es fenomenal. Simplemente fenomenal. Pero no era ahí donde el director quería dejar las cosas; porque después aparece el monstruo.
El diseño de las creaturas es increíble, sencillo pero completamente original y el suficientemente desagradable como para elevar la tensión, pero no tanto como para que se vea barato. Las escenas con ellos, las apariciones y los sueños muestran mucho del mundialmente famoso talento de los japoneses para el cine de terror, en particular el uso de la música y la sonorización eleva las secuencias a niveles que contrastan con el tranquilo inicio.
El discurso en ese momento deja de ser social y se torna personal. La historia de la familia de Ryochi es definitivamente trágica y es impresionante como las maneras de lidiar con ella se sienten naturales, aunque sean tan diferentes para cada uno de los hermanos, incluida la joven Mikana (Mayuu Kusakari).
Sin quitar el merito a la lucha social, creo que Toyoda revela una verdad importante: toda ideología tiene en su raíz una realidad personal, individual. Parece egocéntrico, pero al final, lo que cada quien tiene son sus propios problemas. Ryochi se convirtió como sus hermanos en un monstruo porque no tenía otra manera de lidiar con el dolor. Ese dolor, esa tristeza y el aislamiento que le siguió, es el punto de la cinta, y Toyoda hace un excelente trabajo en transmitirlo.
La ficha IMDB
Ryochi (Eita) vive aislado en una cabaña, lejos de todo. Su única ocupación es enviar bombas a los altos mandos de grandes empresas y cadenas de televisión. Un día, Ryochi se topa al fantasma de sus hermanos, Kenta (Ken Ken) muerto en accidente de motocicleta, y Yuki (Yôsuke Kubozuka); quien se suicido en esa misma cabañita. Ryochi ahora debe enfrentarse a sus propios monstruos internos, lo cual resulta más complicado que enviar bombas por correo.
El discurso inicial de Ryochi relativo al estado de la sociedad actual vale, por sí solo, la entrada al cine. No es que sea la primera vez que una pieza de ficción toca el tema. Monster Club ni siquiera es la más cruda o visceral crítica al sistema socio-político en el que estamos atrapados. Pero la manera en que esta presentado, la simpleza de las palabras, lo clara de la exposición, sumado a las imágenes de la vida que vive Ryochi le dan al discurso un peso particular. La manera de concluirlo es también poderosa, con la bomba terminando la conversación de forma inequívoca.
Francamente, la película hubiese podido continuar por esa línea hasta el final y yo hubiese estado satisfecho. La combinación del lirismo de las imágenes con lo honestas de las palabras es fenomenal. Simplemente fenomenal. Pero no era ahí donde el director quería dejar las cosas; porque después aparece el monstruo.
El diseño de las creaturas es increíble, sencillo pero completamente original y el suficientemente desagradable como para elevar la tensión, pero no tanto como para que se vea barato. Las escenas con ellos, las apariciones y los sueños muestran mucho del mundialmente famoso talento de los japoneses para el cine de terror, en particular el uso de la música y la sonorización eleva las secuencias a niveles que contrastan con el tranquilo inicio.
El discurso en ese momento deja de ser social y se torna personal. La historia de la familia de Ryochi es definitivamente trágica y es impresionante como las maneras de lidiar con ella se sienten naturales, aunque sean tan diferentes para cada uno de los hermanos, incluida la joven Mikana (Mayuu Kusakari).
Sin quitar el merito a la lucha social, creo que Toyoda revela una verdad importante: toda ideología tiene en su raíz una realidad personal, individual. Parece egocéntrico, pero al final, lo que cada quien tiene son sus propios problemas. Ryochi se convirtió como sus hermanos en un monstruo porque no tenía otra manera de lidiar con el dolor. Ese dolor, esa tristeza y el aislamiento que le siguió, es el punto de la cinta, y Toyoda hace un excelente trabajo en transmitirlo.
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