Una cinta de acción de los buenos viejos tiempos, con un final hilarante por lo predecible que es. Al mismo tiempo, The Train es una película que dice de manera explícita algo que es importante decir: la historia de un pueblo vale, el arte de un pueblo vale. La labor creativa es sin duda una que hay que preservar y por la que vale la pena luchar.
La ficha IMDB
Ante la inminente llegada de las fuerzas aliadas a Paris el Coronel Von Waldheim (Paul Scofield) decide saquear el patrimonio artístico de Francia, ponerlo en un tren y mandarlo a Alemania. Para conseguir esto, miente y engaña inclusive a sus propios superiores, incapaces de entender el valor del cargamento. Labiche (Burt Lancaster) es el líder de un escuadrón americano que es designado, después de harta peripecia, para salvar ese patrimonio, a pesar de que definitivamente no entiende porque es importante.
La historia de la producción es curiosa: Lancaster había invertido algo de su propio dinero en la cinta y estaba empeñado en que fuese un éxito, después del fracaso comercial de su trabajo previo. Por eso, la cinta tuvo que cambiar de director y Frankenheimer llegó haciendo peticiones irracionales, que los productores tuvieron que cumplir, incluyendo un Ferrari y control total sobre la edición final.
The Train es entretenida en sí misma y tiene más de un momento emocionante y/o cotorrón. Por supuesto es casi imposible esbozar una sonrisa ante algunos de los momentos inocentones que parecen insípidos comparados con las multimillonarias producciones de hoy día; pero nada que le reste valor a la experiencia.
La diferencia realmente interesante esta en el número de veces en que Labiche intenta detener a su enemigo y fracasa. Hoy en día es generalmente el maloso el que tiene que levantarse e intentar vencer a su némesis una y otra vez. Aquí, más que cualquier otra cosa, el atributo principal de Labiche es su necedad.
Aunque eso por supuesto levanta una pregunta interesante: ¿Quién es el maloso? Claro, Von Waldheim es alemán y quiere robarse las pinturas, pero a diferencia de su contraparte, entiende el valor del arte y su acto es un acto de admiración y amor, mientras que Labiche no solo había propuesto simplemente destruir el todo, sino que lo único que hace es obedecer órdenes. Por supuesto la pregunta termina siendo irrelevante cuando uno considera la solución, efectiva y muy gringa, que usa Labiche para concluir el debate.
La ficha IMDB
Ante la inminente llegada de las fuerzas aliadas a Paris el Coronel Von Waldheim (Paul Scofield) decide saquear el patrimonio artístico de Francia, ponerlo en un tren y mandarlo a Alemania. Para conseguir esto, miente y engaña inclusive a sus propios superiores, incapaces de entender el valor del cargamento. Labiche (Burt Lancaster) es el líder de un escuadrón americano que es designado, después de harta peripecia, para salvar ese patrimonio, a pesar de que definitivamente no entiende porque es importante.
La historia de la producción es curiosa: Lancaster había invertido algo de su propio dinero en la cinta y estaba empeñado en que fuese un éxito, después del fracaso comercial de su trabajo previo. Por eso, la cinta tuvo que cambiar de director y Frankenheimer llegó haciendo peticiones irracionales, que los productores tuvieron que cumplir, incluyendo un Ferrari y control total sobre la edición final.
The Train es entretenida en sí misma y tiene más de un momento emocionante y/o cotorrón. Por supuesto es casi imposible esbozar una sonrisa ante algunos de los momentos inocentones que parecen insípidos comparados con las multimillonarias producciones de hoy día; pero nada que le reste valor a la experiencia.
La diferencia realmente interesante esta en el número de veces en que Labiche intenta detener a su enemigo y fracasa. Hoy en día es generalmente el maloso el que tiene que levantarse e intentar vencer a su némesis una y otra vez. Aquí, más que cualquier otra cosa, el atributo principal de Labiche es su necedad.
Aunque eso por supuesto levanta una pregunta interesante: ¿Quién es el maloso? Claro, Von Waldheim es alemán y quiere robarse las pinturas, pero a diferencia de su contraparte, entiende el valor del arte y su acto es un acto de admiración y amor, mientras que Labiche no solo había propuesto simplemente destruir el todo, sino que lo único que hace es obedecer órdenes. Por supuesto la pregunta termina siendo irrelevante cuando uno considera la solución, efectiva y muy gringa, que usa Labiche para concluir el debate.
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