Una de terror, sin nada particular. La historia es conocida y sin sorpresas. Los actores no están a la altura de lo que se espera de ellos. Lo más interesante es una ambientación romántico-gótica bastante bien lograda.
Terrorífica ficha
La historia es la misma que en la película de George Waggner (1941) con Lon Chaney. El tema es él de la transformación de un ser humano en algo monstruoso, lobo o vampiro, da lo mismo, que ataca a hombres bajo ciertas circunstancias, de noche y ,en caso del licántropo, cuando hay luna llena.
En esta nueva edición, se agrega un ingrediente, la relación familiar: mala relación padre-hijo, tema bíblico del hijo prodigo. Se agrega también una relación con tintes incestuosos: el hijo de enamora de la novia del hermano muerto (matado por el padre). Aunque resulta un poco difícil de creer que haya amor entre estos dos: entre la inexpresividad de los actores y lo mal llevado de la narración, el espectador no entiende como han llegado al punto de clímax en que ella decide matarlo para liberarlo de su maldición.
Hay una falta total de romanticismo en la narración cuando el tema de la posesión por una fuerza irreprimible es precisamente uno de los temas dominantes de esta corriente literaria del siglo XIX, como se ve en Frankestein de Mary Shelley, o en Dracula de Bram Stocker.
Y, sin embargo, de algunas escenas, como el enfrentamiento final entre padre e hijo, o las escenas en el manicomio se desprende una fuerza que contrasta con la tibieza del resto de la película.
La locura fue una de las grandes preocupaciones de los románticos, por ser precisamente una fuerza interior irreprimible, que la ciencia de la época trataba entender y que diferentes ramas de la medicina trataban curar. Además, varios de los grandes artistas fueron presas de la enfermedad mental o al menos de la depresión, empezando por Maupassant, uno de los primeros grandes maestros del fantástico y del cuento de terror.
Lo romántico y lo gótico están bien plasmados en la ambientación: castillo en medio del campo, noche, nubes, truenos…
Hablemos de los actores: Benicio Del Toro no se ve muy poseído, ni por el mal, ni por el amor. Y de Anthony Hopkins, resulta decepcionante ver en sus últimas películas que se deje llevar a facilidades de terror, un poco caricaturescas, como en El rito (Mikael Hafstrom–2011), donde las sutilidades de interpretación brillan por su ausencia.
Terrorífica ficha
La historia es la misma que en la película de George Waggner (1941) con Lon Chaney. El tema es él de la transformación de un ser humano en algo monstruoso, lobo o vampiro, da lo mismo, que ataca a hombres bajo ciertas circunstancias, de noche y ,en caso del licántropo, cuando hay luna llena.
En esta nueva edición, se agrega un ingrediente, la relación familiar: mala relación padre-hijo, tema bíblico del hijo prodigo. Se agrega también una relación con tintes incestuosos: el hijo de enamora de la novia del hermano muerto (matado por el padre). Aunque resulta un poco difícil de creer que haya amor entre estos dos: entre la inexpresividad de los actores y lo mal llevado de la narración, el espectador no entiende como han llegado al punto de clímax en que ella decide matarlo para liberarlo de su maldición.
Hay una falta total de romanticismo en la narración cuando el tema de la posesión por una fuerza irreprimible es precisamente uno de los temas dominantes de esta corriente literaria del siglo XIX, como se ve en Frankestein de Mary Shelley, o en Dracula de Bram Stocker.
Y, sin embargo, de algunas escenas, como el enfrentamiento final entre padre e hijo, o las escenas en el manicomio se desprende una fuerza que contrasta con la tibieza del resto de la película.
La locura fue una de las grandes preocupaciones de los románticos, por ser precisamente una fuerza interior irreprimible, que la ciencia de la época trataba entender y que diferentes ramas de la medicina trataban curar. Además, varios de los grandes artistas fueron presas de la enfermedad mental o al menos de la depresión, empezando por Maupassant, uno de los primeros grandes maestros del fantástico y del cuento de terror.
Lo romántico y lo gótico están bien plasmados en la ambientación: castillo en medio del campo, noche, nubes, truenos…
Hablemos de los actores: Benicio Del Toro no se ve muy poseído, ni por el mal, ni por el amor. Y de Anthony Hopkins, resulta decepcionante ver en sus últimas películas que se deje llevar a facilidades de terror, un poco caricaturescas, como en El rito (Mikael Hafstrom–2011), donde las sutilidades de interpretación brillan por su ausencia.
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